Los relatos del agua

Entre la Sierra Noroccidental de Puebla y la Sierra de Tenango, Hidalgo se encuentra uno de los principales núcleos de biodiversidad del país, donde han coexistido históricamente comunidades otomíes (ñahñús pero sobre todo ñuhús), totonacas, nahuas y tepehuas. El bosque mesófilo de montaña que alberga esta región se distingue por su riqueza biológica. En este ecosistema se ubica la mayor diversidad de especies de flora y fauna en relación con el área que comprende, con la existencia de cientos de especies endémicas. Entreverado en las montañas se encuentra además un sistema complejo de agua subterránea asociado al bosque y a la presencia de nubes que lo caracterizan. El bosque de niebla, como también se le nombra, se aprecia por sus recursos forestales y sus fuentes hidrológicas, y es reconocido como sistema prioritario para la conservación y restauración (es uno de los más importantes bosques mesófilos de México).

Sierra de Puebla-Hidalgo. Foto: Daniela Garrido

Hoy es uno de los ecosistemas más amenazados y aun cuando desde la academia e instancias gubernamentales se ha subrayado su importancia ecológica y su relevancia hidrológica, no se pone freno a las múltiples amenazas que podrían conducirlo al borde de su extinción. Es notable el deterioro creciente del bosque y el cambio en la temporalidad de las lluvias, nubosidad, neblina y humedad que nutren los cuerpos de agua, fuente de la vida toda en la región.

Destaca la contaminación de las cuencas de los ríos y la afectación del agua subterránea que fluye entre los cerros y emerge en los manantiales, esto a causa de múltiples procesos con distinto origen temporal pero superpuestos en el presente. Por una parte está la ganadería extensiva, la expansión de monocultivos y la producción y transportación de hidrocarburos. En años recientes se suman a estos factores la intensificación del extractivismo y la propagación de megaproyectos. Aunados al cambio climático, se han incrementado los estragos por la explotación de hidrocarburos, la fracturación hidráulica (fracking) y la distribución de petróleo y gas, así como la minería, la tala de bosques y el uso de agrotóxicos, del glifosato en particular, en la producción del café, procesos contaminantes que además de alterar el ciclo hidrológico y deteriorar la biodiversidad, contaminan el agua, envenenan la tierra y enferman a las poblaciones de la región.

En este ecosistema se ubica la mayor diversidad de especies de flora y fauna en relación con el área que comprende, con la existencia de cientos de especies endémicas

Si bien tiene larga data el proceso de afectación de la sierra y la alteración del hábitat de múltiples comunidades, sobre todo vinculado a la explotación y distribución de hidrocarburos, su afectación se aceleró a partir de las reformas estructurales y en particular de la puesta en marcha de la Reforma Energética en 2013, que favoreció la integración y explotación de áreas otrora remotas, la apropiación y control de la distribución del agua, el desvío de sus fuentes y el trasvase de cuencas para llevar a cabo los megaproyectos, desatando a su paso múltiples conflictos sociales por los derechos territoriales y agrarios. La instrumentación de un marco legal para facilitar el despojo a nivel federal tiene su correlato en el ámbito estatal. Es el caso de Puebla, estado donde en 2013 el entonces gobernador Moreno Valle formalizó la privatización del agua al reformar el artículo 12 de la Constitución poblana.

Puebla es paradigmático, no sólo por el despliegue del extractivismo, la implementación de megaproyectos y la privatización de los bienes comunes, sino también por la defensa de los derechos colectivos frente al despojo y la devastación ambiental. En la parte occidental de la sierra, destaca la lucha emprendida en una localidad nahua en el municipio de Pahuatlán en contra de la apropiación del agua. En la comunidad de Atla, por más de una década se libró una lucha por el uso comunitario de los manantiales que tiene como trasfondo múltiples factores: desde la merma de las fuentes hidrológicas por el cambio climático aparejado a un crecimiento demográfico de la población, hasta la ejecución de un programa de reevangelización y la introducción del sistema de partidos. En ese contexto, destaca la contienda entre el Partido Revolucionario Institucional y el Partido de la Revolución Democrática durante el proceso de entubamiento del agua y la pretensión de obtener un pago en dinero a cambio del suministro en cada vivienda del líquido vital proveniente de los manantiales a través de los recursos hidro-útiles proporcionados por el gobierno municipal. En este proceso prevaleció el uso común del agua, aun cuando se pretendió por parte de los intereses del gobierno municipal y estatal imponer una lógica mercantil aprovechando las querellas comunitarias y tras varios enfrentamientos y muertes, más el encarcelamiento en 2010 de dos defensores del agua cuando ocupaban el cargo de Presidente Auxiliar y Juez de Paz. José Ramón y Pascual Agustín estuvieron presos dos años y por parte de Amnistía Internacional fueron nombrados “presos de conciencia”. Este organismo declaró que la “acusación contra los activistas fue fabricada como represalia por su trabajo para garantizar el amplio acceso al agua para la comunidad indígena de Atla”.

Paralelo a la privatización del agua, los pueblos de la sierra noroccidental han enfrentado la entrada de megaproyectos en la región, en particular, la instalación de gasoductos como parte de las redes en mar y tierra del complejo petrolero del Golfo de México desde los años setenta del siglo pasado y especialmente a partir de la primera década del 2000.

La integridad del territorio y la salud de los pueblos se ha visto comprometida, sobre todo por la explotación de hidrocarburos y la instalación de ductos. En décadas recientes destaca la implementación del gasoducto Tuxpan-Atotonilco, obra ante la que la población originaria de Huauchinango puso resistencia y fueron expuestas múltiples irregularidades y concedido un amparo. No obstante, se impuso el proyecto aun cuando su trazo se encontraba en el área natural protegida “Cuenca hidrológica del Río Necaxa”, dentro del bosque mesófilo de montaña (considerada región terrestre prioritaria) y con cientos de yacimientos arqueológicos. Desde la construcción de este gasoducto junto con la ampliación de la autopista México-Tuxpan —del inicio de la década de 2010 hasta la fecha–han sucedido accidentes que han impactado en la población y el hábitat de la población. Es el caso de la comunidad nahua de Cuaxicala, donde además de tapar los manantiales y ojos de agua, se profanó su cerro sagrado, el Yeloltépetl, con la instalación del gasoducto y, desde entonces, han sufrido derrames de petróleo, fugas de gas, deslaves y afectación en sus centros de población al ser cuarteadas las casas, escuelas, la iglesia y la casa de salud.

En 2015 el “manto de vida” de la sierra, te he en otomí, se vio amenazado nuevamente por la construcción de otro megaproyecto, el gasoducto Tuxpan-Tula, por la empresa TransCananda, hoy TC-Energy. Con la aprobación de la Secretaría de Energía y como parte de una red mayor de transportación de gas natural desde el sur de Texas, se tiene proyectada su obra en cuatro estados del país, además de Puebla, en Hidalgo, Veracruz y el Estado de México, con el fin de utilizar este combustible para generar energía en centrales de la Comisión Federal de Electricidad ubicadas en estos estados y en el centro y occidente del país.

Aunque la mayor parte de la obra está construida, ante la oposición y lucha organizada en contra de este megaproyecto hasta ahora se ha frenado su conclusión en los municipios de Pahuatlán, Tlacuilotepec, Honey y Tenango.

La resistencia congregada en el Consejo Regional de los Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla e Hidalgo, que reúne población nahua, otomí, totonaca y tepehua, ha conjuntado la movilización social con la lucha legal, en particular a partir del recurso de amparo y del litigio participativo enmarcado en la defensa de la reivindicación de la identidad indígena, la defensa de los bienes comunes, especialmente del agua, y el derecho a otros usos de carácter ritual y sagrado.

Además de frenar la obra, en las últimas elecciones locales de 2018 defensores congregados en el Consejo Regional ganaron varias de las presidencias auxiliares y desde ahí han multiplicado la lucha contra el gasoducto.

Entre las múltiples amenazas de la construcción de este gasoducto destaca la afectación del sistema acuífero de la sierra. En particular, las comunidades subrayan el daño a sus manantiales, que proveen del líquido vital a las poblaciones. Estas aguas que fluyen en el interior de la tierra y brotan a la superficie constituyen complejos y variados ecosistemas, especialmente vulnerables ante la construcción de los ductos, poniendo en peligro su flujo y estructura.

Además de trastocar la integridad ecológica de los ecosistemas de la región, la construcción de gasoductos y otros megaproyectos atenta contra la relación que los pueblos mantienen con el agua y su territorio. Al respecto, es fundamental distinguir esta relación singular como parte de un tejido de prácticas y saberes configurados con su hábitat. El agua, además de ser un recurso para la reproducción de la vida, es parte de un entramado que posibilita la vida comunitaria arraigada a su entorno, fundamento de su memoria histórica y raíz de su identidad cultural.

Siendo un legado comunitario, es también todo un complejo ámbito de comunidad. Habrá que concebir el agua también como un don otorgado por una entidad viva y ancestral, pues es parte de su cuerpo el líquido vital, concepción especialmente generalizada entre los pueblos originarios de México y en particular del estado de Puebla, donde le nombran Atlanchane en náhuatl, Pome T’oho en otomí, Sirena, María Isabel o Santa Catalina. Para los serranos, ciertamente el líquido vital tiene un valor de uso en cuanto a la obtención de un medio fundamental para la subsistencia material de la comunidad, pero presenta un valor simbólico en cuanto que este bien común se asocia al don de una entidad a la que se le atribuye incluso el carácter de persona.

Tomando en serio el punto de vista de los pueblos, el territorio es parte de los cuerpos de los “señores”, “dueños” o “guardianes” del agua, del monte, de los animales o las semillas; en las comunidades originarias encontramos que buena parte de aquello que vinculamos con el territorio se personifica privilegiando un valor de uso de carácter ritual y cosmológico.

Desde la perspectiva nahua es preciso considerar tanto los manantiales como la figura de Atlanchane, identificada también con la Sirena. Para los serranos, el agua de los manantiales si bien se halla en el plano terrestre se prolonga en el interior de la tierra. Estas fuentes de agua, que proveen del líquido vital a la comunidad, que se hallan al interior y fuera del pueblo, son parte de un cuerpo mayor, de manera que se tiene la concepción de que lo que se vislumbra en la superficie sólo es una parte del agua subterránea que se prolonga hasta el mar, razón por la cual se dice que la casa y el origen de la Sirena es el mar. Atlanchane va y viene del mar a la sierra, es decir, de tlatsintla a tlakpak (de “abajo” a “arriba”), por lo que en tiempos de secas se entiende que la Sirena todavía no ha llegado a la comunidad.

Además de trastocar la integridad ecológica de los ecosistemas de la región, la construcción de gasoductos y otros megaproyectos atenta contra la relación que los pueblos mantienen con el agua y su territorio

En el marco de la concepción del territorio como cuerpo y, en específico, en el caso de los nahuas, es fundamental partir de la relevancia del binomio agua-cerro y el reconocimiento de su profundidad histórica, vigencia y actualidad. El altepetl, categoría conformada por atl, “agua”, y tepetl, “cerro”, traducida como pueblo, indica cómo los pueblos indígenas integran tanto el agua como el cerro para concebir a la vez su comunidad y hábitat: su entorno de subsistencia. Los interiores de los cerros, como bien advierten los nahuas, son lugares de abundante “agua y riquezas” y son “semillero de todo cuanto hay”. El agua-cerro constituye el núcleo que provee del líquido vital y es el espacio donde se cultiva la milpa, se cazan animales y se recolectan plantas comestibles, medicinales y propias de otros usos; además de ser morada de los guardianes del territorio, entidades extrahumanas con las que se establecen relaciones que regulan el uso y cuidado de los bienes comunes.

La visita de las nubes es algo casi cotidiano. Foto: Daniela Garrido

Este espacio vital, material y espiritualmente, es fragmentado y son alterados sus ciclos. Muchas veces queda devastado por la implementación de megaproyectos. En el caso de los gasoductos hay una afectación directa por instalar los tubos en los núcleos de población atravesando bosques, manantiales, tierras de cultivo y viviendas, profanando a su paso cerros y ámbitos sagrados, pues desde fuera la gente no entiende la sutileza de los parajes, que para la gente que vive ahí son innumerables enclaves especiales, por razones diversas. Abaratando costos y con múltiples irregularidades, se han logrado imponer estos emprendimientos, sin mayores consecuencias para las empresas y las instituciones de gobierno involucradas, pero sí con evidentes afectaciones a los territorios de los pueblos originarios, lo que pone en juego la integridad ambiental, la salud y la cultura de los pueblos de la sierra.

Los pueblos integran el agua y el cerro al concebir su entorno de subsistencia

Las comunidades organizadas contra el gasoducto, reunidas en el Consejo Regional de los Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla e Hidalgo, tienen muy clara la integralidad del daño y así lo expresan y lo nombran: el bosque, los cerros, los manantiales, las tierras de cultivo, las plantas medicinales, y también los parajes sagrados, las fiestas y tradiciones, todo en su conjunto, está siendo amenazado por la construcción del gasoducto. Este proyecto se suma a otros ya impuestos y abre camino a nuevos emprendimientos en la región, lo cual destacan las personas al hacer su relato, poniendo especial atención en el agua y en el cuidado de sus manantiales.

Sean nahuas o ñuhú, como se nombran a sí mismas muchas comunidades, y siendo una región de barrancas y laderas, de caídas de agua y escurrimientos, su relación con los manantiales en las cuevas, con el agua que anida en arroyos y ojos de agua que van tachonando como estrellas todo el lomerío, remite a la referencia de lo sagrado ancestral, como lo pone la gente de San Antonio el Grande, de origen ñuhú, al decir que “anteriormente, según contaban las abuelas y los abuelos, no tenían esa religión católica o cristiana que hoy prevalece en la comunidad, sino que todo era más cercano, más hacia la tierra”. Hoy entienden que lo sagrado del agua mismo es disputado por las denominaciones religiosas, y su sentido práctico de sobrevivencia lo disputan los partidos políticos. No obstante, en el fondo saben que todo eso pueden irlo gestionando con mayor presencia, lucidez y constancia dentro del mismo territorio, pero que el proyecto del gasoducto, con su lógica exterior al mismo vendrá por el agua en un proceso que puede ser imparable. Saben que quienes están queriendo cruzar el territorio vienen por todo.

Para dimensionar la gravedad de las posibles afectaciones y entrever el contexto del despojo, además del reconocimiento de daños por otros megaproyectos en la región, es central contemplar la perspectiva de la gente afectada en sus propios términos, así como su concepción, práctica y sentir sobre el bosque, los cerros, el agua y los manantiales. Damos paso así a su voz y punto de vista, iniciando por la comunidad de Chila, en el municipio de Honey, en casa de Salvador, integrante del Consejo Regional. Andrea se encarga de ir desgranando la historia convulsa de la comunidad y su difícil relación con lo que ha sido la localidad y el municipio de Honey, así como el costumbre en los cerros y los rituales asociados a la lluvia y los manantiales.

