La ritualidad del territorio

Las comunidades que componen el Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla-Hidalgo viven en una región cultural que comparten de forma atávica. En este devenir histórico han contribuido a elaborar toda una gama importante de pautas de convivencia en su estancia en la Sierra Norte de Puebla. Estas prácticas derivan en un proceso de comunicación y socialización entre varios pueblos diferentes con su territorio común. En su mayoría, las relaciones que establecen están encaminadas al respeto, cuidado y conservación del entorno natural que habitan. La convivencia para estos pueblos es algo natural porque ha sido así desde su atmósfera particular de lenguajes diversos.

Uno de los Cirios sagrados de la región. Foto: Daniela Garrido

La socialización entre los pueblos y la naturaleza asume índoles variadas; puede estar enfocada en la conformación de comités de agua, para el cuidado y uso del recurso, en la organización de mayordomías para la disposición de las festividades, y se puede observar sobre todo en lo importante que es el ciclo agrícola y las ceremonias, fiestas y rituales que se generan en torno a éste.

La correspondencia entre los pueblos y su entorno tiene como vehículo puntual un proceso de ritualización de la cotidianidad que es extensiva y compartida en esta región. Como uno de los resultados, se conforman mecanismos para regular la convivencia con el agua, el cerro, el bosque.1

La historia de María Isabel (doña Catalina o la Sirena), por ejemplo, la cual escuchamos en Chila de Juárez, nos habla de un proceso de esa cotidianidad ritualizada; es un espíritu femenino al que se acude recurrentemente cuando se trata de explicar y sanar alguna enfermedad, tiene relación directa con el agua, se manifiesta cuando alguna persona está comiendo cerca de un río o un manantial, o cuando alguien se cae al agua, y esa persona ya sea por el susto, por caerse o por la ingesta de algún alimento, se enferma del estómago. “Cuando sus familiares se dan cuenta, se le pregunta si estuvo comiendo algún alimento cerca de un manantial o tal vez fueron testigos de cuando se cayó al río, si es así se le dice que se lo comió el agua, se lo comió María Isabel, el manto del agua. Para sentir alivio de su enfermedad necesita regresar al manantial en el que se enfermó, agarrar una vara y pegarle al agua gritándole ’no espantes a fulano’, diciendo con fuerza el nombre del enfermo; esto tiene que ser a las doce del día”. Respecto al entorno que día a día viven los pueblos nahuas de la Sierra Norte de Puebla, Lourdes Báez (2004) plantea que se considera un espacio animado en el que coexisten humanos, animales y plantas, junto a una diversidad de entes extrahumanos, la mayor parte de ellos vinculados con el espacio de la naturaleza, como son los cerros, ríos, pozos, bosques y cuevas, y en el ámbito doméstico: el fogón, el temazcal. “Los nahuas, por ejemplo, reconocen en los entes extrahumanos una capacidad superior para ayudarlos a resolver toda clase de problemas vinculados con su existencia cotidiana, y además los consideran los responsables directos de la buena marcha del mundo” (Báez, 2004). Por esta razón, se ven obligados a establecer con ellos una constante comunicación a través de la entrega de ofrendas y realización de prácticas rituales.

Las ofrendas tienen que ser continuas y con el procedimiento que les permita seguir el costumbre. Entre los nahuas se plantea la idea de satisfacer o tener contentos a los dueños: un ejemplo puntual son los aires. Báez plantea que para los indígenas de la Sierra Norte de Puebla, los aires no son simples corrientes naturales, sino que hay aires calientes o fríos que al introducirse en el cuerpo de un individuo pueden ocasionarle enfermedades; también están relacionados con las lluvias y, por ende, se les atribuye un valor positivo y benéfico, además de ser considerados “emanaciones asociadas con lo fétido u otras cualidades similares”, como las emociones de los recién nacidos al llegar al mundo o las de quienes acaban de fallecer. También se denominan “aires” a los lanzados por brujos para dañar a alguien.

A los “aires” se les identifica como los “dueños” de lugares como los cerros, el agua, el bosque, las barrancas, las cuevas, el fuego, la tierra y, obviamente, el viento; se conciben también como entidades malévolas que pululan en el entorno en busca de aquellos que infringen alguna norma, como los borrachos o los que comenten algún delito; es decir, las conductas anómalas se atribuyen a algún “aire” no bueno.

En este orden de ideas, los “dueños” nos permiten entender de forma puntual la ritualización de la vida que hacen los nahuas de esta región, se les designa un poder específico, generalmente al cuidado de sus “ámbitos de comunidad”, bienes comunes o recursos naturales, la producción agrícola o la salud de sus animales. Generalmente a los “dueños” se les asocia con lugares bien ubicados en donde habitan, alguna cueva, el cerro, el río o la milpa.

La mayoría de estas relaciones de sociabilidad que en ocasiones se convierten en entidades, espíritus u otras en rituales o fiestas dedicadas al cerro son parte de lo que Descola (2004) llama un continuum animado, que tiene principios y reglas unitarias y ocupadas por un régimen compartido entre los pueblos que ocupan la montaña. “Así, en relación al mundo la humanidad no es una especie dominante que subordina a todas las demás a su propia reproducción, sino que el mundo más bien podría tener un tipo de ecosistema trascendental que sería consciente de la totalidad de las interacciones que se desarrollan en su seno” (Descola et al, 2004). Esto coincide con la idea reiterada por la gente de las comunidades de que “trabajan con el territorio”, porque es un cuidado mutuo, una crianza mutua.

Así con las aves, las cuales constituyen un grupo bastante protegido por los otomíes. Algunas, como el zopilote, no pueden cazarse, pues en el mundo indígena existen prohibiciones muy generalizadas al respecto: “al devorar a los cadáveres, el zopilote purifica al mundo” (Galinier, 1987) y garantiza su continuidad, así como la del humano.

En el mismo orden de ideas, Galinier plantea que las representaciones mitológicas eran el reflejo de una organización de divinidades articuladas en una estructura de varios niveles, con el Viejo Padre y la Vieja Madre en la cima, asociados con la imagen de la gruta, matriz del universo, con la cual se busca tener una constante comunicación. El culto a las montañas era y es la expresión directa de un pasado remoto, que nos remite a la idea de agua/cerro o agua/montaña, la noción náhuatl de lo que en la época prehispánica se conocía como altepetl, según Bernardo García (2005), los otros idiomas predominantes de la sierra en el momento del contacto poseían un concepto similar.2

Cada pueblo de esta región está relacionado con un cerro cercano, cuyos manantiales les proporcionan el agua necesaria para su sustento

“En el totonaco se expresaba con la palabra chuchutsipi (mismo plural), formado de chuchut (agua) y sipi (montaña). Los dialectos occidentales del totonaco y el tepehua tenían las variantes xcansipi o xcansipej (de xcan, agua, y sipej, montaña; mismo plural). En el otomí existía (o se adaptó) la palabra andehe antae hae, ligada a las formas andehe (agua) y noltae hae (cerro)” (García, 2005).

