Jalcomulco cumple un año en resistencia contra hidroeléctrica

Sostienen que el proyecto de la brasileña Odebrecht los dejará sin el agua de un río

El bombeo para abastecer a Xalapa es ambientalmente insostenible y demasiado caro, advierte especialista

Pobladores se han organizado en grupos de vigilancia, boteo y aprovisionamiento

Eirinet Gómez

Corresponsal

Periódico La Jornada

Jueves 5 de febrero de 2015, p. 31

Jalcomulco, Ver.

Habitantes de este municipio advirtieron del riesgo que corre el río del mismo nombre de concretarse el proyecto hidroeléctrico de la multinacional Odebretch, involucrada en lavado de dinero y pago de millonarios sobornos a la estatal brasileña Petrobras.

El año pasado 500 campesinos echaron a trabajadores de la subsidiaria de Odebretch. Decididos a preservar sus recursos, instalaron un campamento a un costado del río. Roxana Cirilo Suárez fue de las primeras en apoyar la instalación de casas de campaña para vigilar día y noche e impedir que algún extraño dañe el cauce.

“No me imagino Jalcomulco sin su río y tener que decirle a mis hijas: ‘Aquí pasó algún día el río...’ y mirar sólo piedras”, reflexiona la mujer de 28 años de edad, ojos almendrados y piel de bronce, quien rememora que, cuando niña, en tardes calurosas se dejaba caer desde el puente colgante para refrescarse en el caudal.

“El río es parte de nosotros; en él juegan y nadan los niños. Sólo Dios nos lo puede quitar, pero no la mano del hombre”, advierte esta joven, quien se unió a ejidatarios, prestadores de servicios y habitantes para formar el movimiento Pueblos Unidos de la Cuenca La Antigua por los Ríos Libres, que lucha por evitar la construcción de la presa.

En marzo de 2013 el Congreso local aprobó la construcción de una presa sobre el río La Antigua para abastecer a la zona metropolitana de la capital del estado. También aprobó construir una central hidroeléctrica que aprovecharía la presa.

Odebrecht, presente en 10 países de América Latina y el Caribe, planeó iniciar los trabajos de exploración en enero de 2014, y a mediados de ese año tener las obras en pleno desarrollo.

En Veracruz la multinacional participa en la construcción de la segunda fase del gasoducto Los Ramos-Techint-Arendal y en el proyecto petroquímico privado Etileno XXI, ambos con una inversión de 4 mil 400 millones de dólares.

Pero en Jalcomulco no contaba con que los comuneros echarían las excavadoras y a los trabajadores; que se instalarían en campamento en la ribera e impugnarían la obra ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Comisión Nacional del Agua (Conagua).

El proyecto ha sido cuestionado desde que surgió, por su incosteabilidad y por los daños ambientales que generaría, dice Hipólito Rodríguez Herrero, integrante del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Golfo.

“Van a captar agua de una zona ubicada 500 metros sobre el nivel del mar para llevarla a un lugar a mil 500 metros sobre el nivel del mar; de Jalcomulco –que alimenta el río La Antigua– a Xalapa. Bombear agua de un lugar tan bajo a uno tan alto implica un costo energético sumamente alto”, afirma el especialista en desarrollo sustentable.

“Van a quitar agua a una cuenca que la necesita para sus procesos naturales. Ese costo ambiental también es social: van a despojar a la gente de un recurso necesario para sus actividades económicas, agropecuarias y turísticas.

“¿Por qué no se dedican a resolver las fugas de agua en la ciudad? Sólo por falta de mantenimiento se pierde 40 por ciento en la red de distribución. ¿Por qué no aplican un programa de captación de lluvia? Ésta podría almacenarse y aprovecharse en tiempo de sequía”, señala.

Roxana relata que la organización para defender el cauce ha sido difícil. Para muchos ha implicado perder empleo y fuentes de ingresos, pero los esfuerzos rinden fruto un año después.

“Era muy desgastante que todo el pueblo estuviera en los campamentos, así que a los 20 días del primer plantón platicamos y establecimos horarios, roles y tareas para evitar el desgaste generalizado”.

La estrategia dio resultados. En la cocina, donde apoya Roxana, operan ya más de 22 equipos; inicialmente eran seis. Cada equipo realiza su faena cada 20 días. El campamento se mantiene de diversas formas: gente del pueblo les suministra víveres o los obtienen por colectas. También botean en la carretera los fines de semana.

“Ha valido la pena todo un año de resistencia. No importa pasar el tiempo que sea necesario hasta que logremos la cancelación definitiva del proyecto”, dice.

José Isaías Contreras Soriano, de 56 años, artesano de trampas para pescar camarones y dedicado al cultivo de cacahuate, café y mango, habla de los logros, incluso personales, que le ha traído preservar el tramo conocido como El Tamarindo.

“Le dije mi esposa: ‘Vamos a echarle ganas a esto, por nuestros niños’. De esperar aquí un golpe de agua, mejor me voy allá (al campamento). Y si viene el gobierno a quitarnos, no va a quedar de otra más que entrarle”.

José, con estudios de cuarto año de primaria, solía ser tímido, de pocas palabras, pero su pertenencia al campamento lo transformó en una persona más segura que hoy expresa sus ideas e incluso ha estudiado “como nunca.

“Tenemos talleres, pláticas, intercambio con otros movimientos de lucha de varios estados. Ahora ya no nos tiembla la boca para hablar. Lo que vemos lo decimos; lo que sentimos, lo hablamos. Ya no tenemos miedo por la poca preparación que tenemos. En el tiempo que hemos caminado juntos, hemos aprendido a defendernos”.

José pertenece al grupo que hace guardia nocturna cada viernes. “Yo traigo mi cobija, un nailon, y me tiendo abajo. A un lado tengo mi lámpara y mi machete para trozar leña o matar una culebra”.

En el festejo a un año de la acampada, en el predio Tamarindos, “hay cansancio a veces, pero aquí estamos, echándole ganas. Noche y día, cada ocho días, me toca venir a velar”.

Sobre el proyecto, reflexiona: “Son 700 metros de largo por 100 de altura. ¿Te imaginas el peso que tendría eso? Si se construye no esperamos más que muerte”. Considera que el beneficio “de todo el negocio va a ser para ellos (los empresarios). ¿Y para nosotros, nuestro campo, nuestra naturaleza? Todo va a morir”.

“Siempre sentí que tenía que hacer algo por el río”

Hace 15 años Gabriela Maciel Espinoza llegó a Jalcomulco y de inmediato la conquistaron los paisajes alimentados por el río al pie de las casas, el verde del valle y sus montañas.

“Yo venía de la montaña. Nací en el estado de México, rodeada de bosques. Cuando llegué aquí y vi el río a pie de casa, me enamoré del lugar”.

Cuenta que desde que se estableció en el poblado sentía que algo tenía que hacer por el río Jalcomulco. “He hecho muchas cosas: competencias, aprender a remar, convivir con la familia, ir de pesca. Hasta que comenzó esta lucha, y después de 10 años de vivir en Jalcomulco me di cuenta que debía unirme al pueblo para defender el río”.

Gabriela es de las más férreas defensoras del río Jalcomulco en el movimiento. Su labor ha sido investigar los daños generados por las presas, organizar ruedas de prensa, presentar posicionamientos ante la opinión pública y participar en reuniones con Semarnat y Conagua.

“Me ha tocado hacer de todo; es mi misión. Lo he tenido que combinar con la vida en familia e implica mucho esfuerzo; ha sido, sí, un cambio de vida que nos ha hecho mejores a todos”.

http://www.jornada.unam.mx/2015/02/05/estados/031n1est