“Bueno, aquí en la comunidad de Chila, desde que tengo uso de razón, que no son muchos años quizás, siempre hemos compartido con las gentes grandes. Yo siempre he estado más con las personas mayores, porque de ellos he aprendido mucho. Hay una campana de 1711 que está a nombre de Santiago. Aquí en Chila, según, antes, cuando el santo patrono que es el Señor de la Misericordia fue aparecido en el barrio de San Pedro, en un escobal, en un zarcero de mora y allí lo encontraron, le construyeron un oratorio que todavía existe. Es una casa común y corriente, pero ahí era el oratorio, en lugar de iglesia. ‘Oratorio’ porque era lugar de oración, y ahí existen todavía los muros. Ahí fue iglesia mucho tiempo. Ahí es donde estaban también, incluso, lo que nosotros les llamamos los dioses de la lluvia. Aquí el compañero Valente es quien está a cargo del ritual que se hace en el cerro sagrado del Margarito. El ritual del cerro es muy antiguo. Desde que se sabe, todos hemos seguido, como dicen, esa cultura, y él es quien encabeza el ritual. Éste es el ritual del cerro sagrado del Margarito, como decíamos. Ahí en el cerro nosotros vamos, hacemos el ritual, se hace el sacrificio de animales, se queda una parte y la otra parte se convive con la gente que va, que acompaña. Se habla de que antes fue una iglesia ahí, que desapareció. Mucha gente nos dice que escucha campanas. Mi padre dice que la ha escuchado en Peña Blanca en Año Nuevo. Mi padre se llama Donato Diego Aparicio y dice que ha escuchado la campana en el arroyo.

Hay una imagen allá arriba. Es una roca, nos dicen que fue un hombre que iba escalando, según la historia, y que le dio flojera, por eso se llama ‘cerro flojo’. Iba subiendo, se llamaba Margarito y se quedó ahí dormido. Y se encantó; es la piedra que está ahí. Pero hasta arriba del cerro, en la corona del cerro, nos cuentan que se hundió una iglesia y que tenían un cristo de oro. Se supone que esto era parejo. Pero en 1955 hubo un diluvio y fue cuando se hundió. Se desbalagaron todos los cerros. Por eso quedó todo eso.

Ahí es donde los antiguos que tenían sus casas en el cerro, siempre iban en agradecimiento por la lluvia o, cuando no había, para pedirle lluvia. Ahí donde está la roca, al filo del cerro. Está salidita. El manantial está de ese lado, como a cincuenta metros, no está muy lejos. Y abajo hay cascadas. Cerro abajo está la cascada; del lado están los arroyitos. La gente sube los 3 de mayo o entre el 21 y 22 de mayo. Las fechas no son muy definidas. Se hace una junta y participan todos los integrantes que forman parte del ritual. La fecha depende de cómo están las lluvias. Hay años que se viene la sequía. Para que se dé la siembra bien o si no está lloviendo pues para que llueva, más que nada es para que llueva. Cuando llega la seca es cuando la gente se mueve para ir a dejar la ofrenda. Eso se mira más o menos en abril. De hecho en enero le tienen fe, hasta donde yo sé por mi padre, es que se van viendo los días. Cada día nos da un día de cabañuelas, que le nombran. El primer día de enero sería enero, el segundo día sería febrero y entonces van viendo en esos días. Si fuera enero: está haciendo mucho sol, entonces para enero va a hacer mucho sol o mucho aire. Dependiendo de cómo está el clima, es como van viendo. Así lo determina mi papá, por las cabañuelas. Ahí se ve que —supongamos que ahora es junio–ya llovió. Mañana como es julio, hay veces que llueve, hay veces que no. Pero dicen, ¡ah! pues para julio va a llover. En agosto no llueve, y así, dependiendo. Por eso enero es el mes de cabañuelas, para que ellos vean el clima de todo el año. Eso es por lo que ellos se rigen. Entonces empezamos a reunirnos en el comité. Se invita a la gente porque se van a comprar flores y se recolecta una cooperación.

Se hace una reunión, para darle a conocer al pueblo y se les dice: tal fecha vamos a ir a visitar al cerro. Y la gente dice, yo coopero con esto, yo coopero con lo otro o se les pide el apoyo también. Unos dicen, pues yo doy un pollo, o que otro dice, voy a cooperar con un litro o dos litros, un paquete de cigarros o una caja de refrescos, así. Y aquí va la gente a orar por el pueblo. No para uno solo, se pide para todos. Y llueve parejo para toda la nación, no nada más para nosotros. Llueve parejo la lluvia. Luego interrogamos allá: se busca un adivino, porque es el que habla con el aire, el espíritu del cerro. Así tenemos la costumbre. Ellos hablan y se entienden. Sabemos que el dueño del cerro está enojado, porque ya la gente no va a visitarlo, y él dice: ya se están olvidando de mí; si ustedes hacen así, yo voy a recoger la cosecha que ustedes siembran. Por eso es que lo expresa. Como en el caso de nosotros, ya no hay cosechas como antes, ya no hay lluvia. O sea, ha cambiado mucho. Nosotros no fertilizábamos. Nada más a limpiarla y cosechábamos. Ahora hay que meter fertilizante y ya casi no se da. Por decir, el maíz, ya muy poquitos siembran. Antes todo era cultivo de maíz. Alrededor de las casas no había un solo sitio que no tuviera siembra.

Es central la perspectiva de la gente afectada: su concepción, práctica y sentir sobre el bosque, los cerros,los manantiales

Comunidad de San Nicolás. Foto: Daniela Garrido

Ahora, qué tanta gente sigue esta cultura, la tradición de subir al cerro. Principalmente nosotros los adultos, porque los jóvenes, los niños, ya no quieren. Aquí han influido mucho las religiones, porque los sacerdotes vienen y dicen que esto es cosa de locos. Incluso lo ven malo. Que son cosas ya muy olvidadas, ya muy viejas, que no debe uno seguir haciendo eso. Pero nosotros seguimos esta cultura; bueno, eso es lo que nos dejaron nuestros padres. Nosotros creemos que si llueve es porque hemos hecho el ritual y si nos alcanza la lluvia, parece casualidad, pero nos alcanza la lluvia en el camino y hemos visto que sí resulta la creencia que tenemos nosotros. En la ofrenda se sepultan pollos, borreguitos, toros. Solamente se les da un trago de aguardiente y se sepultan, y quedan muy bien para la ofrenda. A los pollos se les corta, se les hace el sacrificio para regar la sangre. Y aparte lo que se prepara para toda la gente. Sí, para convivir. Ahí el ritual es con violín, guitarra y con flores. Cada persona baila con sus flores, con su cera; los cuetes, el sonador… hay gente que baila con el sonador en la cabeza y bajan el cerro bailando. O sea, sí, todavía, para muchos de nosotros. Y la mujer iba bailando para agradecer y para que con todo gusto se recibiera su ofrenda y que nos dé, de él mismo, lo que cultivamos, y que nos mande el agua. Que no nos deje que haya sequía. Al otro día bajan y empiezan a visitar los pozos donde están los manantiales.

Nosotros creemos que si llueve es por el ritual que hicimos. Y parece casualidad pero la lluvia nos alcanza en el camino. Sí resulta la creencia que tenemos nosotros

Desde el ojo de agua que está más cerquita, así van dejando ofrenda en cada uno de estos manantiales. Son siete manantiales los que están aquí, los que están de paso. Pero en Chila hay muchos más. Son bastantes. Nomás lo que se necesita son los pozos de donde toma agua la gente. Hay mucho agua. Porque se cuenta desde el más chiquito hasta los enormes. Pensamos que por ahí de unos setenta y tantos manantiales. Ya de ahí se va al otro cerro, el de La Juanita, la pareja del Margarito. También se le deja una ofrenda de animalitos. Esto siempre es en mayo y digamos que esto prepara para sembrar.

Hay tres redes de agua, vamos a decir así, de agua potable. Pero aunque hay comités en cada una de las redes de agua potable, el agua no es controlada como en otros lados: aquí hay suficiente. Cuando no hay agua, hay que ir a hacer la reparación, de manera organizada también, en faenas vamos a reparar la red. Los que no tienen su manantial, tienen su pozo, y de ahí toman, ahí lavan. Hay gentes que todavía están retiradas, no tan en zona urbana y ’no tienen’ agua. Donde viven, tienen un pocito o se van a buscar donde haya agua. No todos tienen. En cambio aquí, como digamos, sobra en la comunidad, cada quién hace lo que quiere, pero se organizan de todos modos”.

Un punto importante es que así como hay mucha agua también ocurre la fuerza de todas las aguas. Dice la gente: “cuando ha habido temporadas de mucha agua, bajan rocas grandísimas y se quedan atoradas en esa falda del cerro. Es momento en que el pueblo se ha quedado sin agua: ocho, quince días, porque cuando baja, baja con fuerza. Ésa es una de las cuestiones que pasa aquí”.

Pero si pasa por las faldas del cerro, ¿qué ocurrirá cuando toda la región se remueva por el entubamiento?

Y continúa Andrea: “Casi la mayor afectación pasa por aquí, por este cerro. Es donde va a afectar más, pero a lo mejor dicen: pues está lejos, no hay nada que afectar. Pero sí hay afectación, para los manantiales, para los bebederos de los animales, a lo mejor hasta para agarrar riego cuando no llueve mucho. Todo esto es el agua, lo que la mantiene. ¿Y se imaginan en tiempo de lluvia que el cerro se nos llene a todo lo que da y, si vienen esas construcciones, van a afectar más porque van a remover parte de la sierra, van a mover todo eso y se van a ir las venas del agua por otro lado? Se va a desgajar el cerro al cien. Sí, va a ser un desastre”.

Uno de los varios Cirios sagrados de la región. Foto: Daniela Garrido

Dice don Hipólito Juan Vargas: “veneramos al cerro; son costumbres que los antepasados han hecho y algunos de nosotros todavía hacemos el esfuerzo de que se lleven a cabo. Se hace en el Margarito, ese cerro sagrado. Es un ritual que se hace para pedirle abundancia de cosechas, más agua. Se realiza en los meses de mayo que son los meses más secos. Se hacen sacrificios de pollos, de guajolotes, de borregos y todo lo que es el ritual; se hace música, danza y también nosotros nos organizamos a partir de mayordomías. Nosotros somos quienes organizamos las fiestas patronales. Ahí no lo hacen las autoridades, nada de eso. También se hacen rituales de baile de flores, se hace la fiesta del tres de mayo, se baila con las ollas de tepache. Ya al final se reparte a todos los que nos acompañan ahí en el ritual. El Margarito es sagrado pues es de donde más viene el agua para el pueblo, viene por gravedad, hay manantiales, hay mucho bosque y pues sí tenemos dos ríos que son los que están dividiendo el pueblo, uno se llama el Betancur y el otro es el Salto Colorado. También se está promoviendo mucho el ecoturismo, tenemos cascadas muy importantes, tenemos grutas que nosotros les llamamos Las Cuevas, tenemos lugares muy preciosos y donde pretenden pasar las líneas del gasoducto tenemos ése que es el cerro sagrado, lo que nosotros hemos venido defendiendo”.

Y continúa: “En otomí el cerro se dice que es el Cerro Flojo, les digo que tiene un gran historial, pero nosotros lo único que podemos seguir es lo que nos heredan nuestros antepasados, lo hacemos con mucho gusto. Dos noches antes de escalar ese cerro estamos danzando y hacemos el ritual: bailamos con el piloncillo, bailamos con las canastas, con las flores con cohetes. Y si nos llevan aguardiente hay que bailar con el aguardiente y bueno con todo, con la madre tierra. Se convive, se le da un vasito a las personas que acompañan y si no también en el cerro se deja un parte de la ofrenda. Es más a la tierra, el cerro es el cerro sagrado, pero ese cerro se compone casi desde la población hacia arriba, eso es lo más curioso y es donde baja toda el agua, alrededor del cerro, está como si fuera un pulpo, le salen por todos lados hilitos de agua”.

Interviene Luis Murcia Aparicio: “Al inicio nosotros no estábamos muy informados, porque la empresa sólo se acercó con el presidente municipal y con el presidente auxiliar y bueno, veíamos que pasaban camionetas, pero como todos los personajes que van a hacer su trabajo, como los del INE o de otra instancia de gobierno. Pero nos empezamos a preguntar y ésos qué, pero ya nos dijeron que ahí viene el gasoducto, que nos viene a dar trabajo, que nos va a dar dinero y empezamos a informarnos, qué tipo de trabajo nos van a dar a nosotros, pues nada, nos iban a dar una ‘obrita’. Realmente eso no viene a cubrir las necesidades de la gente y si nos dicen, ya nos vamos a llevar su agua porque vamos a hacer el gasoducto y les vamos a dar dinero, y luego nos la cambian y que no se iban a llevar el agua, que nada más iban a meter un tubo —y un tubo de un diámetro muy mínimo, pero resulta que no, que era de 96 pulgadas: un gran volumen. Nosotros siempre pensamos que nos decían: les vamos a traer unos videos y fotografías de otros lugares en donde hemos construido estos ductos, y sí, efectivamente pusieron ahí unos videos, pero son en lugares planos donde no se ve realmente la afectación porque está plano, pero en el caso de nosotros son lugares encumbrados, cerro, que si vive alguien debajo de donde van a poner el ducto pues le tienen que tapar su casa y hay agua arriba, se la van a tener que desviar, la van a perder y si tienes cultivo también te lo van a echar a perder.

“Pero ellos dicen que sólo van a afectar la cantidad; que lo que tenga el dueño donde van a pasar, están diciendo que nos pagan afectaciones de todo tipo. Pero bueno, la realidad, los únicos que sabían de este asunto eran el presidente municipal y el presidente auxiliar, son los que se encargaron de darles permiso del uso de suelo y otras cosas, desde luego a espaldas del pueblo. El Consejo no sabía nada, con nuestros propios medios fue que fuimos averiguando lo que estaba ocurriendo. Lo único que dijeron es que ’lo que diga la mayoría’, pero han estado convenciendo a la gente tratando de decirles que les van a dar una loza, buscando la oportunidad de que pase el gasoducto, pero no sólo eso, con engaños, ‘que no pasa nada, que no hay riesgo’. Se encargaron de poner un transporte para llevarlos a una planta, dicen que fue en Tula, pero la gente que fue realmente llegó con otra información, que no fueron a una planta, sino a un lugar donde los encerraron y hablaron con ellos; les dieron de comer, les dieron de todo para convencerlos que ellos aceptaran una consulta. Al final, la autoridad municipal sigue insistiendo que quieran o no, como quiera van a pasar, amenazando, pues entonces el que no quiera, ‘que se vaya del pueblo’, hasta con esas amenazas. Dicen que ellos ya dieron el fallo, pero cuando nos reunimos todos no lo hablan así, sino dicen que ’lo que digamos todos’, entonces pues cambian mucho sus opiniones”.

La petición del agua, Los Tenangos, mitos y ritos bordados, arte textil hidalguense, p 88

Los cerros por donde cruzaría el gasoducto, como bien dejan ver los integrantes del Consejo Regional de la comunidad de Chila, son lugares de memoria y enclaves rituales, en sus cumbres, laderas y oquedades los otomíes y otros pueblos originarios de la sierra han configurado su historia, que recrean cíclicamente en sus ceremonias. Más aún, los cerros, junto con otros constituyentes del entorno, son morada de dueños, señores o guardianes asociados con poderes y dominios específicos, generalmente identificados con los mantenimientos, con los que los serranos establecen diversas formas de intercambio que ponen en movimiento una compleja circulación entre humanos y potencias extrahumanas. Para los pueblos originarios de la región, la constitución de la vida, pero también su deterioro, se juega en el vínculo con los dueños, señores o guardianes y también con los aires, los santos y los ancestros, conformando así una comunidad devenida en el tiempo y en contigüidad con el territorio.

