De Seattle a Washington DC

11 de abril de 2000

Como cada primavera, este 16 y 17 de abril se encontrarán en Washington DC los secretarios de Finanzas de 182 países para asistir a la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Sin embargo, este año su rutina será distinta.

Miles de ciudadanos organizados en la Movilización para la Justicia Global se han preparado para recibirlos con marchas de protesta y bloqueos pacíficos.
La jornada de lucha es el segundo round del combate iniciado en el marco de la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Seattle, el 30 de noviembre de 1999, entre el orden internacional nacido alrededor de las instituciones de Bretton Woods y quienes pugnan dentro de Estados Unidos por el respeto pleno de los derechos económicos y humanos y el comercio justo. O, dicho de otra manera, se trata de un episodio más en la disputa entre globalifílicos y glofalifóbicos para ver quién gobierna, ¿la gente o el dinero?
Como hicieron en Seattle, los organizadores de la protesta en Washington convocaron a una amplia alianza de fuerzas sindicales, ambientalistas, estudiantiles y de grupos religiosos, y se han preparado arduamente en tácticas de resistencia civil pacífica. Sus reclamos no tienen como destinatario a su gobierno, Estados Unidos --aunque utilizarán la jornada de lucha para frenar el avance de las relaciones comerciales con China--, sino a las instituciones que definen las reglas de la economía mundial.
Su objetivo es tratar de bloquear las sesiones de trabajo del FMI y del BM, responsables de políticas que favorecen las ganancias privadas en contra del bienestar público al beneficiar a las grandes empresas transnacionales en detrimento de los trabajadores, los pobres y el medio ambiente.
El FMI y el BM surgieron en 1944, a fines de la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Bretton Woods, en New Hampshire, Estados Unidos. Junto con el Acuerdo General sobre Tarifas y Aranceles (GATT) y la OMC, son las instituciones multilaterales pilares del sistema económico dominante.
El FMI fue creado para promover la cooperación económica internacional y proveer a sus miembros de créditos a corto plazo para comerciar con otros países y enfrentar crisis de liquidez financiera. El BM otorga financiamientos a gobiernos para la realización de obras de infraestructura (ferrocarriles, electricidad, presas, puentes, puertos) que, por sus montos y tiempos de recuperación, no son negocio para la iniciativa privada.
Ambas instituciones tienen una enorme influencia en la definición de las políticas de los países a los que otorgan créditos. Decisiones básicas de una nación como su política agrícola, salarial o energética son condicionadas por estos organismos multilaterales, y erosionan fuertemente su soberanía. El FMI, por ejemplo, ha impulsado el diseño de políticas en más de 60 países, los cuales deben seguirlas si quieren obtener préstamos, asistencia técnica y ayudas de emergencia.
Los países más prósperos tienen una enorme capacidad de decisión en el FMI. El poder de voto dentro de la institución está determinado por el monto de recursos que cada país le otorga. Estados Unidos es el principal accionista con una cuota de 18 por ciento; junto a Alemania, Japón, Francia y Gran Bretaña posee 38 por ciento de los votos. Este poder de decisión se traduce en decisiones a favor de banqueros, inversionistas y grandes compañías de los países desarrollados.
Contra ellos se dirige la movilización del 16 y el 17 de abril, que tendrá cuatro diferencias sustanciales con respecto a la de Seattle. La primera es que dentro de Estados Unidos hay una larga tradición de lucha en contra del libre comercio al que se asocia con pérdida de empleos y disminución de niveles de bienestar; en cambio, las presiones previas en contra del FMI y el BM no han tenido éxito. La segunda consiste en que, a diferencia del encuentro de la OMC, donde había mucho malestar de los representantes de varios países, en las reuniones del FMI y del BM los ministros de Finanzas no han externado mayores desavenencias con la institución.
Además, en esta ocasión, casi no habrá representantes de otros países. Finalmente, la policía se ha preparado para enfrentar la revuelta: ha obtenido un millón de dólares para adquirir nuevo equipo al tiempo que mil 500 hombres --cerca de la mitad del total de los efectivos policiacos en el Distrito-- se han entrenado, han estudiado videos de Seattle y serán respaldados por cientos de efectivos más pertenecientes a agencias federales.
Aunque todos estos factores juegan a favor de reducir el impacto de la protesta de Washington, ésta profundizará la falta de credibilidad en las instituciones globales iniciada en Seattle. La revuelta de los globalizados sigue adelante.