Cerro del Cuaujolote, San Pablito Pahuatlán. Foto: Itzam Pineda

En esta forma de organizar el territorio, según García, su relación con la sierra o el cerro estaba respaldada por la imagen genealógica del dios tutelar que residía en las montañas, daba origen al agua y era la cabeza de los linajes locales: podía entenderse que el cerro es la tierra de donde nace el agua, que es la vida. Por lo tanto, se mantenía un diálogo constante con estos dioses tutelares, por el bien que traía al colectivo. “El concepto proporcionaba de esa manera una referencia simbólica que englobaba a la tierra y a la fuerza germinal, al territorio y a los recursos, y aun a la historia y a las instituciones políticas formadas a su paso” (García, 2005).

Cada pueblo de esta región está relacionado con un cerro cercano, cuyos manantiales les proporcionan el agua necesaria para su sustento; en el sentido que lo menciona García, en esta relación de subsistencia tiene su fuerza germinal la vida cotidiana y el mismo futuro de estos pueblos.

Por lo tanto, estamos hablando de una región en donde convergen históricamente al menos tres pueblos que comparten una forma de entender la relación con su territorio; es un espacio compartido no sólo por vivir ahí, sino por participar de sus formas de entender la relación del espacio que ocupan; no es un territorio fragmentado para cada pueblo, sino todo lo contrario: comparten formas de interpretar su estancia en la sierra, formas de comunicarse con su entorno, fiestas cíclicas, con rituales puntuales con su propio universo de comunicación. Es un territorio integrado, compartido. Eso, pensamos nosotros, es la convivencia. Algo más cohesionado que la simple y teórica “multiculturalidad”.

En las comunidades que visitamos, Chila, San Andrés, Montellano y Ahuacatitla, esta relación es tangible y se vive de forma diversa. En Chila, el cerro llamado Margarito se considera un cerro sagrado; es en este cerro donde se hace un ritual para pedir abundancia de cosechas, más agua. Se realiza el 3 de mayo, que es de los meses más secos, y coincide con el inicio de la siembra: “se hacen sacrificios de pollos, guajolotes, borregos y se hace todo lo que es el ritual, se hace música, danza, atole de maíz para todos los invitados, allá se llevan de todas las semillas, de cacahuate, de maíz, de todas las semillas que nosotros vamos a utilizar, primero se llevan ahí al ritual”.

De esta forma, se llevan a cabo una serie de rituales y festividades diversas, que se concentran en lo que los otomíes llaman los costumbres. Principalmente se celebran ciertas etapas determinadas del ciclo agrícola, como las siembras o las cosechas. Tienen lugar en fechas fijas o variables o con relación a circunstancias excepcionales (sequía o hambruna). El objetivo es mantener la fertilidad de la tierra mediante un vasto ciclo de intercambios entre los seres humanos y los dioses para proteger a la comunidad contra los peligros que la acechen, buscan sobre todo generar cierto equilibrio, cierto orden en la relación del humano con la tierra. “El reto es claro: la regeneración de la tierra debe frenar la entropía continua que experimenta el universo al paso del tiempo. Esta ideología vitalista, que predomina en toda la Huasteca indígena, se expresa ritualmente bajo formas muy variadas” (Galinier, 1987).

Algo que es característico para las grandes ceremonias que señala el calendario ritual, y que es muy importante como parte sustancial del evento ritualizado, es la alimentación, pues en ese contexto se esmeran notablemente. La comida que más se prepara es la carne de pollo o de guajolote con mole (mai), que se sirve tanto en los grandes ritos como en las fiestas católicas. Esta costumbre se ha difundido a través de toda la sierra. Otro guiso muy estimado o al que se recurre mucho para estos eventos es el pipián o ajonjolí, llamado “pascal”. Es acompañado de langostas de río (moi). A este respecto, el Carnaval y Todos Santos son ocasiones de grandes reuniones gastronómicas. Durante la fiesta de Todos Santos, la tradición exige que el altar sea adornado con figurillas antropomorfas o zoomorfas de pan de azúcar, adornadas con dibujos de azúcar coloreada (Galinier, 1987).

Es así que en este entender el mundo, cuando a la naturaleza se le asigna una personalidad que cuenta con una intención puntual, es central la importancia de la comunicación entre humanos y no humanos. De esta relación depende el curso positivo de la vida humana con su entorno. “De manera que si bien hubo un tiempo en el cual se originó todo, su continuación y permanencia sólo es posible por la necesaria y constante relación entre ambos.” Los rituales o ritualización de la vida es por lo tanto una vía de comunicación permanente y es central para la continuidad de la vida de estos pueblos. Es también, como el caso de otros muchos pueblos, la simbolización de un cuidado, de una relación importante.

La relación que surge de la interacción naturaleza-humano y con la cual se desenvuelven en este espacio nahuas, totonacos y otomíes, se convierte en el hilo con el que por siglos estos pueblos han tejido su territorio, su cultura, en el sentido que lo menciona Descola: hay un continuum en estas actividades que les permite seguir existiendo. Desde esta perspectiva el territorio puede ser considerado como zona de refugio, como entorno de subsistencia, y así va tomando forma. “También se le puede dar una dimensión simbólica, como objeto de apego afectivo, como tierra natal, como lugar de inscripción de un pasado histórico y de una memoria colectiva y, en fin, como ‘geo-símbolo’” (Giménez, 1999).

En otras palabras, el proceso de construcción del territorio recoge las relaciones culturales con el espacio, así como las formas de apropiación y comunicación en ese espacio. “El territorio es, entonces, la proyección del grupo social, de sus necesidades, su organización del trabajo, su cultura y sus relaciones de poder sobre el espacio, que conllevan la defensa de su territorio; es lo que transforma ese espacio de vivencias y producción” (Rodríguez et al, 2010: 23).