Estamos ante proyectos de despojo que sustraen a los pueblos de sus tierras ancestrales y las reorganizan para subsumirlas al valor de cambio, confrontando dos lógicas diametralmente opuestas. Si desde la lógica del capital todo se cosifica y se torna en mercancía, en contraste, en las comunidades encontramos que buena parte de esto que vinculamos con el territorio se personifica y se privilegia un valor de uso de carácter ritual que siempre implica un cuidado y una temporalidad que se atiende.

Aquí ocurre, por parte de las empresas y el mismo gobierno, un equívoco que podría dar lugar a una discusión antropológica en torno a lo que llamamos naturaleza: lo que entendemos por territorio está constituido por estas entidades —la Dueña del Agua, del Monte, de los Animales o de las Semillas– que desde la perspectiva de los afectados están vivas, tienen agencia y voluntad, y son necesarias para tener la base de la subsistencia, pero también para tener salud y prosperidad.

En cambio, para favorecer la acumulación del capital en diversas regiones del país se está pulverizando el agua-cerro, es decir, se está sustrayendo a las comunidades de todo aquello que se ha nombrado “el semillero de todo cuanto hay”, ya que para los pueblos —lo cual es expresado en múltiples relatos y cosmologías–en el interior de los cerros está el agua, las semillas, los animales. Si se llevan a cabo estos proyectos, además de despojarlos de sus tierras, se rompe su relación con ellas y con todo este entorno de subsistencia, con todo este entorno simbólico. Al romperse esta relación se rompen también los hilos de relación, es decir los saberes, las técnicas, las estrategias, los vínculos encarnados en saberes, y como tal se deshabilita a la población, que queda precarizada y lista para ser sometida al trabajo asalariado como mano de obra explotada. Además, se contaminan los ríos y las fuentes de agua, y se acrecientan y agudizan las enfermedades al estar expuestos a múltiples tóxicos junto con la imposición de condiciones que aceleran la sustitución alimentaria.

Si bien las amenazas son múltiples y se han acumulado en la actualidad, desde una perspectiva histórica es posible seguir un proceso de cambio cultural en la Sierra Noroccidental a partir de tres ejes fundamentales: 1. El capital y su impacto en la economía local a partir de la venta de fuerza de trabajo, que necesita derruir la relación de la gente con su entorno y deshabilitar las técnicas mediante las que resolvía por sus medios propios lo más importante; esto aunado a la producción de cultivos para la comercialización y el consumo de mercancías cada vez más acentuado y variado. 2. La presencia de las instituciones nacionales vinculadas a los programas de gobierno, la fragmentación de las decisiones, la individualización en el trato, una educación ajena, a veces poco pertinente, una salud menospreciativa y que siempre busca, como la religión y el sistema de partidos, trastocar significativamente las formas de organización comunitaria de los pueblos. 3. La Iglesia y los programas de evangelización durante diversos periodos, la mayoría de las veces con políticas de sustitución religiosa e intolerantes al costumbre de las comunidades.

Actualmente la vida económica de los serranos es cada vez más diversificada: a la vez que cultivan milpa o producen café, migran temporalmente para trabajar como jornaleros en plantaciones de Veracruz o trabajadores en la construcción en diversas ciudades del país. Hay quienes han abandonado definitivamente la producción agrícola para migrar a los Estados Unidos o laboran como empleados del gobierno, taxistas o comerciantes. El caso de la comunidad ñahñú de San Pablito en el municipio de Pahuatlán es representativo al respecto, sobre todo por el desarrollo de una economía local a partir de la venta de artesanías dentro y fuera de la región. Hoy día el arte en papel amate, los textiles o el trabajo en chaquira son nacional e internacionalmente conocidos.

En una conversación colectiva en el pueblo de San Pablito, la gente expresa sus reflexiones sobre el proceso de cambio vivido en la comunidad y las posibles afectaciones del gasoducto. Comienza Feliciano Soto Laja, nativo de esta comunidad, que él mismo afirma “es ñahñú”.

“En la comunidad siempre ha sido de puro trabajo, artesanía, lo que es el papel amate, los bordados de chaquira igual. La gente siempre se ha mantenido unida. Todos juntos trabajamos en sacar por delante la comunidad. Lo que a San Pablito le da ese espíritu que tiene son sus tradiciones, sus ofrendas que realizamos año con año. La gente se mantiene firme con sus plantas medicinales, con nuestra agua potable, todo lo que tiene a su alrededor de la comunidad: su sembradura que tiene. De eso vive la gente de San Pablito, que tiene sus costumbres y donde 80-85 por ciento de la gente habla el otomí. Quiero recalcar que San Pablito tiene una manera de vivir muy diferente al de otras comunidades. Tiene sus tradiciones y costumbres, pero también San Pablito tiene una amenaza. Hace como tres años que nos enteramos que un proyecto quiere cruzar al territorio. La gente de San Pablito tiene un Consejo donde se defiende este problema para la comunidad. Lo que es el agua potable viene de la parte de arriba del cerro: es ahí donde el gasoducto es una amenaza para San Pablito y, por eso, como ciudadanos, estamos preocupados, porque tenemos miedo por los deslaves; pero lo que más nos preocupa es la fauna, que también es muy importante para nosotros. Y por las plantas medicinales: de eso vivían nuestros abuelos. Por eso estamos preocupados. Lo que da la vida a San Pablito sobre todo son los manantiales. Tiene siete manantiales que están arriba del pueblo y luego ésos son los manantiales que recibe San Pablito: son siete y le dan vida a nuestra comunidad.”

Se presenta el señor González Aparicio y continúa el relato. “Tengo 47 años. El problema que hay es que nunca escuchamos lo que estaba ocurriendo. Cuando tenía yo 37-38 años, casi no había líos. Ese problema que hay ahorita no había. Antes trabajaban bien las gentes; se unía la gente. Pero ahora veo que no está trabajando junta. Los partidos que hay, afectan. Hay cincuenta o sesenta personas que no están juntas con el pueblo. Ahorita, está difícil porque las líneas que quieren pasar por el agua, si es que van a pasar, nos van a afectar a nuestros hijos, nuestros nietos. Y sobre el mero cerro de San Pablito se va a pasar el trazo. Uno estaba proyectado abajito a 500 metros de la comunidad San Pablito y otro, porque según hicieron dos trazos, atrás del cerro. Pero afectando el manantial que abastece a todo el pueblo. Por eso estamos aquí para luchar. Antes, la siembra que había era maíz, pero ya no. La gente va cambiando. Eso es lo que quiero decir porque yo sé todo, pero se me traba la lengua. Lo que sé es también que los cerros que están aquí derrumbados, son cerros sagrados. La gente viene ahí. Cuando la gente se enfermaba se curaba ahí”.

Y luego aclara, pensando en los cultivos que había: “se sembraba maíz, frijol gordo [ayocote], eso es lo que sembraban ahí. Uno sembraba jitomate de hoja, frijoles, chiles; no, pues hasta cacahuate. Antes había trabajo: uno sembraba caña, ya nada más se cortaba. Es lo que sé”.

Asamblea en San Nicolás. Foto: Daniela Garrido

Luego surge la cuestión del agua, de los ríos, y él responde: “Es que San Pablito tiene sus manantiales. El río pasa por la parte de abajo. Es el río de Santa Mónica y Pahuatlán. No es el río San Marcos. Es el Santa Mónica [aunque le dicen río San Marcos]. Es el que pasa por todo Tlacuilo, hasta Ceiba y Poza Rica. Sí, hasta Veracruz”.

“Yo voy a comentar algo”, dice Ciro Reyes: “Ora sí que San Pablito tendrá una razón por qué está ubicado ahí: tendrá una razón. Zumbite es la comunidad de San Pablito. Cuando tenía corta edad (aunque aquí nací) me llevaron a la Ciudad de México y ahí me crie. Cuando venía, veía todavía el pueblo bien. Inclusive ahorita como está, creo que estamos bien. En vez de que dijéramos: queremos más tecnología, más cosas que innovar al pueblo (porque eso a veces daña), en vez de traer algo mejor, lo que llega es un daño. Entonces, así como está con sus tradiciones, su vestimenta, su comida y con todo lo que tiene, pienso que está perfecta como está. El paso del gasoducto nos traerá problemas, sobre todo con lo del agua potable. Pienso que es un agua tan pura la que pasa en los manantiales que están arriba de San Pablito. Nos afectaría porque a lo mejor esa agua que nos beneficia se desviaría con el paso de los tubos, la maquinaria, todo eso: se desviaría. Hemos visto casos que, en donde brota agua, en vez de decir vamos a escarbarle para que haya más agua, no. Ahí es todo lo contrario. Se desvía y se va el agua. A lo mejor pasando tanta maquinaria desviaría el agua”.

Entre los cambios económicos y políticos y el proceso de adaptación de las comunidades a las condiciones impuestas por el exterior, es evidente la vigencia de una lógica de las relaciones, cultural, que dista del valor de cambio y el mercado, que se expresa en los saberes, las prácticas rituales en relación con los mantenimientos y sobre todo con el agua y el cuidado de los manantiales. Por eso la preocupación de que sus mantos puedan ser trozados por la construcción de los ductos. Estos cuerpos de agua, además de ser una de las principales fuentes de biodiversidad, salud y de subsistencia de los serranos, son parte constituyente de un complejo ritual y organización comunitaria ex presados en especial durante el mes de mayo.

Justamente en este mes, que se distingue por la intensidad de la estación de secas y la carencia de agua, se lleva a cabo la Fiesta de los Manantiales. Coincide con la fiesta de la Santa Cruz el 3 de mayo, entre los diversos pueblos de la Sierra, que despliegan sus tradiciones en torno a los diversos veneros que se encuentran al interior o fuera de los núcleos de población, articulada por una red comunitaria que encabeza el comité de agua y en algunas comunidades por los padrinos de cruz y las parteras. A la vez que se lleva a cabo el ritual católico y se convoca al sacerdote, se realiza también el costumbre: la mixtura entre ambas tradiciones es compleja, sin embargo, se debe decir que ya sea que el agua se identifique con Atlanchane o la Sirena, María Isabel o Santa Catalina, desde la lógica de los pueblos originarios es improcedente la “fabricación del agua” o pago en dinero a cambio y, por tanto, es impensable que esta fuente no provenga de un don o regalo que requiere a su vez de una reciprocidad, un pago ritual y un agradecimiento como parte de un paradigma del cuidado y una economía ritual legada por los ancestros, como lo explican los ñuhú de San Nicolás, ahondando en una noción que le es ajena al mundo occidental y que refuerza la comunalidad como centro de sus convicciones. Esa noción proviene de observar y entender que los cuidados que la gente realiza son un trabajo conjunto con la madre tierra, la naturaleza, el territorio, con esos dueños o guardianes y guardianas de los parajes sagrados. No se le cuida a la madre tierra (cual si fuera una enferma desvalida), se trabaja en conjunto con ella y con los seres que custodian que todo esté en orden.

“Mi nombre es Miguel López Alejo. Soy originario de esta localidad de San Nicolás o Desní en idioma ñuhú (lugar de pinos o de muchos árboles). Mi preocupación es evitar que se contamine el medio ambiente; evitar el impacto social. Hace muchísimos años, desde nuestros abuelos y bisabuelos, ellos han intentado cuidar los cerros, los montes que nos rodean, el bosque mesófilo que todavía se encuentra en nuestra región, cerca de nuestro pueblo de San Nicolás, pues hay que seguir conservando las diferentes especies de plantas que existen aquí en la sierra. La necesidad de conservar el bosque mesófilo es también porque de ahí nacen las nubes que hacen llover a nuestra región. Esa agua que llueve aquí hace que produzca las diferentes semillas que la misma madre naturaleza nos siembra o la semilla que siembran los campesinos para que se den las cosas que nosotros necesitamos, el consumo familiar: llámale maíz, chile, frijol y otras cosas que se dan en la sierra, ya que viene siendo de uso familiar, aunque, cuando hay de sobra, le vendemos a otros pueblos.

“También es cuestión de impacto ambiental, pues no queremos que se contamine el agua, porque el agua es vida. El agua nos da todo lo que necesitamos para nuestra existencia, porque el día que se contamine el agua o supongamos que, si pasa el gasoducto que tanto le interesa al gobierno municipal y estatal que pase, contaminarían a la misma madre naturaleza que es la tierra, contaminarían las mismas plantas. Todo lo que se da en el campo tenemos que cuidarlo pues nos va a dar vida: es la misma naturaleza, porque la protegemos, la defendemos. Defenderla hará que haya menos riesgo de enfermarse la gente, porque según, cuando el agua se contamina con el gas, el aceite o con otras cosas, produce cáncer y el cáncer ya no se cura, si no se controla.

“Si somos pobres y no tenemos riqueza que heredarle a nuestros hijos, cuando menos heredarles el bienestar de que no esté contaminada el agua, que no esté contaminado el aire que van a respirar mañana o pasado, que no se enfermen. Que sea una buena herencia que nosotros le vamos a dejar a nuestros hijos. Pero si le vamos a heredar tanto el agua como el aire contaminados, de qué sirve que quedemos debiéndole a nuestros hijos, que tengan que vivir de pura enfermedad. Entonces, para mí, la riqueza de una persona es la salud. La vida sana que lleva: ésa es la riqueza. Porque, aunque haya dinero, si el niño o el joven está enfermo, ¿de qué sirve que tengan la riqueza de mucho dinero? Pero sí basta con que estén sanos y fuertes el niño, la niña; pueden ganarse el pan de cada día; trabajar luchando para buscar su propia alimentación y la de sus hijos, para ir alimentando las generaciones. Yo le llamo vida o el placer de servir a los demás, hacer el bien para los demás. Así estamos construyendo un buen futuro para nuestros hijos. Educarlos: que hagan algo bueno para la naturaleza, que no se contamine el agua, el aire, la misma tierra que nos da fortaleza para nuestra existencia.

“Ya lleva como 6-7 años que ocupamos el agua potable que nos abastece habitualmente. Se invirtieron como 5 millones de pesos. Fue a través del sistema de bombeo, que, gracias a un presidente municipal que nos ayudó, pero también a la perseverancia de la comunidad que le insistió mucho al gobierno municipal que gestionara para que se aprobara el presupuesto y se realizara la obra. Esas obras son benéficas para el pueblo. Van a durar unos diez, quince o veinte años, pero de cualquier manera son buenas”.

Continúa Serafín Cajero Antonio, también nativo de San Nicolás. Es el comisariado ejidal. Y relata: “muchas veces el gobierno dice que organiza: que vamos a cuidar, que vamos a proteger los bosques, las manantiales, vamos a cuidar nuestra tierra, nos insisten. Adentro del ejido trabajamos todos los campesinos; ahí trabajamos algunos y los mayores siembran maíz, frijoles, chiles, tomate; algunos tienen cafetal. Ahorita, la mayor parte tiene cafetal. Los bosques, las manantiales donde consumen agua todos los campesinos, el gobierno muchas veces dice que cuida, que protege todos éstos, pero en el tiempo presente ellos mismos destruyen, como ahora que va a pasar el gasoducto, porque es una destrucción lo que hacen, pero gracias a Dios algo tiene que ocurrir. Porque yo sé que existe un Dios, el creador de la naturaleza y nuestra naturaleza. Estos gobernantes, el presidente de la República, el gobernador, el presidente municipal, pues son vende-patria. Nos están pisoteando nuestro derecho indígena”.

