El beso del diablo

03 de julio 2018

En el calendario del poder destaca una fecha: 20 de diciembre de 2012. Ese día, en el Castillo de Chapultepec, radiantes, después de firmar el Pacto por México, se tomaron la foto los firmantes: el presidente Enrique Peña Nieto; Gustavo Madero, líder del Partido Acción Nacional; Cristina Díaz, dirigente interina del Partido Revolucionario Institucional, y Jesús Zambrano, al frente del Partido de la Revolución Democrática.

Cinco años y medio después, las cosas han cambiado. Esas figuras políticas y sus partidos, que entonces creían tener el futuro en sus manos, quedaron reducidos casi a escombros. El huracán electoral del primero de julio les pasó por encima, en mucho como resultado de ese pacto.

El pacto, en esencia un acuerdo cupular y autoritario para emprender un nuevo ciclo de reformas neoliberales, fue anunciado ese día con bombo y platillo como el gran instrumento para mover a México y modernizarlo. La realidad sería otra. En esta ocasión, más allá de las intenciones de sus promotores, tal y como ha sucedido en cada ocasión en la que una élite ha pretendido reformarradicalmente al país desde arriba en contra de los de abajo, el país real terminó cobrándole la factura a los modernizadores y descarrilando sus reformas.

Así sucedió cuando México era todavía la Nueva España, con las reformas borbónicas que terminaron desembocando en la Revolución de Independencia; así pasó con la modernización y la pax social porfirista, descarrilada por la Revolución Mexicana, y así aconteció con la reforma al artículo 27 constitucional y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte durante la administración de Carlos Salinas de Gortari, severamente cuestionados por el levantamiento zapatista del primero de enero de 1994.

La implementación del Pacto por México dejó a su paso una cauda de devastación social y destrucción del tejido comunitario. Lejos de potenciar el crecimiento y bienestar económico, las nuevas normas inauguraron un nuevo ciclo de despojo y profundización de la desigualdad.

En lugar de quedarse con los brazos cruzados, los damnificados por las reformas protestaron. Sin embargo, en lugar de atender sus reclamos, el gobierno federal y la clase política los denostaron. Siguieron la máxima salinista de ni los veo ni los oigo. Nunca supieron que no sabían. Ante cada nueva protesta, aseguraban que la situación estaba bajo control. En lugar de escuchar la tempestad que se acercaba los firmantes del pacto y sus sucesores al frente de sus par­tidos se empecinaron en seguir sonriendo para la foto.

Durante cinco años y medio, los afectados por las contrarreformas del Pacto por México las han resistido. En oleadas sucesivas de indignación organizada, cientos de miles de maestros cuestionaron la reforma educativa. Al comenzar 2017, multitudes iracundas saquearon grandes almacenes y bloquearon carreteras para expresar su desacuerdo con el gasolinazo, herencia directa de la reforma energética. Empresarios indignados con la reforma hacendaria hicieron sonar sus joyas y sus billeteras para hacer sentir su desaprobación con la nuevas normas. Lejos de acabar con el monopolio de las grandes empresas de telecomunicaciones, la reforma del sector hermanó en su contra a grandes consorcios y audiencias.

En la fotografía del Pacto México de ese 20 de diciembre de 2012 no aparece Andrés Manuel López Obrador. No es un pequeño detalle. Apenas unos meses antes había quedado en segundo lugar en las elecciones para Presidente de la República, con casi 16 millones de votos. No les importó. Creyeron que al dejarlo fuera del acuerdo y borrarlo de la imagen, lo sacaban del escenario político nacional. Si no aparece en la foto del poder –debieron decirse a sí mismos– no existe. En realidad, le hicieron un favor.

López Obrador criticó el acuerdo. El Pacto por México es en realidad –expresó en distintos momentos– un Pacto contra México. Se trata –explicó– de una mera maniobra para privatizar la industria petrolera. Se opuso públicamente a la gran mayoría de las reformas que lo acompañaron. Las denunció como parte de los negocios de la mafia del poder. Sin embargo, salvo en el caso de la reforma energética (y muchos años después de acordada, en una ocasión, de la educativa) no llamó a movilizarse contra ellas. Aunque, parte de sus simpatizantes se involucraron directamente en la lucha contra esas reformas, él no lo hizo y concentró su fuerzas en organizar su partido, Morena, participar electoralmente y construir su candidatura. Fue un líder político partidario no un dirigente social.

Su apuesta resultó exitosa. Sin participar directamente en Morena, y sin que sus dirigentes tengan candidaturas en sus listas, una parte de quienes organizaron la resistencia al último ciclo de reformas neoliberales se sumaron a la ola lopezobradorista. Votaron en contra de los partidos del Pacto por México y premiaron electoralmente a quien se distanció críticamente de una modernización vertical, autoritaria y excluyente. Para sus firmantes, el Pacto por México resultó ser el beso del diablo.

Twitter: @lhan55

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