En el contexto actual en donde una empresa transnacional como TransCanada proyecta la extensión de su ramal de gasoductos en nuestro país, por la Sierra Norte de Puebla, la forma de vida de estos pueblos, la relación que tienen con el bosque, con los cerros y con el territorio, representan una amenaza para sus intereses.

La perspectiva del territorio que este tipo de empresas tiene es lineal, como espacio a conquistar, de dominación, según Manzano: “Cuando un territorio es concebido como uno solo, o como espacio de gobernanza, y se ignoran los otros que existen dentro del espacio de gobernanza, tenemos entonces una concepción reduccionista, concepción que sirve más como instrumento de dominación por medio de las políticas neoliberales” (Manzano, 2011: 29).

El gasoducto atenta no sólo con los cerros sagrados, sino de forma directa con una red de relaciones culturales, económicas y políticas que se extienden por toda la región, lo que en su conjunto constituye un territorio diverso, amplio, que no sólo se reduce al cuadrante donde la empresa proyecta que pase el tubo que transportará gas, sino que es extensivo en toda la parte de la Sierra Norte.

En la era del neoliberalismo, el territorio de los pueblos indígenas está en constante conflicto o es resultado de éste. Por lo tanto, “sólo así es posible entender que una vez que los pueblos indígenas se han logrado hacer de sus propios territorios, han tenido que defenderlo frente a otros de distintas maneras. Esos otros son, pero no únicamente, el Estado, la Iglesia y el Capital” (Cruz et al, 107: 2010), por lo que no hay un territorio predefinido, sino que lo que expresan los procesos sociales es una constante disputa territorial.

La organización de los pueblos del Consejo Regional Indígena para defender su territorio frente a la empresa TransCanada y las políticas neoliberales que impulsa el Estado mexicano se suman a estas relaciones de sociabilización que los pueblos nahuas, otomíes y totonacas han construido desde hace cientos de años para comunicarse con su entorno natural y entre sí en esta convivencia naturalizada. El ejercer de forma plena estas prácticas es parte sustancial de la defensa de su territorio. Así, un orden de relaciones que se enfoca al ámbito simbólico-cultural cobra fuerza en el ámbito político, dando continuidad a la red de relaciones que intervienen en la construcción del territorio de estos pueblos.


Chila: El cerro sagrado y María Isabel

En el proceso de organización entre los pueblos que conforman el Consejo Regional de Pueblos Originarios en Defensa del Territorio de Puebla-Hidalgo, queda de manifiesto la diversidad de vínculos que se generan entre las comunidades. La defensa de su territorio en contra del gasoducto no sólo muestra un esfuerzo importante por una organización política en pueblos y comunidades. También deja en evidencia una importante red de relaciones, encuentros y trabajo colectivo en torno a la tierra, el cerro, la montaña, el manantial. Justamente uno de los ejes que une a esta variedad de pueblos y que Chila comparte es el binomio agua/cerro. Las aguas que nacen de la montaña fluyen entre las cañadas y son aprovechadas, configuradas y re-configuradas por la actividad humana. La ritualidad y veneración como parte central de la vida de este pueblo nos muestra que tierra y agua se viven como legado comunitario.

–La organización del día de muertos, la veneración al cerro, son costumbres que los antepasados mantienen y algunos de nosotros todavía hacemos el esfuerzo de que se lleven a cabo. Lo hacemos en un cerro sagrado: es un ritual que se hace para pedirle abundancia de cosechas, más agua.

Se realiza en los meses de mayo, que son los meses más secos, se hacen sacrificios de pollos, de guajolotes, de borregos y se hace todo lo que es el ritual, se hace música, danza y también nosotros nos organizamos a partir de mayordomías.

–Aquí se hace en diferentes lugares. En esta parte de acá arriba hay unas cruces grandes que es donde se festeja, en especial en los pozos o en los manantiales. En las partes altas, en los cerritos había siempre cruces y ahí es donde se adornaban, pero ahorita, bueno para ya no caminar tanto, a veces nosotros hacemos el ritual en la iglesia. Pero en la iglesia se adorna la olla del tepache y se baila, se hace el baile de las flores y se baila la olla, hay que cargar la olla e ir danzando y ya cuando se termina de avanzar con el tepache, que se terminan de bailar las flores, se reparte el tepache, ya hiciste el sacrificio, ya bailó el tepache, ya se acabó.

Nosotros organizamos las fiestas patronales, ahí no lo hacen las autoridades, nada de eso. También se hacen rituales de baile de flores, se hace la fiesta del 3 de mayo, se baila con las ollas de tepache y al final se reparte a todos los que nos acompañan.

Para nosotros las mayordomías no coinciden con la del 10 de febrero, deja uno dos años y ya después a los otros dos años hace uno la fiesta de febrero y deja uno todo el año y otra vez en febrero. El día de Corpus se hacen los siete altares, donde hay que andar en procesión y ahí, por decir, las que se designan como madrinitas de los altares tienen que ser viudas o solteras. Las parejas que están casadas (sean madrinas o mayordomos) pueden participar. Ésa es la tradición que se tiene. Y luego viene el 13 de junio que también es San Antonio, pues también aquí se festeja en otro barrio: es el mismo pueblo, pero es otro barrio o sección, y pues también se celebra; hay arreglos florales como son los rosarios, se hace también un ritual, pero en sí ahí nada más es muy pequeño. Después viene el 29 de junio, que es San Pedro y San Pablo.

Nuestros antepasados, abuelos, nos hablaron del Cerro Sagrado. No sólo se apoyaban con un borrego, con los guajolotes, hacían atole por allá, atole de maíz para todos los invitados. Siempre nos han hablado de esa costumbre; allá se llevan muestras de todas las semillas, de cacahuate, de maíz; todas las semillas que vamos a utilizar y que primero se llevan ahí al ritual; se ofrecen esas semillas y después se regresan y se siembran, se revuelven con otras más como una muestra de que se sigan produciendo las mejores semillas, las de mayor abundancia. El ritual tiene mucho que decir. Muchos de mayor edad se nos están yendo, pero a nosotros siempre nos lo han inculcado, siempre nos dicen: no abandonen, no dejen esto que viene de generación en generación. Para nosotros ésa era la religión, la número uno para nosotros, porque las otras religiones nos las vinieron a imponer. Así nos decían nuestros antepasados, porque los que estaban muy cercanos a las iglesias nos decían: “no, pues ésos están locos, están adorando un cerro”, pero realmente estamos recordando lo que nos vienen enseñando nuestros antepasados y que no es únicamente ir a cansarnos, sino que la semilla, al ir a ofrecerla e ir a pedir por ella, se le está haciendo una atención, un ritual a lo que nosotros producimos.