Interviene otro señor con gran contundencia: “Mi nombre es Claudio Modesto José. Soy originario y vecino de esta comunidad de San Nicolás, municipio de Tenango de Doria, Hidalgo. Soy cien por ciento indígena, hablante de lengua ñuhú. Mi mayor preocupación es que el gobierno pretende o se ha puesto de acuerdo con la empresa TransCanada a que pase el gasoducto por nuestro territorio, porque nosotros como campesinos nos damos cuenta de que va a destruir, en primer lugar, nuestras tierras, porque son 12 metros los que van ocupar para colocar el tubo, son 12.5 metros de cada lado: en total 25. Los de la empresa dicen que no van a causar daño o que no va a traer ninguna consecuencia mala; pero eso no es cierto, porque, a lo mejor, al pasar esos tubos, de momento puede pasar alguna explosión. Pienso que a través del tiempo pueden explotar los tubos. Ahí es donde se contaminaría el aire y, al contaminar el aire, dañaría la flora, la fauna, contaminaría los manantiales y ahí es donde van a venir las enfermedades”.

Interviene Rebeca López Patricio: “Lo que les puedo decir es que tenemos muchas tradiciones y que no queremos que se pierdan, porque de por sí se han estado perdiendo por la migración que hay, porque no hay trabajo. La mitad de los habitantes de San Nicolás están en Estados Unidos. Por eso es que ha cambiado un poco la cultura, pues traen otras tradiciones, otro tipo de vestimenta. Con este megaproyecto estaríamos peor. No queremos que nos desaparezcan como cultura ñuhú. El gobierno ya conoce todo esto, solamente es que le conviene que pase el gasoducto. No es que no conozcan las leyes: ellos ya lo saben, pero nos quieren pisotear: son indígenas, dicen, no saben nada. Yo les puedo hacer lo que yo quiera, dicen, pero no. Sí conocemos nuestros derechos. Sabemos que existen convenios, artículos constitucionales de los Estados Unidos Mexicanos y también estatales. Sí los conocemos. Que ellos no quieran protegerlos es otra cosa. A ellos no les importa si nosotros bailamos en los cerros, si adoramos el agua. No les importa: ellos sólo quieren dinero. Ojalá podamos lograr esta lucha. Lo único que nosotros queremos es que se cancele el proyecto del gasoducto, porque a nosotros no nos beneficia nada. Bien dicen acá las personas más mayores: somos pobres y a lo mejor ya no vamos a llegar a ser ricos, pero por lo menos queremos estar sanos. No queremos contaminación, ni de agua, ni de aire, ni de suelo. Si comemos quelites, que sean limpios. Si tomamos agua de manantial, que sea limpia, y si respiramos aire, que sea limpio también. Estamos orgullosos de estar aquí. Porque yo he ido a la ciudad y no me gusta estar allá. Se me infecta el ojo; se me irrita la garganta. Entonces aquí, aunque sea con quelites y salsa de molcajete, somos felices aquí en nuestra tierra.

“Y hay muchísimos manantiales. En los pueblos de San Pablo son como trece, pero aquí, por todo, como veinte, veinticinco o más. Hablamos de unos treinta manantiales. Hay manantiales grandes, chicos y medianos. Son varios manantiales de donde jalan agua también los de San Pablito. Tan sólo aquí, mi vivienda ocupa agua de manantial que está aquí como a cincuenta metros. La tenemos entubada, pero antes íbamos con nuestras cubetas al centro a sacar agua fresca de ella y la gente allá lavaba, pero últimamente ya la entubaron y ya nos llega.

La comunidad fue la que entubó, con el comité de agua. “Es un comité que se forma cada vez que hay que hacer un trabajo: por ejemplo, jalar el agua. De los cobros y las cuotas se encarga el delegado. Si en tiempos de aguacerazos hay derrumbe y todo se destruye, o se rompieron dos o tres pedazos de tubo, la gente coopera o dice: hay un dinerito ahí en la delegación, y ya se compra la tubería y con eso funciona el agua. Se hace trabajo colectivo, que aquí le llamamos faenas.

“Aquí tenemos temazcal. Casi todas las familias tienen. Ahora que tenemos gripa y todo eso, el temazcal nos viene bien y nos curamos. La mayoría teníamos puro temazcal y no baño. Ahí nos bañábamos. Ahora ya algunos prefieren el baño. Es curativo para los que padecen de reuma. Tan sólo las hojas que se usan en el temazcal son de un árbol que ya está un poquito en peligro, el encino, que se utiliza como hojeador para jalar el vapor. Todos los jueves y los viernes las personas van a traer sus hojitas para el baño —por lo regular el baño es a la tarde. Para las señoras que se acaban de aliviar, es en el día, o si hay algún enfermo. Cualquiera otra persona que nomás quiera un baño, pues es por la tarde, como a las seis. Se recomienda salir bien tapados, con una cobija; porque como decimos, se pueden bañar ahí mismo en el temazcal. Se meten las cubetas y allí mismo se calientan. Antes de salir, se baña uno ya para acostarse. Muchos como que nos pegamos con el hojeador, pero hay muchos que nada más jalan el puro vapor, pero nunca toca el hojeador la piel: nomás el puro vapor.

“Una de las fiestas grandes es el 3 de mayo, es muy importante, porque, aquí en la comunidad, hay varias religiones, pero en sí la que se conserva es la religión católica. Ahí la gente va a adorar los manantiales. Para eso le llevan música, ofrendas, van a bailar allá. Recorren todos los manantiales para que haya suficiente agua. Incluso, si antes falta el agua, pues ellos van antes. No sé —mucha gente no quiere creer—, pero cuando van, de veras que sí llueve en la tarde. Sí les funciona.

“Hay una cueva sagrada, donde anteriormente, bueno, todavía, en tiempos de sequía, van a pedir el agua allá. Entran en la cueva y llegan a un lugar donde hay agua adentro y empiezan a bailar, llevan música. Al salir de la cueva, se traen un poco de agua, la echan arriba. Hay algunas personas que no creen, pero sí. A esa cueva va gente de otras comunidades circunvecinas. Le dicen Mayónija en otomí. Antigua iglesia. Hay dos: una es Dónija y aquí es Mayónija, más grande, más sagrada, siempre llevan la ofrenda. Le tienen que dar una ofrenda para que se les conceda su petición. A la cueva se va nomás cuando empieza la temporada de calor, la sequía. Pero sí va mucha gente. Pero sobre todo cuando empieza a faltar el agua, cuando no llueve —cuando se escasea el agua”.

Además de la cosmología y el ritual en torno al binomio agua-cerro, es central la vigencia de la gestión comunitaria del agua en la Sierra y en miles de comunidades a lo largo del territorio nacional. Frente al control de la administración del agua por parte del municipio, el estado o el gobierno federal, los pueblos han defendido la gestión comunitaria de las propias redes de distribución locales del líquido vital por medio de diversas figuras jurídicas: comité de bienes comunales, comité de ejidatarios, delegado municipal o asociación civil. Es claro que para la gente el agua es un ámbito de comunidad, como dijera con gran visión Jean Robert en el título de un importante libro suyo.

Estas redes de distribución locales del agua implican formas de intercambio articuladas por una compleja organización comunitaria y trabajo en común que se expresa en los sistemas de cargos, comités, mayordomías o en los distintos compadrazgos, relaciones de parentesco y alianzas que se actualizan y reproducen en el territorio a través de las fiestas y acciones rituales y, especialmente, por medio del costumbre. Estos sistemas giran en torno de un pozo, manantial o pequeña infraestructura a partir de los cuales se organizan para conservar y distribuir el agua y su gestión es regulada por sistemas normativos locales.

Estas redes de distribución locales del agua implican formas de intercambio articuladas por una compleja organización comunitaria y trabajo en común que se expresa en los sistemas de cargos, comités, mayordomías o en los distintos compadrazgos, relaciones de parentesco y alianzas que se actualizan y reproducen en el territorio a través de las fiestas y acciones rituales y, especialmente, por medio del costumbre

El caso de Montellano es paradigmático, ya que muestra que las relaciones de alianza que se establecen trascienden a las comunidades y se tejen entre éstas formas de convivencia y ayuda mutua en torno del agua y su flujo donde confluyen los pueblos de la región. Montellano es una comunidad campesina, de tradición nahua-ñuhú, del municipio de Pahuatlán, Puebla. “Montellano se asienta en lo alto de la montaña desde donde se divisa la comunidad otomí de San Pablito, tan conocida porque tiene, como un don, el espíritu para elaborar el papel amate. La vida de estas comunidades está entrelazada por el modo de vida campesina, por los símbolos religiosos de la sabiduría ancestral y un sistema de relaciones basado en el intercambio y en el reparto de lo que se tiene. Montellano, San Pablito y muchas otras comunidades están amenazadas en las propias esencias de sus sistemas de vida, por el proyecto del gasoducto Tuxpan-Tula”, dice Alfredo Zepeda, un sacerdote jesuita que ha vivido e investigado en la región ñuhú de la Sierra Norte de Veracruz, pero también de Puebla e Hidalgo, y que ha venido a entender la relevancia de dicha comunidad en el flujo de los veneros del agua en todo el territorio.

Y él dice: “El proyecto del gasoducto Tuxpan-Tula vendría a destruir ese sistema intercomunitario de convivencia, cruzando sin pedir permiso por cerros sagrados de donde nace la vida y el agua. El desconcierto de las comunidades cunde en la medida en que la empresa filial de TransCanada se concentra en comprar supuestos permisos de las autoridades de arriba, en cruzar despiadadamente por los predios y los solares de la gente para señalar la ruta del gasoducto, indiferente ante los manantiales y los espacios de ofrenda y adoración. Montellano es particularmente importante en este tejido intercomunitario de vida, porque de su montaña mana la mayor parte de los nacimientos de agua que luego forman arroyos y más abajo ríos en estas sierras tan hermosas como intrincadas”.

Conversando con Gonzalo Rivera, oriundo del lugar, éste le comenta al padre Alfredo: “Nosotros tenemos el cargo de repartir el agua a todas estas comunidades; eso es un gusto grande para nosotros. Y si el gasoducto cruza por aquí por Montellano, la empresa nos va a dejar sin agua a nosotros y a comunidades de los tres estados: Puebla, Hidalgo y Veracruz”. Hasta este cargo de repartir el agua les quieren arrebatar, comenta don Gonzalo. Todo el modo histórico de compartir la vida se va a desbaratar. Por eso aumenta la conciencia, para que el atropello no se consume, dice Alfredo Zepeda.

Los hijos de don Gonzalo Rivera y su esposa Rufina Pérez Carrillo viven en California y mandan cooperación para que ellos se puedan mover entre las comunidades alertando y vinculando los esfuerzos de la gente. Y abundan sobre la amenaza del gasoducto a las tierras, a la gente que vive ahí, y el modo en que se están organizando: “Nosotros anduvimos en comunidades y pueblos por este lado de Tlacuilotepec, de abajo de Jalpan para acá, anduvimos con unos compañeros (una maestra y un maestro y personas que se animaron a acompañarnos), y pues esos lugares ya están informados. Y nosotros estamos informados que si nos dejamos, sí nos van a pasar a molestar y no nomás a mí, aquí nos van a molestar a todos, son varias comunidades y por eso nosotros nos hemos estado organizando. Ahorita tenemos reuniones en Zoyatla y cada quince o cada veinte días con los compañeros que estamos, como los de San Nicolás, de San Pablito, de Xochimilco, de Aguacatitla, de Tlalcruz, de Tlacuilotepec, que somos los que estamos acudiendo a esas reuniones para estarnos enterando de lo qué pasa con ese proyecto del gasoducto”.

Don Gonzalo continúa: “Y pues vaya si hay agua. Si usted hace una excavación de aquí a unos 50 u 80 o 100 metros encuentra agua y más adelante hay agua y agua, pues aquí por donde quiera que le busque, le digo, no van a dejar que haya agua, porque según dirían los de la empresa, no, pos donde haya agüita le vamos a dar una vueltecita y no vamos a pasar a destruir su manantial, pero cómo le van a dar su vueltecita al agua si por donde quiera hay agua. Es lo que muchas comunidades que están hacia abajo como San Pablito, Xochimilco, Aguacatitla, Zoyatla, Tlalcruz y Cuaulutla tienen. De aquí baja el agua hacia esos pueblos, incluso los de San Antonio el Grande también agarran agua de aquí hasta para allá —San Antonio el Grande del municipio de Huehuetla, Hidalgo—, o sea que somos de Puebla e Hidalgo exactamente los que nos estamos defendiendo”.

Y Alfredo Zepeda reflexiona panorámicamente la región: “El Gasoducto Tuxpan-Tula no sólo es Puebla e Hidalgo, sino también Veracruz. Sabemos que muchas comunidades del municipio de Ixhuatlán de Madero también se van a ver afectadas por este gasoducto”. Y entonces la pregunta directa a doña Rufina Pérez Jarillo es si esta lucha de la que hablan, es sólo de los hombres o también es de las mujeres. “No, también de nosotras las mujeres”, contesta Rufina, “porque de hecho a todos nos perjudica: en primer lugar perjudica el agua, el medio ambiente y también a las plantas que tenemos nosotras, cuando menos los aguacates, los limones, las limas, las guayabas y luego sembramos chayotes, calabazas, chilacayote y todo eso, y pues a todo le afectaría”, comenta. “Y sí, la idea de que nosotros nos oponemos a este proyecto es porque también a nosotros nos afectaría, porque ahí nos estamos tomando nuestra agüita que no está llegando aquí con manguera, pero el gasoducto pasaría por ese terreno y si pasa ahí nos acabaría todo ese manantial, nos destruiría; bueno, a lo mejor tendríamos agua de otro lado, pero ya tendríamos que ir a acarrearla con botes o con garrafones, qué sé yo. Porque ahorita nos llega el agüita gratis de ese manantialito que nos abastece aquí en esta familia, de aquí, de los Riveras que estamos aquí. Los de TransCanada tal vez piensan que no vive gente aquí, así lo toman ellos, que como que dijera que aquí no hay personas que puedan salir afectadas. Dicen, pues ahí no hay ningún peligro. Ya dijeron que aquí no hay ningún problema, que pueden pasar, que no hay personas, que no vive nadien”. Y Alfredo Zepeda pregunta sorprendido: “¿O sea, ya declararon que usted no existe?” “Ajá…”, se ríe Rufina, “sí, jejeje, no pos sí, la verdad sí, es lo que dicen: aquí no hay personas, que a ellos les estorbamos, que ellos pueden pasar libremente”.

Historia de animales, Los Tenangos, mitos y ritos bordados, arte textil hidalguense, p 89

Don Odilón lo rememora en su recuento de la historia de su comunidad, Montellano, lugar que todos señalan como el más alto (a 1,840 metros de altura) y donde según se dice están los manantiales que alimentan todo el sistema de agua de la Sierra.

“Teníamos un manantial acá abajito. Ésa era el agua que consumían [nuestros abuelos] y aquí también. Ya esta agua que tenemos hoy fue mucho después. Fue después de la luz. Primero fueron las escuelas, luego luchamos porque entrara la carretera. Ya tuvimos la carretera y luego le seguimos con lo de la luz. Luego luchamos por una casa de salud y ya la tenemos. Después luchamos por el agua a base de bombeo. Estaba abajo. Los manantiales están allá adelante, abajo. Nada más son dos. Es una joyita acá y otra allá; se juntan abajo. Se tomó el agua de acá y de allá y se hizo un depósito grande y la bomba se puso arriba. Se puso un monumento, un edificio, al nivel de la comunidad, para que el agua llegara a todas partes. Aunque agarrara un poco así para arriba, de todos modos llegaba el agua”. Con el proyecto del gasoducto, la gente como don Odilón sabe que se va a afectar toda la relación con el agua, pero sobre todo los manantiales. “No conocemos mucho, pero pensamos que es una gran contaminación para el agua. Porque como tiene que atravesar los terrenos, tiene que encontrarse con los manantiales. En eso nos van a afectar. Aparte de eso, miren, esta loma de Montellano es la que está manteniendo a todos los pueblos de agua, a todos los pueblos alrededor. Con decirle que toda esta loma, de aquí para San Nicolás, es la misma loma y está manteniendo incluso un pueblo de hasta allá por Hidalgo que se llama San Antonio el Grande. Hasta allá ya metieron el agua, muy lejos. Pasaron cerros. No sé cómo le hicieron, pero metieron el agua. Luego, todos los pueblos de acá, se están llevando el agua. Esta loma de aquí enfrente es la que están manteniendo los pueblos de la región”.

