Lo que sigue

05 de enero de 2008

Pese a que son ampliamente criticados desde muchos puntos de vista, los combustibles agroindustriales siguen en alza. No es extraño, ya que según estimaciones del Financial Times, sólo en los países de la OCDE reciben hasta 15 mil millones de dólares de subsidios anuales (FT, 30/10/2007).
Subsidios públicos que van a engordar el lucro privado, a los que se suman los múltiples subsidios indirectos que reciben algunos cultivos destinados a ese fin, como el maíz en Estados Unidos.
Actualmente, los agrocombustibles son el rubro agrícola con mayor crecimiento en el mercado mundial: en el año 2006 su valor alcanzó 20 mil 500 millones de dólares. La industria espera un mercado de más de 80 mil millones de dólares en tan sólo una década. Fuentes de la propia OCDE aconsejaron el año pasado que los agroenergéticos no deberían recibir subvenciones porque promueven el aumento de precios de los alimentos.
Diversos organismos de Naciones Unidas, como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, advierten que la competencia con los cultivos alimentarios –tanto por el alza de los precios como por la disputa de tierra cultivable– pueden provocar situaciones de catástrofe por hambruna en los países más pobres.
Pero estos son factores sin importancia para los actores que diseñaron y controlan férreamente este mercado: grandes corporaciones automovilísticas, petroleras, de comercio de cereales y de semillas industriales y transgénicas.
Quizá lo más paradójico es que debido a su ineficiencia en términos energéticos, en lugar de mitigar el cambio climático, el auge de los agrocombustibles lo empeorará. A modo de ejemplo, la producción de etanol a partir de maíz consume más petróleo del combustible que genera. En cualquier caso, es claro que lo que mueve a las actores corporativos en este sector, no es el “desarrollo” ni el ahorro de energía, sino el lucro.
Actualmente, la mayoría de los agrocombustibles se producen a partir de monocultivos de caña de azúcar, maíz, soya y palma aceitera. A éstos se han ido agregando grandes extensiones de monocultivos de ricino (higuerilla o mamona) y jatrofa (piñón).
El caso de la higuerilla y la jatrofa, que son plantas que nacen espontáneamente en terrenos baldíos –aunque muchas veces se extienden y se convierten en plaga de los cultivos– es un ejemplo predilecto de muchos gobiernos. Argumentan que como no son plantas comestibles y crecen en terrenos marginales, su uso como agrocombustible es una utilización inteligente de un recurso que no compite con el cultivo de alimentos. Sin embargo, para que el cultivo de cualquiera de estas especies sea renditivo y llegue a volúmenes que puedan ser de interés para los procesadores de combustible, necesariamente tiene que ser plantado en forma intensiva, en tierras fértiles y con alto uso de agrotóxicos, por lo que de todas formas compite con los cultivos alimentarios y además, aumenta la erosión de suelos y contaminación de fuentes de agua. Para peor, ambas son plantas invasoras y tóxicas, que pueden potencialmente dañar al ganado. Esto ya ha motivado que en regiones de Australia se haya prohibido el cultivo de jatrofa.
No obstante, existen múltiples casos, principalmente en países asiáticos, pero también en América Latina, donde estos monocultivos han sido la excusa final para que los gobiernos desplazaran a campesinos de sus tierras para dar lugar a las plantaciones industriales de agrocombustibles, a manos de grandes empresarios.
En su vida relativamente corta como mercancía internacional, los combustibles agroindustriales ya se han convertido en una importante causa de nuevos atropellos a los derechos humanos y al derecho a la tierra de indígenas y campesinos.
También han dado lugar a alianzas corporativas inéditas, entre rubros industriales donde antes no había una colaboración directa. Además de los actores principales de esta primera generación que son las compañías petroleras y automovilísticas en alianza con los que controlan a nivel mundial el comercio de cereales y los que monopolizan las semillas, otros rubros transnacionales y algunas empresas nuevas, junto a algunas universidades, comienzan a invertir en desarrollos futuros, con el discurso de que van superar alguno de los problemas de la primera generación.
El último informe de 2007 del Grupo ETC (www.etcgroup.org) analiza estas alianzas, así como las nuevas tendencias tecnológicas en esta creciente industria con tantos impactos sociales y ambientales. El panorama es realmente preocupante, tanto por las nuevas configuraciones de poder y el secuestro voluntario de las universidades públicas, como por el hecho de que con la argumentación de superar las fallas de la primera generación se está justificando agresivamente el uso de nuevos tipos de cultivos y pasturas transgénicas así como la liberación de árboles transgénicos, todo ello con impactos de un alcance mucho mayor al que ya está ocurriendo.
En el horizonte ya existen también inversiones en biología sintética –organismos vivos artificiales construidos desde cero– diseñados para la industria de los combustibles. Analizaremos estas nuevas tendencias en un próximo artículo.
*Investigadora del grupo ETC