Día de Muertos, Los Tenangos, mitos y ritos bordados, arte textil hidalguense, p 90

La madre tierra es la que a nosotros nos alimenta, nos da todo eso lo que nosotros vamos a adorar, no como dicen ellos que al cerro, que a la piedra, pues sí efectivamente hay una piedra, pero a mí me decían que era un personaje que se encantó ahí y ahí quedó, se va, lo visten, hay un ritual.

En Otomí el cerro se dice t’öhö, es el cerro flojo, pero le digo que tiene una gran historia, nosotros lo único que podemos seguir es lo que nos heredan nuestros antepasados, lo hacemos con mucho gusto. Dos noches antes de escalar ese cerro estamos danzando, hacemos el ritual, bailamos con el piloncillo, bailamos con las canastas, con las flores con cohetes, y si nos llevan aguardiente hay que bailar con el aguardiente y bueno con todo, con la madre tierra. Se convive con eso, se le da un vasito a las personas que acompañan y si no también en el cerro se deja un parte de esa ofrenda. Es más a la tierra, el cerro es el cerro sagrado, pero el cerro se compone casi desde la población hacia arriba, eso es lo más curioso y es donde más, donde baja toda el agua, alrededor del cerro, está como si fuera un pulpo, le salen por todos lados hilitos de agua.

Desde que se sabe, todos hemos seguido, como dicen, esa cultura, y el cerro sagrado es el que encabeza ese ritual. Éste es el ritual del cerro sagrado, el Cerro del Margarito, como decíamos. Se dice que ahí en el cerro nosotros vamos, hacemos el ritual, se hace el sacrificio de animales, se queda una parte y la otra parte se convive con la gente que va, que acompaña.

–Aparte del muñequito ése que está, hay un cristo de oro.

Sí, bueno, se habla de que antes fue una iglesia ahí, que desapareció. Mucha gente nos habla que escucha campanas.

Mi padre dice que la ha escuchado en Peña Blanca en Año Nuevo. Hay una imagen allá arriba…

Es una roca. Nos dicen que fue un hombre que iba escalando, según la historia, y que le dio flojera, por eso se llama “cerro flojo.” Pero su nombre era Margarito, y así lo conocemos todo.

El que iba subiendo se llamaba Margarito. Se quedó ahí dormido. Y se encantó: es la piedra que está ahí. Pero hasta arriba del cerro, en la corona del cerro. Nos cuentan que se hundió una iglesia y que tenían un cristo de oro.

Será a unos cuantos metros, 50-60 metros. Todavía había canteras cuando nosotros íbamos mucho, pues hay las señas de que sí estaba una iglesia. Se supone que esto era parejo. Pero en el año 1955 hubo un diluvio y fue cuando se hundió. Se desbalagaron todos los cerros. Por eso quedó todo eso. Se desaniveló la tierra.

–Pero eso no fue en ese momento, ¿no?

–No, eso ya es antiquísimo.

–Claro, hubo muchos movimientos en ese momento, pero no eso. Eso fue historia de que nos platicaron que esto se desaniveló, pero de esto que estamos hablando fue mucho más antes. La roca tiene la forma de una persona que ve hacia abajo, sentado y recargado.

No está tallada, es la formación de la tierra. Incluso es una persona ya grande, porque se le ve su barba. Y ese Margarito también tiene su Juanita, como todos que tenemos nuestra pareja.

–Yo tengo una foto. El cerro que está allá se llama Juanita. Es que este Margarito subió el cerro con mucha flojera. Yo creo que de tanto en tanto ha de haber dicho el cerrito: bueno, si vienes siempre con flojera, entonces ya aquí te quedas. Por eso se llama “Cerro Flojo”.

–Ajá, porque aquel subía con flojera y de repente se encantó. Ahí se sentó y se encantó. Es que piensan que es como un castigo que tuvo por subir con flojera.

–Es como cuando uno trabaja con flojera, le sale una bola.

–¡Ah! Los “flojos.” Les dicen “flojos” a las bolas.

–La roca está al filo del cerro. Está salidita. El manantial está de ese lado, como de 50 metros, no está muy lejos.

Y abajo hay cascadas. Abajo del cerro está la cascada; del lado están los arroyitos. Los 3 de mayo o 21-22 de mayo se hace el ritual. Las fechas no son muy definidas. Se hace una junta y participan todos los integrantes que forman parte del ritual.

Los hilitos de agua van recorriendo los cerros, las montañas, los caminos, los pueblos, en forma de ríos o cascadas, van comunicando a las distintas comunidades, van suministrando el vital líquido a todos y todas las habitantes de la sierra, pero también van anunciando apropiaciones, regulaciones, sacralizaciones. Cuando el agua que nace del manantial, del cerro, llega a cada pueblo que es parte del binomio agua-cerro, hace efectivo cada uno de los rituales que se llevan a cabo para pedir que la tierra no deje de ser generosa con quienes conviven con ella, la compartición del alimento, el sacrificio de animales, el baile, el tomar tepache, mezcal, el compartir en colectivo, en comunidad, genera la idea de abundancia, de unión por una sola causa, honrar al cerro de donde nace viniendo desde sus entrañas el líquido vital, el agua de la vida que posibilita su existencia.

El agua se hace cuerpo, se hace mujer, se hace madre, luego el cuerpo se vuelve agua pero no deja de ser madre, “el manto que cubre”, que da vida

La comunicación hecha por el pueblo de Chila con el cerro por medio de diversos rituales es parte de un ecosistema que se vuelve trascendental y que va configurando una totalidad de interacciones que conllevan el cuidado del cerro, pero también el cuidado entre los habitantes de Chila, la despedida y el honrar a los muertos, la semilla bendecida, el ser generosos no sólo con el cerro sino entre los participantes del ritual y del pueblo, hacen que el ritual refuerce y fortalezca los lazos colectivos entre pares y entre la gente de Chila y el cerro. Es pues un ecosistema convertido en un territorio que contiene esfuerzos, emociones, peticiones, generosidad. Pero esta relación trasciende el ritual, la relación con el agua se transforma, se personifica, regularmente en una figura femenina que ayuda a sanar, a regular su uso o el compartimiento, marca los tiempos y los modos de vida, pero también se negocia, se discute con ella, se pide favor y protege el entorno.