Desde la perspectiva de los serranos el agua va al mar pero viene del mar y alimenta desde lo subterráneo hasta las nubes, y los manantiales y las caídas, los ojos de agua, los arroyos y los ríos son su expresión más contundente. Por eso desde siempre el agua ha sido sagrada. También entonces se invoca la idea de que es una serpiente que sube de las entrañas de la tierra a las nubes, de donde irriga la tierra en plenitud, se filtra a la tierra de nuevo y va surgiendo en manantiales y cascadas a los ríos y enormes torrentes que de nuevo llegan al mar para formar más nubes.

“Tenemos que hablar de las cruces que se llevan a los manantiales cada 3 de mayo. Se trae la cruz, se viste, se pinta y se lleva a los manantiales en agradecimiento por el agua. Se hace una misa, sigue la procesión hasta llegar al manantial y se coloca en su piaña en agradecimiento al agua, el bosque o la naturaleza. También se lleva una cruz a un cirio que tenemos acá enfrente, justamente por donde va a pasar el gasoducto, como a 50 metros.”

Los cirios son dos rocas tipo muros de unos 15 metros más o menos y semejan una especie de templo natural en Montellano. “Me imagino que esas rocas se formaron cuando Dios formó al mundo. Porque no sé si ustedes se han dado cuenta que, cuando a Jesús lo crucificaron, la tierra se partió en gajos. Aquellas rocas se formaron así, porque Dios padre así las formó. Yo así lo veo: que el amor de Dios formó esos peñascos en forma de cirio. Y ahí se pone la cruz hasta arriba. Se viste y luego se vuelve a subir la cruz. Sí. A hoy ya tiene unos años que no lo hemos hecho. Pero estamos viendo ya con Santos [uno de los miembros del Consejo Regional] que se continúe. Pero sí tiene la cruz en la coronita. En el manantial solamente la cruz se pone. Nos cooperamos entre todos y mandamos a arreglar la misa. Las cruces las recoge el comité del agua, las pinta, las llevamos a bendecir saliendo de misa. Ahora sí, vámonos en procesión a dejarla en cada manantial su cruz”.

En Montellano funciona un comité del agua “que lleva a decisión lo que piensan todos los usuarios del agua potable. Ahí se elige quién va a trabajar por cierto tiempo lo del sistema de agua potable. Otra cosa es el comité de la iglesia”.

Habla entonces Felipe Mendoza Castillo: “Últimamente hay comité de agua, porque antes cada quien tenía su pocito de agua, antes cada quien acarreaba de su propio pozo, desde que hay agua potable, se forma el comité de agua. Pero nosotros no estamos en esa red, pues nosotros tenemos nuestros propios pozos en Montellano”.

Al hablar de lo que siembran nos dice: “Ahí sembramos frijol, haba, papa, es lo que se da, eso es para consumo, luego no alcanza para vender, ahí está mi milpa, ahí donde se ve una antena ahí tengo mi milpa, ahí se da frijol, lechuga, rábano, cilantro, epazote, calabaza, chayote, luego ya ni levanto las calabazas son muchas. Ahí tiene como 15 años que compré. Voy sembrando de año con año, nunca se le pone fertilizante, ahí es original, natural. Yo vivo más para arriba, y ésa es mi milpa. Hasta cacahuate tenemos sembrado ahí, todo eso se da. Tenemos gallinas, guajolotes. Eso es lo más importante del territorio, pues de ahí comemos, es lo que nos mantiene y no nada más a nosotros, a la gente de la ciudad. Yo digo, porque he viajado a la ciudad y veo que todos comemos lo mismo. Vivimos del campo y ahora con esto que se viene, sí está feo que nos quieran destruir la vida, porque es la vida, es el agua más que nada, hay manantiales. Montellano es el lugar que tiene más manantiales. Tiene varios: no los he contado, pero tiene muchos. La gente de aquí, ese señor da cuenta, que todos vivían del agua de allá, nosotros proveímos de agua a todas las comunidades. Si afecta este proyecto a Montellano se afecta a todos. Ahorita acá en Hidalgo como a diez comunidades: San Antonio el Grande, San Ambrosio, San Esteban, Santa Úrsula, San Clemente, Cerro Chiquito, San Francisco y otras que no recuerdo. A todas les llega agua de acá arriba de Montellano”.

Los miembros del Consejo Regional de Montellano dejan ver la integralidad del daño en caso de concretarse el gasoducto Tuxpan-Tula. En esta comunidad se encuentran nacimientos de agua y formación de ríos y arroyos que proveen del líquido vital a éste y otros pueblos de la región. Los ductos, como lo expresa Lourdes Hernández Sampayo de la comunidad de Zoyatla, también del municipio de Pahuatlán, afectan el flujo del agua y de paso fragmentan los núcleos de población y las tierras de cultivo, poniendo en riesgo la vida de los habitantes que se encuentran en el territorio por donde cruzaría el gasoducto, sumándose a los estragos por el cambio del clima y la merma de la siembra.

Lourdes, integrante del Consejo Regional y presidenta auxiliar de su comunidad al momento de este testimonio, narra su cercanía con el agua: “vimos a un compañero que vino del Valle del Mezquital y bueno, de hecho vino, ahora sí como dicen, para transmitirnos su vivencia, lo que ellos están padeciendo por no haber conocido a tiempo los daños del paso del gasoducto. A ellos se les escondieron sus manantiales, la gente tuvo que vender sus animales, se quedaron sin agua. Ahora la compran, la traen de lejos, pero es muy cara y no les alcanza y sus casas se fracturaron —porque nos comentaba que allá, casi la mayor parte son tierras planas pero hay una partecita que es parecida a lo de aquí que es montaña, que son cerros, entonces dice que cuando dinamitaron el cerro fue cuando afectó los manantiales y afectó sus viviendas. Incluso dice que ahora sus casas están cuarteadas, pasa el agua y las losas quedaron cuarteadas por la dinamita y aparte que se quedaron sin agua. La vida se hizo muy difícil y ahora lloran de desesperación, pero ya no pueden hacer nada, y el señor nos comenta: ‘ustedes están muy a tiempo porque aún no han vendido sus tierras, porque aún no han construido el tubo’, o sea no lo han enterrado, no han pasado”.

Y continúa, hablando del drama que significa la amenaza del gasoducto. “Si yo me quedo aquí, sé que mis hijos y yo nos vamos a quedar sin agua y dónde nos vamos a ir a vivir, y no nada más yo, toda la población y todas las comunidades que estamos bajo el cerro que nos da agua, que es Montellano, San Nicolás. San Nicolás le da agua a San Pablito, Xochimilco. Ahuacatitla tiene su propia agua porque tiene su cerro también con mucha agua. Zoyatla le da agua a San Nicolás y Montellano y la cuarta sección pues aquí, gracias a Dios también tenemos un manantial acá en el chorro que mantiene la cuarta sección, pero pues eso fue lo que nos llevó a defendernos, ahora sí que defender nuestra vida porque ¿quién puede vivir sin agua? Y nos ponemos a pensar que vivimos mucho tiempo sin energía eléctrica, porque de hecho hasta eso comentaba el presidente y los que estaban a favor de la empresa, que si nosotros seguíamos luchando que nos iban a quitar la energía eléctrica, y le dijimos, no pues que la quiten. Mucho tiempo estuvimos con bombillas y velas, entonces para nosotros es más indispensable el agua que la luz. Bueno, sí es necesaria pero es segundo lugar y pues seguimos firmes”.

Surge entonces la integralidad de la afectación, cuando la gente piensa en los trayectos y en cómo siendo Montellano uno de los orígenes más conocidos del agua, su afectación desembocaría en una cascada de desastres. Dice Lourdes: “nos dimos cuenta por el plan quinquenal que eran las hidroeléctricas, el fracking, eran las minas a cielo abierto y el poliducto de pilón, por eso hicieron varios trazos en Montellano, así aquí en el filo del cerro, porque no nada más era el gasoducto. Eran un tubo de gasolina, otro de diésel, otro de cables de internet que van a pasar, y pues prácticamente iban a dividir los pueblos, porque este camino conecta y llega hasta el estado de Hidalgo, sube aquí al cerro de Montellano, llega a una comunidad que se llama El Lindero y baja para El Progreso, Tamizal, El Ocotal, San Francisco, San Isidro, Santa María; hay muchas comunidades del otro lado del cerro que van a ser afectadas, claro. Pues hasta hay una comunidad otomí, San Antonio el Grande, que toma agua de Montellano, veinte kilómetros de distancia se llevan. Está lejísimos pero no tienen otra fuente de agua, sólo la de Montellano. Y también se alimentan de Montellano Cruz Santa, Los Ángeles, Cristo Rey, La Cueva, también de Montellano, de la parte del otro lado, y de este lado pues estamos nosotros: Zoyatla, Tlalcruz, que baja de Cruz Santa que es Montellano, Cuauneutla, Acalapa, Tlayula, Lindavista. Y aquí Zoyatla, Paciotla, Ahuacatitla, Xochimilco, San Pablito, todas estas comunidades quedaríamos sin agua, hasta el propio municipio porque la línea del gasoducto pasa por Chila y por Huehuetlilla que es una comunidad indígena pero que pertenece al municipio de Honey y esa comunidad le da agua a Pahuatlán porque por devastar el cerro se les secó el manantial de Ahila y ya no es. Entonces por eso tuvieron que ir a traerlo desde allá de Huehuetlilla. Entonces si entra el gasoducto pasará por las líneas del agua, pasará por todos los mantos acuíferos. De nuestro manantial que nos surte de San Nicolás pasa a cincuenta metros la medición y por los manantiales de Montellano pasa justo ahí.

Reunión organizativa para las acciones jurídicas en Plan de Ayala. Foto Daniela Garrido

“Los empleados de la empresa se metían a las casas sin permiso para medir porque en Montellano atravesaría viviendas, entonces prácticamente los destruiría como comunidad. Montellano se acabaría y el camino que conduce a Hidalgo —igual que éste también que sale a Tlacuilo, baja por Cruz Santa, llega a Los Ángeles, sube al Saltillo y de ahí conecta con la carretera que viene de Tlaxco, de Tlacuilo, abre otra vía por allá. El gasoducto trocearía nuestras vías de comunicación, de traslado, de todo, también afectaría caminos de herradura, siembras de las personas —porque mucha gente sube a trabajar a Montellano, pues aquí, ahora sí que el clima ya ha cambiado bastante, ya no es como antes. Antes los campesinos sabían que en febrero sembraban y cosechaban en septiembre, octubre, en agosto había elotes —pero ahora no. Ahora el clima está muy raro y cuando hace mucha sequía a veces las milpas no se dan y eso ha sido un motivo para que los campesinos ya no siembren porque su inversión es en vano. Entonces por el cambio de clima, imagínese ya lo estamos viviendo, ahorita ya las matas de café están revistiéndose de hoja pero hubieran venido en marzo o abril hubieran visto una enfermedad que se llama roya, las atacó, las dejó varitas, varitas, varitas y del café no hubo cosecha, no hubo nada de cosecha este año, porque ya la contaminación nos está pegando bastante por la parte de Veracruz —que allá están haciendo sus pozos petroleros. Como dicen, el agua evapora y corre la nube y va a caer a las sembraduras de café, de milpa, las plantas ya no quieren dar; las naranjas, si se dan cuenta ya la patita cuando va a dar ya se pudre y se cae, hasta los chayotes se chiquean”.

Interviene un maestro de Zoyatla que narra la preocupación de las diversas comunidades aledañas: “de aquí de Zoyatla no fuimos nadie, sólo nosotros. Igual la gente sí estaba preocupada. Es que aquí tenemos los nacimientos de agua arriba. Ahí en Tanchitla, en esa parte, pues, les decíamos que por ahí está una mina de oro, es una mina muy grande, o sea la verdad es la que }hay de oro, ahorita están sacando barita. Inclusive en esa parte el agua ya está contaminada, en Tanchintla, abajo las comunidades dicen que el agua ya no la pueden tomar, sale sucia, sale de un color amarillo, y eso que es barita y es una explotación artesanal, no es a gran escala. Fuimos, como decíamos hace rato, a El Rincón de Tlaxco. Le llaman El Rincón de Tlaxco de Tlacuilotepec y ahí cerca va a haber una hidroeléctrica, en un río. El plan de esa hidroeléctrica les va a dar en la torre a los que siembran ahí, tienen sus frutales, todo eso, en las riberas. Entonces sí nos llevaron a ver e incluso ya no fuimos a dar información (porque querían que fuéramos a dar información sobre las hidroeléctricas) y ellos sí se andan preocupando porque vieron que entraron los ingenieros. Dicen que entraron con unas motos tipo lanchas. Que se sorprendieron mucho porque un día llegaron como unas quince, que así llegaron, se pararon y empezaron a circular en el río. Yo tengo el video que nos mandaron los compañeros porque sí es muy lejos y para llegar a ese río solamente hay que llegar a patín. No hay otra forma de llegar, entonces el río está muy amplio y hay un cañón, se ve que es donde se cierran las montañas y ahí pensaban poner la cortina, y ahí estaban pero ahorita creo que ya no avanzaron. Hace meses perdí la comunicación con ellos. Ellos decían ’no vengan’. Porque les preocupaban esas motos; ellos decían que eran unas motos como tipo lancha que circulaban por el río, que es muy grande y limpio ahí, muy hermoso. Son los límites de Hidalgo (está Tlaxco que va con el río y del otro lado está San Andrés que es Hidalgo), que tenemos con Huehuetla”.

El proyecto va a afectarlo todo. A plantas medicinales, al agua… todo va a ser contaminado. Ya sabíamos que iba a pasar y ahora lo estamos sufriendo. Se van a perder los manantiales, los ojos de agua, toda esta riqueza que tiene la zona con el agua

La preocupación se centra en el gasoducto, pero no únicamente, ya que de los 65 municipios que conforman la Sierra Norte de Puebla, 35 de ellos se encuentran afectados por la ejecución o proyección de emprendimientos extractivos. Él, Lourdes y los integrantes del Consejo Regional saben que el bosque mesófilo de montaña y sus fuentes hidrológicas que constituyen el hábitat de los pueblos originarios, que históricamente han habitado y cuidado la región, están siendo impactados por minería a cielo abierto, pozos petroleros, hidroeléctricas, gasoductos o fractura hidráulica (fracking), Y si bien son múltiples las afectaciones, destacan el acaparamiento y contaminación de los cuerpos de agua y la alteración del sistema acuífero de la región.

En la comunidad de Ahuacatitla, es la nieta de Antonino Sarmiento la que nos va desgranando su quehacer con plantas medicinales, pero antes su quehacer en la milpa. La situación agraria de Ahuacatitla y su relación con otras de las comunidades de la región.

