Seattle: los ganadores

14 de diciembre de 1999

La revuelta contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) no fue una expresión del malestar ludista finisecular de los nuevos globalizados. No representó, tampoco, la versión combativa de un nuevo Woodstock, por más que la música de Rage Against the Machine (Furia contra la maquina) anticipara y animara la protesta.
La batalla de Seattle fue una eficaz movilización en contra de un modelo específico de globalización que expresa los intereses de las grandes compañías del poder de la gente.
Las jornadas de lucha de Seattle se efectuaron en tres planos distintos. El más espectacular y significativo fue la realización de acciones de resistencia civil pacífica en las calles. En forma simultánea se organizaron centenares de foros y conferencias alternativas en las que se discutieron, ampliamente, diagnósticos y propuestas sobre políticas comerciales y globalización justas, e integrantes de grupos ciudadanos de unos 50 países cabildearon con funcionarios de la OMC. En ciertos momentos de la protesta, la relación entre los de adentro y los de afuera fue muy estrecha. Finalmente, los representantes de los gobiernos de países pobres buscaron hacer valer sus intereses, y expresaron su malestar por la concentración de la toma de decisiones en un pequeño grupo de funcionarios provenientes de las naciones más desarrolladas.
La coalición que convocó a la resistencia callejera y las ONG y agrupaciones sociales que participaron en las reuniones alternativas tienen una larga experiencia en organizar movilizaciones transnacionales sobre libre comercio y medio ambiente. En unas han tenido éxito y en otras no. Ese es el caso de las redes orquestadas alrededor de las negociaciones del TLC, primero entre Estados Unidos y Canadá, luego con México y posteriormente en todo el continente americano. Expresión de esas convergencias fueron también los foros y acuerdos de acción conjunta efectuados con motivo de la celebración de la Cumbre de la Tierra, en 1992, en Brasil; las campañas para modificar los objetivos y métodos del Banco Mundial, realizada dentro de los festejos para conmemorar los 50 años de esa institución en 1994; las jornadas en contra del Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), en 1998; el tren zapatista a Amsterdam, y las jornadas por una Unión Europea distinta efectuada durante ese mismo año, y, desde una vertiente básicamente religiosa, la presión internacional para rebajar la deuda de los países subdesarrollados impulsada por el Jubileo 2000.
Esta historia común ha sido acompañada de la realización de multitud de seminarios, encuentros y visitas en casi todo el mundo. Quienes animaron esas iniciativas se conocen de tiempo atrás, han sido solidarios con luchas como la de Chiapas y han intercambiado ideas y reflexiones sobre la globalización desde antes de la reunión de la OMC. Seattle no fue flor de una día, sino la entrada en las ligas mayores de la política internacional de un nuevo actor.
En lo inmediato, algunos de los participantes de la revuelta han obtenido logros nada despreciables. Los sindicalistas y ecologistas tuvieron ųpara escándalo y malestar de los defensores de las no-distorsiones en materia comercialų un compromiso, en principio, del presidente Clinton de incorporar los temas laborales y ambientales a las negociaciones comerciales del futuro. Los agricultores europeos y japoneses consiguieron conservar los subsidios que les han permitido sobrevivir y enfrentar a los grandes emporios agroindustriales. Los países pobres lograron hacer efectiva su capacidad de veto en negociaciones que los involucran, pero en las que no son tomados en cuenta. Los consumidores que cuentan con regulaciones locales que impiden la venta de productos transgénicos no verán derogadas sus conquistas por una negociación internacional. Los Estados-nación disponen de una pequeña autonomía relativa para definir sus políticas internas, que no tendrían en caso de que la cumbre de la OMC hubiera tenido éxito.
La coalición que tomó las calles de Seattle conquistó visibilidad e interlocución política y obtuvo un gran logro simbólico: demostrar que se puede derrotar al Gulliver comercial. Hizo evidente que detrás del mito del libre comercio lo que se esconde es un hecho elemental: en un mundo dominado por los monopolios multinacionales, las economías pueden estar abiertas, pero los mercados cerrados.