–Habemos personas que luego de repente nos enfermamos, que vamos comiendo algo y pasamos junto al manantial, y de repente nos agarró diarrea, así un malestar de estómago, y la gente dice: “lo comió el agua”, ¿quién lo comió? No, pues que María Isabel —o que alguien.

–Sí. Y si alguien de repente se acercó al lavadero (porque antes lavaban la ropa junto al manantial), se iba con todo y el lavadero, se iba al agua. Y por lo mismo la gente le pega al agua con una varita, para que no nos coma el agua. Ptehe en otomí es el manto de vida.

–Sí, así se llama el agua aquí, María Isabel. Nosotros pensamos que si se cae alguien, o si yo paso en el agua (así me acostumbraron), en un manantial donde nace el agua, decimos que en el agua nos podemos ir. Al agua le llamamos María Isabel. Si paso por ahí y voy comiendo, si de casualidad algo como, pues hay mucha fruta, o se me ocurrió comerme algo y no me lo terminé, ahí donde está el manantial le digo: María Isabel, ahí te va lo que estoy comiendo, pero no me comas.

–Ella tiene vida, ahí está, ahí nació. Si esa agua va corriendo hasta abajo ya no es igual al manantial donde nace. Y esto no es igual a si uno la lleva en manguera o en un tubo.

–Aquí la gente dice que allá en el pozo, donde se estanca un buen de agua ahí sobre la carretera, dicen que la sirena aparecía de repente: veían un pescadito pequeñito y después que no, pues que era grande y se llevaba hasta máquinas grandes, que se las iba llevando para allá y pues tenían que venir a sacarlas con otra máquina. La gente cree que ahí sí hay sirenas.

–Por la historia siempre nos hablaban de eso de María Isabel, que el agua. Pero realmente así que se nos aparezca como una señora, no. Sí existe algo así que cuando uno está comiéndose un taco, y si por ahí pasa uno cerca de donde está el agua, como que de repente sin saber empieza uno con un malestar y dice uno ¿qué pasó? No, pues se lo comió el agua. O que si alguien se cayó con todo y los lavaderos al manantial, si no los ponían bien, de repente se iban con todo y la madera, se iban de cabeza, y se estaban ahogando y después, si se salvaban, empezaban por enflacarse, por empezar a tener esa cuestión de que les agarraba diarrea, una cuestión de espanto y todo eso.

–Aja. Pero para evitar eso uno agarra una varita y después vamos con la persona que se cayó, y le pegamos al agua: “no espantes a fulano”. Tiene que ser a las doce del día, no a cualquier hora. “No lo espantes y déjala”, le decimos. Y se le tiene que hablar por su nombre a la persona. Decirle María Isabel al agua y por su nombre a la persona a la que le estaba causando el daño. Mi mamá me curaba ahí, siempre me curaba ahí en la poza.

–Cuando decimos “me duele mucho el estómago, se me hacen así las tripas y me da mucha sed, mucha, mucha sed, y toma uno agua, no le sabe buena el agua ¿cuándo es el día que no va a saber buena? El agua sabe muy sabrosa, pero cuando nos come el agua, el agua no sabe buena y sigue uno con mucha sed; así pasa cuando lo come a uno el agua. Y para curarnos, comemos ajo y con eso se quita, masticado, y ya entonces ni le duele a uno el estómago, ni tiene uno esa sed y ni ese sabor que es raro.

–No sé si han escuchado de la brujería. Esto no es directamente brujería, es que se le tiene que pagar al agua para que lo deje a uno, nada más una veladora y su ramo de flores y unos cigarros si es que tiene uno, si no nada más unas flores y una veladora, se le prende ahí y se le habla: “déjala, déjala”. Y cuando se cae uno, en ese momento se le tiene que pegar con la varita. A la misma hora en que se cayó uno, a esa hora o a las doce, a esa hora se le debe de pegar siete veces.

–El agua se hace cuerpo, se hace mujer, se hace madre, luego el cuerpo se vuelve agua pero no deja de ser madre, “el manto que cubre”, que da vida, en esas acciones la relación entre uno y otro se fortalece y es parte de un mismo devenir, permite la existencia del pueblo y del cerro. Cura, regaña, enferma para volver a curar.

Las afectaciones por el despojo del territorio que prevé la construcción del gasoducto, no sólo pretenden dañar o afectar al cerro, a la montaña, al río, a la cañada. Sino que atenta contra la “salud y el cuerpo” que se configura en la relación de la gente de Chila con su entorno. Atenta contra la integridad de una vida en comunidad sacralizada, se enfrenta a los guardianes del cerro/agua, a la vinculación y ecosistema que las comunidades indígenas han ido tejiendo desde tiempos remotos.


San Pablito: El centro de un mundo

San Pablito Pahuatlán es uno de los centros importantes del entendimiento de estas comunidades con su territorio. Si Pahuatlán, la cabecera, ha sido el polo de desarrollo de la región e impulsa la compra-venta de artesanía y el lucimiento de la cultura regional, San Pablito es en verdad el lugar desde donde se siente parte de la región. Su trabajo con el papel amate y la chaquira, pero también el atesoramiento de sus tradiciones originarias, le dan un papel preponderante a esta localidad, centro e irradiación de la cultura otomí en esta Sierra.

La primera vez que fui mayordomo aquí en el pueblo yo tenía mis 18 años, ya estaba casado, recién casado. Como estaba joven, sí me invitaron y lo acepté con gusto, porque quiero participar, quiero aprender qué es ser mayordomo y ahí es donde aprendí, tres años después le entré de nuevo y me gustó y ya la tercera vez ya invité yo a otros compañeros.

La primera vez me invitó una persona mayor de edad (digo yo, un viejito), por eso me gustó, para que me enseñara a ver cómo es ser mayordomo, qué es el mayordomo. Ahora yo a mis hijos les estoy enseñando lo que me enseñaron primero. Ya ellos me preguntan. Ya este niño se está preparando para ir a sahumar, pero si gustan vamos a ver cómo es que se hace y seguimos platicando, ya hasta el sacerdote sabe que ahí va la música. El sacerdote no viene, nos espera allá. Cada quien va con su esposa y llega allá a la iglesia y se les hace una limpia, hacen su oración, llevan su cera, pidiéndole a Dios su vida, su negocio y así.