“Este tipo de proyecto va a afectarlo todo. A la mayoría de los productos, plantas medicinales, al agua… todo va a ser contaminado. Ya sabía que iba a pasar y ahora lo estamos sufriendo. Es una realidad. El agua, los manantiales, los ojos de agua, toda esta riqueza que tiene la zona con el agua. Casi al 100 por ciento va a afectar, porque estamos aquí en un lugar donde todavía nos mantenemos de la naturaleza y vemos a gente que viene contaminando con los alimentos que también compramos nosotros, y lo increíble es que les demos la oportunidad a los que nos vienen a meter cuanta cosa. Pero si queremos nosotros, podemos vivir de nuestras propias tierras. Y sí, nos va a perjudicar bastante el gasoducto.”

Dice Gumercindo Corona Rosales, también de Ahuacatitla: “Soy parte del Consejo en contra de los proyectos de muerte, soy mestizo pero nosotros apoyamos a los compañeros del movimiento porque ellos sí tienen sus costumbres, su idioma; me entristecen esos proyectos porque ocupan gran parte de nuestro territorio, nos vienen a quitar la tranquilidad, el medio ambiente. Nuestras tierras son fértiles y se da todo. Tenemos nuestros manantiales: los queremos conservar siempre. Además de que nosotros nos alimentamos de esas aguas también a otros pueblitos los alimentamos con esos manantiales que tenemos: ésa es la defensa que yo tengo con ellos. A parte de nosotros son tres, abastecemos la comunidad de Pazutla y Xoyoquila, son tres las comunidades junto con nosotros las que dependen de estas aguas.

“Yo pertenezco al comité del agua, nosotros le damos mantenimiento a los depósitos, los limpiamos cada tres meses (dependiendo). El comité de agua se elige entre la gente, yo ya llevo tres años, pero yo ya quiero decirles que ya, no hay un límite de tiempo, los del comité van y si no hay agua va uno y ve qué es lo que pasa; si se tapó una manguera van a revisar. Cada dos o tres años hay que ir cambiando. La gente los propone y ya depende cuánto dure uno. Es cosa de cada quién, aunque sí deben cambiarnos. Hay un presidente, un secretario, yo soy el tesorero y tres vocales. A veces, se hace uno tonto; no lo hace uno como debe de ser, pero sí, ahí vamos. No hay pago, solamente ahí en la colonia de nosotros tenemos unas personas que nos echan el agua cada dos días. Antes era un relajo porque nada más era una persona la que abría y no, a algunos el agua les llegaba y a otros no porque tenían sus mangueras en malas condiciones. Entonces nos organizamos y decidimos que nos íbamos a cooperar cada uno con diez pesos para la persona que iba a abrir y a cerrar, nada más hasta ahí. Está el comité de la fiesta y el de la iglesia, son las mismas seis personas y las elegimos igual y ya va por votos.

“Se supone que el gasoducto va a pasar por donde cruza la línea donde están los manantiales de agua, van a rascar varios metros y eso va generar que el agua se esconda y luego de dónde la voy a traer. Al pasar por el monte, ahorita no ha ardido porque llueve, pero hay años que no llueve, así que imagínese cuando pase la tubería: al incendiarse el monte se puede generar una explosión. En los cerros hay mucha piedra, mucha roca, entonces al pasar la maquinaria nos va a perjudicar por las piedras que van a rodar. Imagínense: nos van a enterrar, porque va a pasar por arriba. Acá no tenemos cerros sagrados pero en San Pablito sí. Eso les va a pegar en sus costumbres. Yo creo que al tener alguna fuga eso va a contaminar el agua y luego eso se va a las plantas. Entonces como le haríamos.”

La afectación es múltiple, tal cual prevén los miembros del Consejo Regional de Ahuacatitla: a la vida comunitaria, a los núcleos de población y a la salud de sus habitantes y el territorio. Del sistema acuífero de la región nos dejan ver —ellos y los demás integrantes de esta organización–la importancia de reconocer los diferentes elementos que hacen posible la existencia de los manantiales con su ecosistema, flujo y estructura, incluida la composición química del agua, pero también su tramado sociocultural. Elementos que en su interacción nos permiten reconocer los riesgos que implican proyectos como el gasoducto y demás emprendimientos, así como el grado y multidimensionalidad del impacto en la vida de las comunidades y su hábitat: su entorno de subsistencia, el territorio.

Sobre el tramado sociocultural del agua es fundamental identificar tres ejes: los lugares de la memoria, la cosmología y la narrativa, la organización comunitaria. El vínculo entre estos tres ejes nos permite a su vez entrever la correlación entre el tiempo y espacio y la relación entre la acción ritual, las formas simbólicas y la cooperación comunitaria. Los pueblos han encontrado diversas maneras de construir su historia mediante mitos, narraciones, ceremonias, edificación de casas, establos, espacios de trabajo, educación o gestión de gobierno u organización, y también a través de la manufactura de objetos y hasta en sus hábitos corporales. Múltiples han sido las sendas para configurar la memoria y una de ellas es la inscripción de marcas en el territorio entrelazadas con narraciones que instauran tiempos y espacios originarios que se actualizan y recrean a través de las ceremonias, tal cual nos describen los integrantes del Consejo Regional de Cuautepec en relación con el nacimiento del agua y su personificación en la imagen de Santa Catalina.

Los caminos sierra abajo. Foto: Daniela Garrido

Rememorando y compartiendo sus historias, habla un señor de 67 años de esta comunidad localizada en el municipio de Tlacuilotepec: “Les enseño una fotografía. El señor era muy creyente. Trabajó harto de mayordomo para estar dentro de la santa iglesia que está ocupando el joven. Para mí es un joven. A través de su compromiso de mayordomía, estas personas sabían hacer fiesta. En aquel tiempo parecían tontos, pero no lo eran; eran más listos que hoy. Al iniciar una fiesta se unían los mayordomos; eran cuatro o seis personas. Hay mayordomos que eran responsables para echar a andar la fiesta. Como era antes, se le hacía la fiesta a una imagen que fue encontrada por acá atrás del bordo que se llama ese lugar, Acatitla. Ahí es donde yo tengo un error: no sé el significado de Acatitla, porque a un lado de donde estaba la imagen que se le hace la fiesta hasta la fecha, aparecen unos manantiales de agua. A lo mejor eso quiere decir Acatitla, ’nacimientos de agua’. Más correcto no sé, pero hasta hoy nos venimos acordando de esa imagen de Santa Catalina. Esa imagen la encontraron porque ahí pasa un camino. A los caminos grandes se les llamaba ‘camino real’. Ahora ya no; ahora ya son veredas, pero antes ahí era camino para llegar de El Álamo a Cuextla. Más adelante está Tlaxco. Cuando ahí pasaba la gente, escuchaba un ruido que tocaba una campana y, ya de tantas veces, quisieron ir a visitar el lugar y apareció la imagen de Catalina con su campanita. Pues ya aquí se organizó la gente y la fueron a traer. Según me informó el señor que está en fotografía, la fueron a traer haciéndole su fiesta —ya llevaban su danza y los músicos de viento. Donde descansaba brotaba agua, ya después le agregan”.

Tras hablar de la historia de la comunidad y recrear sus tradiciones y los avatares del paso de los gobiernos y los partidos, sin olvidar la fuerza de las imágenes de las vírgenes, continúa: “Hoy seguimos trabajando con las autoridades, a veces, aunque a veces no estamos bien de acuerdo en todo, pero así se va haciendo el trabajo. Ya tenemos la energía, aunque nos llega a fallar, pero ya tenemos la luz. Tenemos agua; hemos tenido suficiente. ¿Por qué digo suficiente? Ahora dicen que ya no hay; estamos escasos de agua porque las autoridades no saben protegerla. Tenemos un manantial aquí cerca, en el tanque. Va a abastecer el agua; sólo hay que ampliar el depósito. Vamos a tener harta agua, compadre. Tenemos otro puesto aquí cerquita. Tampoco le falta nunca agua y el depósito también les va a servir. Ahora, las aguas que hemos tomado de por allá afuera, de Acatitla —por allá tenemos el manantial—, las desperdiciamos, porque no ha habido una autoridad competente para ver esas obras. Igual tenemos otra toma en Agua Linda, allá en el cerro —también se desperdicia mucha agua. Si quisiéramos ampliar allí también el depósito, tendríamos suficiente agua. Ahorita estamos ocupando cuatro manantiales; dos de concha y dos de tubería. Aparte tenemos más agua: tenemos el agua que vieron en el camino. De esas aguas, para este tiempo, podemos servirnos. Por medio de la energía puede llegar el agua, pero hace falta una autoridad que vea todos estos problemas. Son cuatro los manantiales que son más conocidos, pero también tienen otros ojillos que van saliendo de pronto, que aparecen y desaparecen.

“Tenemos aguas que nunca desaparecen, también. Tenemos por acá abajo, aquí y allá. Ésas son muy aparte. Cuando se acaba una tubería, nos abastecían las conchas que tenemos acá cerca —tenemos que ir al chorro en el zanjón o en el lago de las flores. Aquí hay mucha agua.

“Entonces así fue, así está la historia. Hoy, con lo que se nos viene presentando, con lo de las empresas extranjeras que quieren venir a destruir nuestro territorio, nos quieren dejar sin agua. Y aquí estamos defendiendo. Eso es lo que estamos haciendo ahorita. Creo que eso es de lo que me acuerdo de nuestros antepasados y le dejo la palabra a don Zenón. Puede decir algo de lo que yo no me acuerdo. Todos tenemos derecho de exponer algo”.

Aquí también la gente nombra a Santa Catalina y la gente insiste en que donde reposa la imagen ahí “brota el agua”.

Y comentan que incluso en los funerales sigue habiendo una relación muy fuerte con el agua.

“Cuando se sepulta a una persona eso también tiene su ritual. Para sepultar a una persona difunta, tenemos que acomodarle las manos, le ponemos su cruz en la mano de palma bendita del domingo de ramos. Se le pone un guaje con sus chacales [su camarón de río] para que al difunto no le falte agua en su camino. También se le hacen siete itacates de ceniza. Decían nuestros antepasados que era para lo que va a pasar en el camino.

“La fiesta de Santa Catalina, la patrona del agua, empezaba el 3 de mayo para terminar ocho días de fiesta de la iglesia. Cuando estaba un sacerdote que se llamaba Rosendo Ortiz, él venía a celebrar. Hacía en honor siempre, aunque empezaba el 3 de mayo, pero todas las misas están invocando a Nuestra Señora de Santa Catalina. Su mero día es el 29, pero empieza un día antes: el 28 de abril. Antes eran ocho días y empezaba el 3 de mayo antes. A mí me tocó del 29 y luego, como ya viene la fiesta de la Santa Cruz, el 3 de mayo.”

La historia de la relación de la gente de la región con el agua se expresa por múltiples cauces; desde luego están las narraciones sobre su origen y nacimiento, su personificación y dones asociados a una entidad ancestral, y otras tantas que se expresan a través de las “palabras de los antiguos”, de aquellos abuelos arraigados a un tiempo originario y a una tradición, pero también por medio de las “palabras ciertas” —melawatlahtoli, declararían lo nahuas–de ésas que emergen como “una respuesta activa y creativa al presente”. De modo tal que a la vez se pueden escuchar historias sobre los cerros y los manantiales, sus dueños y ceremonias, como parte del devenir y memoria de los pueblos, la lucha por el agua y las dificultades para obtener el líquido vital, la conformación de los comités de agua y la edificación de infraestructuras para garantizar su mantenimiento y distribución. En ese marco, es enorme la amenaza que representa para las comunidades de la región el gasoducto Tuxpan-Tula y su organización frente a ese megaproyecto.

Así se constata en San Antonio el Grande, llamado Ndohyo en ñuhú, otro punto importante para entender la importancia de la diada montes-torrentes. Situado en el otro extremo de la Sierra, mucho más abajo y rumbo al nororiente, ya en lo que hoy es el estado de Hidalgo, San Antonio tiene una relación muy profunda con el agua. En lo sagrado, pero también en lo práctico de contar con un acceso al agua potable que es importante. Como dijera Macario Santiago Altamirano, oriundo de San Antonio: “no queremos pasar eso de convertir el agua potable en agua que están embotellando. La estamos defendiendo, porque cuesta mucho dinero, por eso”.

Tanto él como Bernardo Miranda Santiago, ex-regidor del municipio, han sido pilares en dar inicio al sistema de agua potable de San Antonio y de inmediato declaran el apoyo a la lucha contra el gasoducto porque saben que éste entraña una afectación a su sistema de agua. Así lo dijo Jaime Romero, también originario de la comunidad y que ha desempeñado cargos en la delegación: “Venimos en apoyo a lo que es nuestro sistema de agua potable”.

Y entre las varias personas comienzan a desgranar la historia de la fundación del pueblo, siempre ligada al agua: “Ahí en San Antonio, como a 15 minutos, tenemos un lugar que se llama Cantarranas. Hay ahí un parejo y que según ahí se establecieron los primeros pobladores, pero no sé exactamente en qué año fue cuando comenzó el pueblo. Según que una viejita con dos chamaquitos, una niña y un niño, fueron quienes llegaron ahí. Dice la leyenda que me contaron que aunque la viejita estaba ciega sacó a esa pareja de niños y los llevó al agua, y la señora (como que le ordenaron) se lavó la cara y empezó a ver. Cuando regresó con la pareja de niños a su lugar original vio que ya se estaba hundiendo donde vivían. Entonces, vinieron a establecerse en San Antonio y, según me platicaron, se asentaron ahí en el pueblo donde están esas escuelas que están construyendo ahorita. Ahí se establecieron, ahí crecieron y empezó a poblarse”.

Con las otras comunidades vemos que si ponen el gasoducto, se apoderarán de la tierra, y del río además de los manantiales. No es nada más el gasoducto, es también la propiedad

“La gente decía —los antepasados, los abuelos, los bisabuelos— que en la comunidad de San Antonio, no sé si ustedes han escuchado, que había un cementerio en el centro. Como que era un pueblo de antes y ahí en ese lugar enterraban sus muertitos. Donde está la cancha de básquetbol y la torre se han encontrado restos humanos, que ya habían sido enterrados ahí. Cuando me tocó hacer el drenaje, allí rascando, encontramos muchos huesos y calaveras igualmente, encontramos en todo esa calle. Como a un metro de profundidad se encontraron todos esos restos humanos, sí; había tacitas, ollitas de barro, muñequitos, monedas. Me encontré un arete de oro por ahí y un vaso de cristal, pero bien bonito”.

Y la historia del entierro (y de la fundación del pueblo) la cotejan otros diciendo: “allá en el lugar de Cantarranas hay evidencias de que sí fue un lugar poblado, porque hay dos montones de piedras. Se ve que sí se derrumbaron. Quizá las causas sean las que comentamos, una inundación u otra causa, pero ahí están las evidencias: hay dos montones de piedra que parecen una casa. Son puras piedras, puras lajas, como si fuera una iglesia. Ahí están esas evidencias, pero en sí la fecha cuando ocurrió eso nadie la sabe. De hecho, en el lugar había una como laguna. Es plano y ahora sí que el diluvio, el agua, echó a perder el pueblo. Ahí se estancó, ahí queda y no se seca”.