Eso de las invitaciones es importante. Me buscaba yo a un amigo para ir a apartar el compromiso ahí con la autoridad, entonces la autoridad lo anota a uno. Pues que yo quiero ser mayordomo de San Pablito. El presidente lo anota en una libreta tal día, exactamente el día que vamos a recibir el compromiso en la iglesia para una fecha que es unos 15 días antes de Semana Santa. Voy con mis compañeros que invité y con el presidente, y durante el año hacemos esa promesa, vamos haciendo todo lo que vamos a decir. Se hace una ofrenda en Corpus Cristi, y en Navidad, entonces cuando termina diciembre viene la fiesta grande, para la que estamos en la promesa, el compromiso más grande.

Y desde que recibimos el compromiso, desde un año antes, hay que estar buscando al del castillo. Desde el mes de abril y marzo agarramos el compromiso.

Buscamos los castilleros, la banda, las mesas, todo eso lo hacemos, me voy poniendo de acuerdo con los compañeros, nos unimos para ponernos de acuerdo, ir juntos a hacer una compra durante el año. Un año tiene que trabajar uno para cumplir el compromiso.

Son tres días los pesados, que hay que ir hacer compras y atender a la gente.

Ha habido mayordomías que fallan, pero por falta de economía, por eso tenemos que ir con la autoridad por ese compromiso, ahí está la autoridad, y pues depende de ellos. Es que ya no cumplí, dice alguien; por qué si te comprometiste, yo no te voy a obligar, le contestan. Si no podía no se hubiera comprometido,¿verdad? Entonces la persona tiene que pagar una multa. Un castigo así ha pasado. La gente piensa, yo voy a entrar, es dentro de un año. Y no cumplen. Hay que valorar, son irresponsables. Yo voy a ahorrar, tengo que ahorrar, pero no hasta que llegue la hora.

Ningún santo se queda sin fiesta. No la verdad no, es un compromiso. La gente grande se junta y dice queremos ayudar, pero no le toca, porque si ayudan mal acostumbran a la gente. Me ayudaron. Pero queremos ayudar porque se siente feo, pero no hay que hacerlo.

Este gasoducto sí llegaría a afectar la comunidad aquí. ¿Por qué? Por el ambiente. Ahí cerca están los árboles de jonote, y se va a escasear el agua con el gasoducto. Es lo que nos preocupa aquí a la gente. Como les dije hace rato, consumo mucha agua para el trabajo con el jonote. Sí nos afectaría mucho, por eso no lo queremos. Es muy importante para nosotros el agua, el ambiente. Los árboles no se van a dar, es como un desierto: no da árboles. No hay agua. Así me imagino yo si puede pasar el gasoducto.

La chaquira, manos plasmando naturaleza. La herencia de la chaquira, sin saber a ciencia cierta de dónde vino y por qué se empezó a enseñar, es un legado que se ha pasado de generación en generación. El bordado a mano de algunas mujeres que viven en la comunidad cuna del papel amate, San Pablito, representa parte de su identidad, de su región, de su historia, de su cultura y, sobre todo, su relación estrecha con la naturaleza.

Su entorno, desde las flores, las plantas medicinales, los árboles, los animales, las estrellas del cielo, todo en conjunto forma parte esencial de su forma de vida. Es por esta razón que representan a través de bordados con hilos de colores, con las agujas, puntada a puntada y ahora con la chaquira, cada dibujo o figurilla hechas a mano durante semanas o meses, hasta lograr plasmar lo que les es significativo de su región. Esto hace de cada blusa, cada prenda, cada diseño una versión única.

Cuenta una maestra artesanal sobre la labor de bordar, que antes las mamás lo enseñaban a las hijas para tener “el pan de cada día”, para hacer y crear su propia ropa. La necesidad las hacía enseñarse y ella aprendió a bordar desde los doce años, en una familia que sólo se dedicaba a bordar y al papel amate, lo que les permitía comprar lo necesario para comer, aparte de lo que se recogía del monte; estas ocupaciones los tenían alejados de la siembra, pero no de la alimentación típica del lugar, como los frijolitos o los quelites. La artesana recuerda que antes se acostumbraba que todas las mujeres bordaran; en la actualidad son pocas las mujeres que continúan este arte, alrededor de veinte, solamente. “Se empezaba como juego”, entre un grupo de niñas se reunían y aún se reúnen para aprender y para pasar el tiempo, así se han compartido diseños.

Ceremonia en San Pablito Pahuatlán. Foto: Itzam Pineda

Un juego que ha pasado por la memoria, el saber, el pasatiempo, ha tenido algunos cambios, dice que “antes se bordaba con estambre”, pues era lo que había, además de que sólo se utilizaba uno o dos colores en los bordados de los abuelitos, “la generación más alta”. Después, las generaciones recientes, “los hijos que vienen atrás”, empezaron a bordar con hilos de muchos colores, vistosos y alegres, vivos como las flores y plantas de su alrededor, pero llegó la chaquira y eso permitió que bordaran más rápido y que las blusas y diseños fueran aún más vistosas, alegres. Con sus creaciones ha podido representar no sólo a su población o a su región, sino al trabajo, el ingenio, la historia y sobre todo su variedad natural hecha diseño, por la cual ha sido galardonada en Bellas Artes, en la Ciudad de México. Ahora sus diseños se pueden admirar en blusas que portan con elegancia y admiración muchas mujeres del lugar y de fueras, no sólo mujeres, desde hace una década atrás también se hacen pedidos de hombres con los diferentes diseños.

Estas prendas se han convertido en la ropa “de gala”, de fiestas familiares, eventos importantes para festejar al patrono del pueblo, al Santísimo, las comuniones y otras festividades religiosas. Para el día a día se porta una vestimenta más común, porque entre “pretextos” como el calor y la incomodidad, hay una discriminación que ha llegado a la mentalidad de las más jóvenes y no tan jóvenes para cambiar la naguas y blusas tradicionales por otra ropa, pero para lo verdaderamente importante, para el momento de la comunidad, ahí salen los trajes de gala, que después se guardan y reservan para momentos especiales.

Aquí en San Pablito, la cosmovisión que se refleja también en las telas, el opalino y el cuadrille, por ejemplo, se han convertido en lienzo de diseños, paisajes y figuras representativas, donde podemos encontrar desde el llamado “mecapal” hasta dioses como la serpiente de dos cabezas, el dios de la semilla o bordados especiales para vestir a los dioses, los que están en “la casa de los dioses”. Diseños e imágenes que significan mucho, que reflejan su relación y la labor en el campo, con la tierra, la naturaleza; que simbolizan o representan con elementos importantes de su entorno, de su forma de vida y de su cultura.