Algo digno de comentar es que, como en otros rincones de toda esa Sierra, los comuneros y comuneras no toman la palabra con entusiasmo por figurar, sino que dejan que alguien exprese por ellos lo que está en el aire y es el pensamiento común cotejado por ellos al dejar fluir la conversación que esta persona emprende. En el caso de San Antonio, esta persona es Jenet Bernardino Mendoza, quien siendo mujer, muy articulada y consistente en sus saberes y su memoria, va armando el panorama que la comunidad quiere expresar. Tal vez en algún momento alguno de los señores intervenga para precisar o complementar lo dicho por la muchacha, pero ella tiene toda la confianza de los presentes y es ella quien va haciendo fluir el relato. Buena parte de lo volcado fue dicho por ella, pero es la voz colectiva y funge como la narradora. Dice ella: “Otro de los parajes es donde está lo que llamamos el Río Blanco, pero que está de San Antonio más para allá un kilómetro más o menos. Nosotros sabemos porque somos de ahí. Le dicen Agua Nacida. Va la gente a dejar ofrenda allí, desde hace años. Dejan ofrenda allí para pedir que dé fruto el maíz o frijol. Es lo que la gente hacía: va mucha gente. Así llegaba la gente en aquellos tiempos. Ésa es la costumbre. En ñuhú a esa agua nacida se le dice Mbo’té, o lugar donde brota el agua, donde nace el agua, agua nacida, porque ahí hay una naciente de un río. Y es un lugar de ofrendas que todavía se hacen”.

Y llega gente de diferentes comunidades de Puebla y de Hidalgo, porque ese lugar, el río, es lindero, límite de San Antonio al estado de Puebla. Esa tierra pertenece a Puebla, donde emana el agua, pero va gente de Hidalgo y Puebla a dejar la ofrenda en septiembre. Según sus creencias de esa gente, para que sus cosechas den más.

“También la laguna se adora, igual que en el cerro que tenemos. Es el Cerro de San Antonio, denominado la Cumbre del Cerro. Le decimos Terré porque es cerro. Y a la cumbre le decimos Yanté. Pero el proyecto del gasoducto, desde que se metió el amparo de San Pablito Pahuatlán lo quieren mover de su trazo original”. [Por eso que el presidente López Obrador, a principios de 2020, anuncie que para no tocar “sitios sagrados” va a mover el trazo, es por lo menos una grave imprecisión, toda vez que el cambio está planteado desde tal vez 2017.]

Ya en septiembre de 2018 comuneros y comuneras de San Antonio (Ndohyo) contaban que “el trazo de este proyecto, de este tubo que quieren meter, va derecho a la orilla de la carretera, donde ya no es comunal. Podríamos decir que está como en el límite. El terreno comunal es un cerro. Está alto y el agua pasa más abajo. El tubo del gasoducto está lejos: está cerca del manantial, pero del manantial a San Antonio son 27 kilómetros de tubería. O sea, el manantial está a un lado de Tenango, rumbo a Pahuatlán, por Montellano, una comunidad que pertenece al lindero de Puebla y de Hidalgo. Ahí en Montellano hay un lugar donde está el manantial y se llama La Concepción. Y el terreno de la comunidad de nosotros que es comunal está en la comunidad de San Antonio, pero no está cerca. Está retirado.

“El primer trazo del gasoducto —más o menos el primer mapa que manejaba Geocomunes –tocaba un poquito más para allá de Puebla, pero ahorita se sospecha que, con el nuevo trazo debido a las demandas de amparo que emprendió San Pablito y demás comunidades de Puebla, el trazo se cambiará. Entonces se sospecha que vaya a tocar el límite estatal entre Hidalgo y Puebla —cruzando directamente nuestra comunidad– y ahí si estaríamos dentro de la zona de afectación directa, porque estaría tocando esta parte del cerro comunal, de la propiedad comunal. Es muy terrible y muy interesante porque, a partir de las demandas, la empresa está cambiando el trazo y se quiere ir contra San Antonio y sin consulta.

“Estamos aquí como sanantonieros. Estamos en protesta porque nos quieren afectar en nuestra agua que estamos tomando ahorita, que estamos utilizando como pueblo de San Antonio. Donde tenemos nuestro manantial está cerca de donde quieren poner el gasoducto. Aunque son 27-28 kilómetros de distancia más o menos, de todas maneras nos afectaría y por eso estamos aquí. Pero, como dice la compañera, no nada más es nuestra agua: si se hace el proyecto nos afectaría todo el río, todos los manantiales, por cualquier daño que podría surgir posteriormente. Eso se filtraría bajo tierra; entonces, lógico, tiene que salir más abajo, porque estamos en la parte de abajo: los manantiales están en la parte de arriba y el agua escurre bajo tierra para abajo. Nos quieren afectar nuestra agua, nuestros manantiales de donde estamos tomando. Por eso estamos en esta protesta.

“Lo que hemos estado viendo con las otras comunidades es que si ponen el gasoducto, también se apoderarán de esa parte de la tierra, y por tanto también del río además de los manantiales. No es nada más el gasoducto, es también la propiedad”.

La gente de San Antonio no deja de expresar que aunque ahora el Río Blanco, que considera su río, está muy limpio, “con el tiempo vendrán las consecuencias y entonces los afectados seremos nosotros: nuestras familias y generaciones venideras”.

Y dicen: “lo que llamamos Río Blanco, y linda con Puebla, ahorita está muy buena el agua. Está muy limpio. No digamos que no tiene contaminación, pero no tiene tanta. La comunidad lo ocupa para sus fiestas. En tiempos de calor, como Semana Santa, todos bajan a ese río para festejar la fiesta. Bajan para hacer sus costumbres; bajan a los bautizos y celebraciones. Si el gasoducto pasa en ese lugar, lógico que nos afectaría bastante. Mataría la vida que hay ahí, los peces o todo lo que viva en el agua. Lo más importante es ese río que están ocupando todos los pastores de San Antonio, la gente de por ahí. Por eso estamos aquí, para que no haga lo que quiera el gasoducto, porque todo el año se ocupa ese río. Los pastores cristianos también lo ocupan y la gente que va allá”.

Y otro señor comenta: “La comunidad es grande. Hasta ahorita contamos seis grupos evangélicos, seis templos y una iglesia católica. Entonces para los seis templos de evangélicos, bajar al río a hacer un bautizo, cuando el hermano acepta a Dios, es muy importante. Para ellos, en el agua dejan el pecado que traían en el río. Entonces, imagínate el caso de que llegaran a contaminar el agua. Para ellos, ya no va a servir, porque es sagrada. Porque ellos invocan lo que es la palabra de Dios; por eso estamos en contra del gasoducto, porque nos dañaría el Río Blanco”.

Entre la gente presente, se complementan: “Además están las pescas. Cuando todavía no teníamos el sistema de agua potable, íbamos por agua hasta abajo, hasta el río a lavar la ropa. Y en cualquier falta que podamos tener en nuestro sistema de agua potable por la tubería —porque no falta qué falla podamos tener—, toda la comunidad baja a traer el agua para tomar, lavar la ropa y bañarse. Pero, si llegan a dañarla, ¿dónde vamos ir a dar? ¿Hasta dónde vamos a ir por el agua? La pregunta es ésa. Va a estar contaminada. Para nosotros, como pueblo indígena, ya no nos va a servir esa agua. Contaminada o nada de agua: privatizada. Porque eso, hasta la fecha, por ejemplo, en tiempos de calor —los meses de abril y mayo, por ahí más o menos–es cuando igual la gente acostumbra bajar y lo toma como un lugar recreativo. La familia, convivir allá, nadar. Es un lugar muy usual para la gente, en tiempos de calor. Si se secara o se contaminara, sinceramente no habría espacio donde la gente pueda acudir para la convivencia en esos tiempos de calor. Es muy fundamental ese río”.

Y agrega la vocera narradora: “Hay otro río: son dos en la comunidad. Tanto uno como otro son considerados lugares sagrados donde la gente iba con más frecuencia a dejar ceremonias y ofrendas. A estos lugares no sólo iban en septiembre, también iban el 3 de mayo que es el día de la cruz. También en esas fechas iban a hacer sus peticiones por las semillas, por el agua, por tener buenas cosechas, tener lluvia, ya que nuestra comunidad, debido al número de población, ha carecido de agua. Tanto este río como el otro nos han servido de sustento y para sobrevivir, pero también los hemos usado como parte de nuestros ritos, nuestras costumbres y ceremonias, para pedir por nuestras cosechas. Estos modos de agradecer a la madre tierra son prácticas que han sido originarias de la comunidad, incluso antes de que apareciera la religión católica. Uno piensa que la comunidad misma fue creciendo. Ya con el tiempo, la religión católica llegó a asentarse ahí, pero anteriormente —contaban las abuelas y los abuelos–no tenían esa religión católica o cristiana que hoy prevalece en la comunidad, sino que todo era más cercano, más hacia la tierra”. Otro señor comenta: “Estos ritos y costumbres para nuestros ríos y nuestros cerros, incluso en el momento de hacer una siembra o de ir a cazar o de entrar a un cerro, son para pedir permiso, porque en el cerro sagrado donde se encuentra la propiedad comunal, si tú entras en la cima de ese cerro hay una parte que le dicen “el sombrero” como referencia, que es un lugar sagrado. En ese lugar se dejaban ofrendas, diferentes utensilios para hacer ceremonias. Ese lugar es sagrado y hoy en día nadie puede entrar ahí sin previo permiso en la cumbre. Y hay otros lugares en el pueblo que no puedes entrar sin permiso. Un permiso ocupa hacer un rito, una ceremonia para que te dejen entrar ahí.

“Hace poco, varias personas se perdieron —por no tener permiso del dueño del cerro. Incluso, cuando hemos estado ahí, nos hemos perdido. Intentamos subir con los amigos cuando íbamos nada más por disfrute y no nos fue bien. El dueño de ese monte es Me’teré. Esa vez que nos perdimos, me acordé de eso y le empecé a pedir que nos dejara salir bien y sí. Tienes que ser humilde y pedirle. Ya no le pedimos que nos dejara entrar, sino que nos dejara salir de ahí. Muchos señores pueden constatar que quienes se han ido a ese lugar nada más por curiosidad se han perdido. Ha habido accidentes, porque dicen que van sin fe o con otras intenciones, sin respeto. No cualquiera puede entrar ahí. Donde tenemos nuestra agua potable, el señor Venancio, que es el presidente de nuestro comité, topó con un señor cuando le tocó buscar el agua. Era un señor alto y le preguntó que dónde trabajaba y le dijo que en el cerro. Que le decían Juan Montero. Hay quien dice que es un señor que a lo mejor tiene su territorio, su parte donde vigila. Don Venancio lo encontró, platicó con él; pero una vez que se apartó y quiso venir, cuando se volteó desapareció. Por eso, cuando vamos a revisar nuestra agua potable, siempre buscamos dos personas, no una, porque así nos pueden contar de lo que ocurre en ese cerro.

“Ya tiene un rato que logramos nuestra agua potable. Empezamos por conseguir un manantial. Duramos como siete u ocho años hasta que en 2005 lo conseguimos. Primero compramos el manantial. Después, se hizo una comisión directamente a México, cuando estaba Fox, y ya nos autorizó que se construyera. Nos iban a apoyar lo de la tubería, porque ya llevábamos licenciado el manantial. El gobierno sí nos ayudó en la colocación del tubo; fue galvanizado. Fuimos al otro día con otros señores. Ya venía Julio, su papá el Fidel Sanjuán, Chucho Mondonio, otros señores, y llegamos con este señor a San Francisco de la Laguna. Estaba el señor, ya lo saludamos, y nos dice: sí tengo agua en el potrero, se lleva agua a la comunidad de El Padhí, pero ahorita no les puedo decir nada claro, porque falta el tiempo de sequía. Ahorita todavía estamos a marzo; va a entrar abril, pero en tiempos de mayo, que es cuando la planta se seca, ahí es donde quiero ver cuánto baja el agua para decirles cuánto les puedo vender. Quedamos en eso, que en mayo él nos iba a decir. Pero yo le digo al profesor Tomás: pero si vamos a esperar hasta mayo, qué tal que nos dice que no nos va a vender porque bajó bastante el manantial, ¿qué vamos a hacer? Mejor, por qué no pasamos con el señor Sansón de El Padhí y le preguntamos si conoce otros señores que tengan manantiales en esta comunidad. Me dijo: no, sí, sí es buena idea, ¡vamos! Y pasamos a la comunidad de El Padhí. Ahí estaba el señor don Sansón Montes, estaba su cuñado Manuel —es él que se encargó de ayudarnos a buscar el manantial en Montellano. Le dijimos a don Manuel: échennos la mano, nosotros también queremos llevarle agua a la comunidad, pero no conocemos. No sabemos quién nos puede vender; no sabemos dónde hay un manantial. Él nos comentó que le habían dicho que había un manantial más arriba de San Francisco, en una comunidad que se llama Montellano. Le pedimos de favor que fuera a Montellano a ver al dueño del terreno para que nos dijera si se podía vender o no. Lógico que le dimos los gastos de nuestra bolsa para que se trasladara. De igual manera, como nos pasó a nosotros, no lo encontró. El señor se había ido a Pahuatlán, pero también le dijeron que regresara al otro día para ver si el señor llegaba. Y se hizo dos viajes. Nosotros al otro día vinimos a El Padhí a constatar si había encontrado al dueño del terreno y sí lo había encontrado y hasta fueron a visitar el manantial.

“De ahí, en la escuela 18 de Marzo, tuvimos una junta de padres de familia y ya en la reunión general, para dar avance de lo que estaba haciendo el profe en su escuela, yo aproveché para decirle a la gente que se estaba haciendo este tipo de trabajo para conseguir agua. Lógico que no toda la gente te cree o te dice no es cierto, pero les quisimos decir para que nos apoyaran el tercer viaje a visitar el manantial, porque de San Antonio a Montellano nos cobraban 800 pesos del traslado en una camioneta, aparte la comida. Era salir a las cinco de la mañana y llegar a Montellano a las siete. Sí es algo retirado. Entonces, las señoras dijeron: sí es cierto que se están preocupando. Pues no tenemos dinero, pero aquí tenemos cinco o diez pesos, nos dijeron. Estuvieron cooperando las señoras.

¡Las señoras! Porque nosotros como hombres, a veces somos ‘malosentendidos’, pensamos que nos están engañando y se los van a gastar. Pero mis respetos por las señoras, que siempre han estado preocupadas. Igual y así lo hicieron: cooperaron.

“Fuimos a visitar el manantial; grabamos cómo estaba. Llegamos al otro día a una reunión general, donde se le dio a conocer a toda la comunidad qué es lo que se estaba haciendo ya por todos. Aún así unos no nos creían y decían que el agua estaba sucia, que no era para tomar. Buscaban pretextos. Pero ya expuesto más y preocupados, aunque no nos creyeran, les dijimos: vamos a seguir, vamos haciendo el trabajo ya que lo iniciamos porque, si paramos porque no nos crean, lógico que de nada servirá el sacrificio que estamos haciendo. Pero cuando vimos el video de cómo estaba el manantial, algunos creyeron. No todos al cien por ciento. Llevábamos pruebas a todos los lugares a donde íbamos para que conocieran y vieran que sí era cierto lo que se estaba haciendo. Ya de ahí en un tiempo se hizo el comité donde entró el señor Venancio como secretario.

Se hizo otra reunión general. Hay un acta del acuerdo, donde dice que se tiene que dar un año o dos como regalo o como compensación por el sacrificio que se hizo: bastante trabajo que se realizó, que no se les cobrara nada. Pero hasta ahora no se ha hecho un acuerdo para cobrar el agua. La gente tiene el servicio gratis. Hay costos, pero también hay un dinero como fondo donde se cobran las tomas, porque de todas las tomas que se hicieron se cobraron unas cuotas para que ese dinero se fuera en los gastos.