El bordado a mano de algunas mujeres que viven en la comunidad cuna del papel amate, San Pablito, representa parte de su identidad, de su región, de su historia, de su cultura y, sobre todo, su relación estrecha con la naturaleza

Estos lienzos artesanales plasmados en prendas y accesorios no son sólo vendidos en la comunidad, sus alrededores y algunos estados de la república, como la Ciudad de México, sino también en otros países, por ejemplo, son exportados a Estados Unidos y reconocidos como parte de la cultura de México.

Con el bordado a mano con hilo se realizan diferentes artesanías, muchas se han convertido en pedidos que se exportan, desde bolsas de mano, manteles, cubre manteles, servilletas, toallitas. La artesanía de bordar a mano con chaquira pronto se convirtió en tarea, no sólo de mujeres, los hombres también hacen arte con la chaquira y crean diseños, flores, animales o más; son adornos que se plasman en diademas, pulseras, aretes, anillos, collares.

Por otro lado, comenta que en su tranquilidad se siente amenazada, una de sus preocupaciones es su familia, sus hijos y nietos, así como las generaciones que vienen “atrás”, porque el agua está en riesgo. La artesana dice que le preocupa que el proyecto que ha querido entrar afectaría todo lo relacionado con el agua, porque ahí arriba es donde están “los manantiales y luego es gas… puede causar hasta la muerte”.


San Nicolás: A lo alto de la cañada

Como hemos dicho, Nzes’ni, San Nicolás Tolentino, quiere decir lugar donde crece el sabino. Su lugar es lo alto de la cañada que divide a Puebla de Hidalgo, ubicado en medio de dos rincones centrales en la historia serrana otomí: Tenango de Doria, Hidalgo y San Pablito Pahuatlán en Puebla. Desde sus elevadas lomas se percibe, al sureste, la angostura completa que peligra con los megaproyectos en ciernes, el territorio de convivencia de los pueblos serranos, ñuhú, nahua, totonaca. Hay un mundo en cada comunidad que se narra en sus textiles y en su papel amate, en su chaquira y en sus ceremonias y fiestas. Todo corresponde con la labor anual, con el ciclo de la siembra y la cosecha.

San Nicolás, Hidalgo. Foto: Daniela Garrido

**Hay una infinidad de cosas que son únicas aquí en la región. Por eso no podemos permitir que se destruya todo eso. Los armadillos, por ejemplo, se comen y su concha se ocupa para sembrar maíz, o los tlacuaches son animales que no se deben perder. Se ocupan cuando se le quiebra o se falsea algún hueso o si quiere que un niño sea muy fuerte, que aunque se caiga no se asuste, no se rompa un hueso, no se lastime tanto. Dicen que son muy fuertes. Mucha gente lo dice. Entonces hay que atrapar el tlacuache. Se le quita el cuero y todo eso… se entierran los huesos por varios meses. Después van y sacan el polvito y lo juntan con otras hierbas o cigarro y ya. Se lo echan a donde duela.

Foto: Itzam Pineda

Aquí en San Nicolás, llegaba Todos Santos, y no se ocupaba el jitomate como ahora. Recuerdo que nos íbamos a buscar unos tomatillos. Se ocupaban en vez de jitomate para preparar el mole. Todas esas plantas son silvestres. Lo que ocupábamos antes como chayote: el “mushil”. Se hierve. Sabe casi como un chayote, pero adentro tiene como un elotito tierno: sabe rico también. Hay otra planta que se llama “causasa”. Ésa tiene un color como cilantro. Es idéntico al cilantro. También es una planta silvestre y se come. O el palo de rosa, que se ve muy bonito en el campo cuando empieza a florear, las moras, el “huashe”. Tan sólo las hojas que se dan para el temazcal. También es un árbol que ya está un poquito en peligro: el encino que se usa como hojeador para jalar el vapor. Todos los jueves y los viernes las personas van a traer sus hojitas para el baño, por lo regular el baño es en la tarde. Para las señoras que se acaban de aliviar o algún enfermo. Casi todas las familias tienen temazcal.

Ahora que tenemos gripa y todo eso, con temazcal, nos viene bien y nos curamos. La mayoría teníamos puro temazcal y no baño. Ahí nos bañábamos. Ahora ya algunos prefieren el baño.

Se aprenden muchas cosas de los abuelos. En mi casa, como somos muchas hermanas, a mí siempre me cuidaba mi abuelita, siempre estaba con ella. Ella sabe hacer ventosas, paladear, sabe muchos remedios, sobar. Entonces como que nada más a mí se me quedó eso. De todas mis hermanas, parece que ninguna sabe, pero yo sí. Luego les pongo ventosas, hago tés, bañarse en temazcal, echarse unas hierbas… eso lo sabe una tía que vivió mucho tiempo con mi abuelita. Mi mamá casi no aprendió, pero mi tía sí. Cura en el temazcal para que tengan su bebé las señoras.

El carnaval es febrero o marzo, dependiendo el calendario. Después de ahí a la Semana Santa, por lo regular es en abril. El 3 de mayo es muy importante, porque, aquí en la comunidad, hay varias religiones, pero, en sí, la que se conserva es la religión católica. Van a adorar los manantiales. Para eso le llevan música, ofrendas, van a bailar allá. Recorren todos los manantiales para que haya suficiente agua. Incluso, si antes falta el agua, pues ellos van antes. Cuando van, de veras que sí llueve en la tarde. Sí les funciona.

Hay una cueva sagrada, donde todavía, por ejemplo, en tiempos de sequía, van a pedir el agua allá. Entran en la cueva y llegan a un lugar donde hay agua adentro, empiezan a bailar, llevan música. Al salir de la cueva se traen un poco de agua, la echan arriba y parece que… hay algunas personas que no creen, pero sí. Se dice “mayónija” en otomí. Antigua iglesia.

En El Cirio el festejo es en septiembre: la fiesta del pueblo. San Nicolás Tolentino empieza del 8 al 11 de septiembre, pero el mero día es el 10 de septiembre. Van todos los mayordomos y también lo van a dejar. Con el grupo de danza que tienen de jóvenes y ancianos: la “danza del carrizo”, con sones y todo eso. Se quedan a bailar allá un rato y se regresan.


Montellano: El nacimiento del agua

Al igual que los pueblos vecinos, en Montellano el agradecimiento por el agua y su nacimiento es vasto e importante, la fiesta, el compartir en colectivo para agradecer es central.