Camino de El Zacatal. Foto: Daniela Garrido

“Ése es el trabajo que se ha hecho. Cuando se formalizó el comité del agua potable ya surgieron gastos. Las personas que sí creyeron en el proyecto fueron 433 hombres y mujeres. Fueron quienes aportaron para comprar el terreno donde instalar el colector. Es casi una hectárea y el predio se llama La Pahua, localizado en La Concepción, en el municipio de Tenango de Doria. Entonces de ahí parte el trabajo. Ya empezaron a construir, llegaron las tuberías y empezaron a trabajar. Tardamos varios años para que llegara el agua. Esto viene del 26 o 27 de marzo de 2009”. Las personas reunidas toman un respiro. La vocera, la narradora, Jenet, continúa:

“Es muy bonito escuchar el historial del agua potable, pero falta escuchar una parte. Algo que, podríamos decir, es fundamental, porque, antes de que se hiciera todo el trato que explicaron aquí, pasó mucho tiempo para que la gente de la comunidad de San Antonio el Grande consiguiera el líquido. Antes de ese proyecto tuvimos dos fracasos con el agua potable. Primero porque íbamos a sacar agua hasta la comunidad de Río Blanco. Empezó la obra. Nos echaron la mano dos señoritas: una mexicana y otra estadunidense. Empezó el proyecto, pero ahora sí que como está abajo del lugar y la cuesta arriba, iba a ser un poco difícil, más que nada, lo del pago de la luz eléctrica, el costo de la luz. Para la obra a lo mejor se sacrificara la gente para hacer todo lo posible en aportar para las faenas, pero ora sí que, como los de bajos recursos son los indígenas, pensaron, hicieron sus cálculos que si se hiciera la obra iba a salir caro lo de la luz. De por sí es muy cara. De ahí se vino el primer fracaso. Empezaron a decir que la luz y que el bombeo y muchas cosas. Con el paso del tiempo, siguió sufriendo la gente. Seguimos en busca de agua en los manantiales. Iba la gente al río a lavar la ropa, a traer el agua. Entre tanto y tanto se encontró otra manera: se localizó un manantial en una comunidad, Santa Úrsula. Después se comenzó a meter el proyecto e hicimos faenas. La primera tubería que se compró era de metal. Empezamos a enterrarla —mucha gente aportó su faena como ciudadanos—, enterramos como 2 kilómetros.

“Pero el manantial se secó, se desvió del camino de donde emanaba, cambió de ruta, ¿no?, al secarse ahí se quedó la obra. ¿Sabes qué?, decía la gente. Esto no va a funcionar. Ése fue el segundo fracaso. Seguimos sufriendo, pero gracias a Dios hubo la idea de ir a ver lo de Montellano. Y por eso una parte no les creía a quienes promovían el manantial allá arriba. Porque ya había dos fracasos. La gente decía que estaba muy lejos: no imaginaban. Pensaban que por la distancia nunca iba a llegar a la comunidad. Pero, gracias a la insistencia y que no perdían la esperanza, con este proyecto se logró. Por eso en lo que es el agua tenemos un historial importante, y por eso la gente cuida lo que le costó. Si tiene la oportunidad de ir, la gente va a protestar, protestan de que no tienen por qué destruirlo, dañarle su servicio. Por eso estamos aquí y por eso la gente está dispuesta a defender esta causa: porque el agua es vida, sin ella no tenemos vida y más las generaciones venideras”.

No sólo importante para nuestros pueblos, es un ojo de agua de suma importancia para toda la región. Estos ríos son alimentados por ese ojo de agua y que el gasoducto toque este lugar es un desastre total

Tercia otro señor: “Como dicen nuestros compañeros: sufrían más las mujeres, porque antes de que hubiera agua potable iban a los manantiales nuestras señoras. A mí me tocó formarme a la una o dos de la mañana, hasta que te toque, decíamos todos. Ahí, infinidad de señoras, peleando, días y noches. Cuando me dijeron, pues dije: tengo que trabajar y echarle ganas para que le llegue a la gente este tanque. Por eso le echamos muchas ganas. Y ahora para que el gasoducto nos lo destruya de la noche a la mañana… ¡eso no se vale! Somos humanos, necesitamos ese vital líquido y no se vale. Somos ñuhú y tenemos derechos de que nos respeten nuestros recursos naturales, de que nos respeten nuestro derecho: nuestra vida, más que nada.

“Hay comunidades vecinas que no tienen agua. Hay varias comunidades que carecen, pese a tener mucha vegetación. No tenemos mucha agua en todas nuestras comunidades. En toda esta parte de nuestro municipio hay muchas carencias en cuanto al agua. Nuestra comunidad es una de las pocas que cuentan con suficiente líquido. Pensamos que es bastante valiosa y, sobre todo, en ninguna otra comunidad ves que tengan agua como nosotros. Todas llevamos el agua del mismo lugar, de ese mismo cerro. Tan sólo ese mismo cerro alimenta ríos importantes. Los dos ríos importantes son alimentados por ese manantial. Son alimentados por esta comunidad. De ahí traen agua muchas comunidades del municipio de Tenango, San Bartolo y Huehuetla. Todos somos alimentados por ese gran ojo de agua que está en ese lugar. Entonces, no sólo es de importancia para nuestros pueblos, sino que es un ojo de agua que traspasa los límites estatales, y es de suma importancia para toda la región. Estos ríos son alimentados por ese ojo de agua y el hecho de que ese gasoducto toque este lugar es un desastre total, porque incluso nuestra comunidad no es una de las comunidades directamente afectadas, siendo que estamos a varios kilómetros, pero, si lo vemos a manera geográfica, solamente unos cuantos cerros nos separan de ese lugar. De mi comunidad se ve el cerro de Montellano; entonces, en realidad, el kilometraje es largo, pero los cerros estamos todos juntos en esto. En el momento que se dañe ese lugar, daña no sólo comunidades que están dentro de los considerados afectados, sino que son miles de comunidades que van a ser afectadas de manera directa e incluso indirecta. Siendo que esto, prácticamente con el hecho de que dañen el ojo de agua que va a ser afectado por el gasoducto, a todos ya nos destruyen”.

La afectación del gasoducto es al agua y a la vida toda, como expresan en San Antonio, y no extraña que, al compartir su perspectiva sobre los posibles daños, preponderen la salud y el don curativo del líquido vital, tal cual sucede en San Andrés, donde las mujeres son las que hablan. Cuentan del temazcal y cómo se ha ido perdiendo la tradición. Cuenta una de las sanadoras más famosas de toda la región, doña Elidia López, de 96 años:

“Ya nadie hace temazcal. Pero, ¿para qué quiero temazcal? Yo las curo con pura hierba. Cada tercer tarde, como ahora lo baño, mañana no; pasado mañana, otra cubetada de hierba, lo que aguante de caliente todo el cuerpo y una pasada de hierbas. Con ése, ¿para qué quieren más? Pero es más mejor con el temazcal.

“Los temazcales los hacían de piedra. O si no de bloc también; lo que hubiera. Le echan leña y tienen un fogón por dentro. Cuando ya está bien rojo, al temamatle, como le decimos, le echan piedras bien boludas, de ésas de arroyo. Cuando ya está bien rojo rojo, ya está el botesote de agua; todos se meten y se desvisten. Le echan agua en las piedras y sale vapor que se vuelve insoportable, y se echa con un manojo de jehuite.

“Por aquí no hay temazcal, pero dos veces pasé por allá abajo en San Pedro. Iba yo para Villa Juárez. Cada casa tiene su temazcal. Le ponen su ventana para la lumbre, la puerta que luego cruza y hace un codo; y lo que era la mera casa para el temazcal, ésa queda así y ahora para entrar o salir tiene un poste atravesado. Está bien escondidita la puerta de temazcal. A lo mejor les gusta bañarse; por eso hacen su temazcal. Pues es que el agua cura. El agua cura siempre. Aquí hay varios manantiales. Tienen su nombre cada uno. Allá arriba se llama Manantial de la Silleta. Ahí agarra la toma del agua que estamos ocupando.

“Es para todo el pueblo pero ahorita ya no sé qué está pasando. A lo mejorse está escaseando, porque ahora ya no tenemos agua: sólo cada tercer día. No abastece el agua para toda la gente, porque no llueve. Cuando es tiempo de lluvias, sí. Pero ahorita, como casi puro frío, se está secando. Lo mismo que con el calor: en abril y mayo se seca bien. Aquí el chorrito, de donde traemos agua, se llama Manantial del Cerrito. De ahí es de donde ahorita traemos agua que no tenemos, con cubetas, garrafones. Ahorita allá vamos a lavar la ropa. Cuando no hay agua, va la señora allá”.

“Hay otro manantial allá abajo”, dice otra señora. “El Manantial de La Pahua. Más bajo hay otro manantial que se llama Manantial de La Joya. El trazo del gasoducto pasa cerca de algunos manantiales. Porque el agua viene desde allá arriba, desde la punta del cerro. Desde allá viene toda el agua que hay por acá. Y sí nos va a afectar si llegara a pasar eso. Porque, tan sólo cuando echaron la carretera, también hubo un tiempo que nos faltó el agua. Afecta todo, plantas, animales, de todo. Por eso no estamos de acuerdo. Es un riesgo, porque estamos escasos de agua. Ahorita ya lo estamos viviendo y todavía no hay ninguna construcción de allá donde tomamos el agua y ya estamos sufriendo por escasez. Cada tercer día le abro a la llave para que se junte para toda la gente. Eso es lo que a nosotros nos preocupa. ¿La empresa? Ellos van a venir a destruir y agarran y se van. La gente se queda a vivir aquí, a sufrir las consecuencias. Somos nosotros, no ellos. Siempre les digo a los de la compañía: ‘ustedes no viven aquí para ver lo que nosotros vamos a vivir. Ustedes vienen, agarran, deshacen y se van. ¿Quién es el que sufre? Somos nosotros con nuestros hijos: son los que se van a quedar a sufrir’. Estamos como unos pollitos aquí: que para allá, que para acá. No le debemos a nadie de nada, porque no tenemos un gasoducto, una empresa, una fábrica que vaya a exportar, con equis motivos. Ya en este caso, sería más complicada la vida. Como decía mi tía: si ahorita no se dan bonito las cosas que estamos sembrando —el maíz, frijol, el cacahuate o los chiles no se dan bonito—, si pasara, imagínate cuánta contaminación.

“Ellos dicen que es gas natural. Sí, gas natural, pero ¿qué crees? Que afecta. Afecta el clima. El agua nada más va dando vueltas. Las nubes se van al mar, cargan y vuelve a llover, y luego esa agua ya viene contaminada. Eso no es lo que queremos. Como decimos: desde un principio, aquí la empresa la estaba apoyando el presidente municipal. En vez de que el presidente diga: ¿sabes qué? No. Ésta es mi gente, la que me sigue apoyando. Pero no. El presidente viene y dice: apoyen a cambio de una obra. Dice mi esposo: a lo mejor sí nos dan una obra. Pero, ¿de qué sirve? Tenemos una obra, pero a cambio de la vida de nuestras familias, a cambio de una contaminación. Eso es lo que a nosotros nos preocupa ahora. Nunca habíamos pasado esto. Estamos atemorizados porque ellos dicen que queramos o no, van a pasar. Sí han dicho eso”.

En San Andrés y también en Tlapehuala alertan sobre la alteración del ciclo del agua, y especialmente de su contaminación, lo cual desataría múltiples afectaciones, entre ellas, posibles desplazamientos. En esta comunidad, situada en el municipio de Xicotepec de Juárez, nos comparte su testimonio Saula Gayosso Morales: “Nuestra comunidad es rica en manantiales, es un agua muy rica, muy sabrosa, fresca. Pero sí está en riesgo pues según los mapas que vimos de la Sener están marcados todos los manantiales, pero también incluso los arroyos, los que pasan debajo de las tierras, están marcados. Aquí no hay arroyo, pero no pasan desapercibidos los que hay, los tienen perfectamente ubicados, entonces todo va a correr riesgo si se lo apropian o contaminan. Si nos quedamos sin agua la comunidad se tendrá que salir, que buscar otro lugar, porque todas las actividades que se llevan a cabo aquí se llevan con el agua. No podríamos vivir, definitivamente”. Bajo esta perspectiva, la afectación por los megaproyectos habrá que verla no sólo como un despojo del territorio sino también como un despojo de la salud. Si partimos de un enfoque integral en el cual “no es posible hablar de salud sin un ambiente sano”, el deterioro de los ecosistemas aunado a la sustracción de los bienes comunes desata procesos contaminantes que deterioran la tierra, el aire, el agua, los cultivos, rompiendo sus ciclos y enfermando el hábitat y las múltiples comunidades que los habitan. A la vez que se afectan los medios de subsistencia se altera la vida comunitaria, las formas de convivencia y de organización comunitaria con sus saberes y prácticas.

Habría que plantear entones una multidimensionalidad del despojo, tal vez incluso la palabra despojo se quede corta, ya que al substraer del territorio y de los bienes comunes y ámbitos de comunidad, se desarticulan todas las otras formas de concebir el entorno y la relación con el mundo que implican formas de organización, lenguas, narrativas, rituales y cosmologías, pero también los saberes y estrategias de la subsistencia, la vida misma, el ser de la tierra, todos esos tramados que desde los orígenes han hecho diversa a la humanidad y la han hecho sobrevivir las comunidades cuidando sus entornos.

En un contexto histórico en el que la actual administración, si bien promueve un desarrollo económico con la rectoría del Estado y el fortalecimiento de las empresas estatales, en específico, de Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), dando continuidad a obras y contratos con empresas transnacionales para la generación de energía (con presumibles servicios y tarifas más favorables al Estado), para los pueblos de la región no cesa el deterioro y la amenaza de sus territorios tanto de la Sierra de Puebla como de Hidalgo. Al contrario, por ubicarse en una zona estratégica para la producción y distribución de hidrocarburos, no sólo se proyecta darle continuidad a emprendimientos como el gasoducto Tuxpan-Tula como parte de los proyectos actuales de inversión público-privada, sino también proseguir —por más que se declare lo contrario–con el uso de técnicas especialmente nocivas para el ambiente y la salud, como lo es la fractura hidráulica.

Por eso el Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio Puebla e Hidalgo, en el contexto de la gira de Andrés Manuel López en la comunidad de San Pablito en enero de 2020, se pronunció: “Queremos dejar en claro que los que hemos luchado somos mujeres, niños, ancianos y hombres valientes de los pueblos originarios de la Sierra Norte de Puebla-Sierra Otomí-Tepehua. Mujeres y hombres que hemos sido perseguidos, reprimidos y algunos compañeros, han pagado con su vida la defensa del territorio, su agua, sus bosques y sus bienes naturales.”

Concluyendo así con las siguientes demandas, entre otras: “El Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio Puebla e Hidalgo continúa con su organización colectiva, porque consideramos que la reforma energética y las llamadas reformas estructurales del periodo neoliberal, en su espíritu y base esencial, se mantienen. Dichas leyes tienen un gran potencial para afectar nuestros recursos, territorios y derechos individuales y colectivos y no previenen y mucho menos reparan los daños del impacto ambiental, social y de salud. Ante lo arriba señalado, le(s) exigimos lo siguiente: señor Presidente, lo decimos alto y fuerte para que se escuche en todo México. No queremos el gasoducto en nuestras tierras, ni ningún otro proyecto de muerte. Frente a los proyectos de muerte, nosotros oponemos el proyecto de vida”.