La fiesta se hace a base de misas, eventos deportivos, yo mucho tiempo fui capitán del equipo de basquetbol; sí había diversión, bailes tradicionales. Ahora sí, lo que se hace en la sierra, puro Huasteco, pura música huasteca. Duraba una semana, se vendía mole poblano, tamales, gorditas de todo y la cerveza, el aguardiente y vinos de la región, durante una semana. Hasta ahora sigue la tradición, el 13 se pone bueno, hay jaripeo, hay carreras, gallos, bailes, eso dura dos días. Llegan gentes de otros pueblos. Es como aquí, cuando hay fiesta nosotros nos venimos, y cuando es allá en Xolotla, la gente sube.

Montellano, siendo un lugar favorecido por resguardar varios manantiales y por ser el pueblo donde inicia el recorrido del agua que abastece a varias comunidades, puede ser uno de los lugares más afectados y, en consecuencia, dañarían el ciclo del agua que sigue por las cañadas y arroyos que comunica y vincula a los pueblos en esta parte del territorio serrano.

Foto: Itzam Pineda

El terreno es como una familia, ella es la que nos mantiene a todos, yo digo que todos, no nada más yo, sino todos, todos vivimos del suelo, de la tierra, todos comemos tortillas, tomamos agua

Es lo más importante: de ahí comemos, es lo que nos mantiene. Y no nada más a nosotros, a la gente de la ciudad, yo digo, porque he viajado a la ciudad y veo que todos comemos lo mismo, vivimos del campo y ahora con esto que se viene... sí está feo que nos quieran destruir a nosotros, la vida, porque es la vida, es el agua más que nada, hay manantiales: Montellano es el lugar que tiene más manantiales. No los he contado, pero tiene muchos. La gente de aquí sabe que todos vivían del agua del monte, nosotros proveímos de agua a todas las comunidades. Si afecta este proyecto a Montellano, se afecta a todos.

Antes cada quien tenía su pocito de agua, antes cada quien acarreaba de su propio pozo; desde que hay agua potable, se formó un comité de agua. Nosotros estamos en esa red, pero nosotros tenemos nuestros propios pozos en Montellano. Me parece que acá en el estado de Hidalgo, abastece como a diez comunidades, por allá conozco a San Antonio el Grande, San Ambrosio, San Esteban, Santa Úrsula, San Clemente, Cerro Chiquito, San Francisco y las demás que no me acuerdo, a todos les da agua de allá, pues son los manantiales más grandes.

Veo a mis hijos que viven en México, ahí me ponen a ver esas cosas, ahí y si eso que se ve ahí va a pasar acá, entonces va a ser la destrucción que hizo allá, la va hacer aquí, por eso la gente de aquí es gente que jala y gente que no, así empecé a participar con ellos, más que uno de edad a dónde va a ir, algunos dicen que me vaya a la ciudad a trabajar, me lo dicen ésos que viven allá abajo, pero nosotros qué, nosotros no. Si no queda nada y no hay agua y no se puede sembrar, pues sí nos vamos. El terreno es como una familia, ella es la que nos mantiene a todos, yo digo que todos, no nada más yo, sino todos, todos vivimos del suelo, de la tierra, todos comemos tortillas, tomamos agua.


Cuautepec: La virgen que no quería estar

Dice un señor de Cuautepec:Quiero hablar de la imagen que se encontró por allá en Acatitla. Pues no nada más fue así, que nos tropezamos y ya, sino como todo lo que es allá arriba potrero se trabajaba el maíz, o sea que aquí trabajábamos mucho el maíz, todo el pueblo. Dicen que en ese tiempo estaban trabajando allá dos viejitos. Dicen que escuchaban que cantaba una mujer, pero con la voz bien ladina y se empezaron a preguntar: ¿vino tu señora?, no, ¿y la tuya? No, tampoco.

–La buscaban donde se escuchaba y se iba para otro lado, así sucesivamente. No la encontraron. Al otro día vuelven a escuchar la voz que cantaba esa mujer. Dicen, pero vamos a buscar y vamos a encontrarla. Se pusieron a buscar uno para allá y otro para acá y así. Cuando encontraron, vieron que era la imagen de Santa Catalina que es nuestra patrona… dicen que nomás se asomaba de la cara para arriba.

–Esa imagen la encontraron porque ahí pasa un camino. A los caminos grandes se les llamaba “camino real”. Ahí era camino para llegar del Álamo a Cuechtla. Más adelante está Tlaxco. Cuando ahí pasaba la gente, escuchaba un ruido que tocaba una campana y apareció la imagen de Catalina con su campanita.

–Encontraron esta imagen, avisaron, la trajeron acá. Nomás hicieron un tajadito, los cimientos de la iglesia ya existían. Ahí se ve donde le llegaron los primeros muros que enterraron, ya de por sí estaban. Cuautepec ya era un pueblo viejo, no es nuevo. Había caminos grandes que iban para el Álamo, otro que iba a Temaxcalapa, Itzatlán; otro que iba para Tlapehuala y otro que iba para el Jericó.

–Bueno, la trajeron, pero ¿qué pasaba? Se iba la imagen. La iban a buscar y no estaba. Iban otra vez adonde la habían encontrado y estaba allá. Buscaron algunas personas adivinas que por medio del Xochijarro preguntaron que por qué se iba. Entonces dijo que la imagen se quería quedar allá, pero que le hicieran su fiesta, que la fueran a recibir con su banda, con sus danzas, ahí se arrimaban las cuatro danzas, y que la vistieran porque la imagen es de madera. Nuestra tradición viene hasta ahorita que se sigue vistiendo.

–Entonces, ya la fueron a traer, le hicieron su fiesta que es la del 3 de mayo; su mero día es el 29, pero empieza un día antes: el 28 de abril. Se ponía ofrenda de lo que iban a consumir los visitantes, todo tipo de semillas, el maíz, frijol, todo tipo de planta. Anteriormente ocupaban brujos que les decían “Popochjarros.” Eran cuatro personas. Luego buscaban otros músicos para que bailaran alrededor del templete. Tocaban no cualquier pieza, sino que era puro “son de flores,” le nombraban antes. Bailaban, tomaban su chocolate, porque en ese tiempo lo acompañaban con pan blanco —como era grande, a veces lo partían para que alcanzara. Les invitaban a tomar su chocolate y su media torta. Seguían bailando. Si tocaba de tarde todos a convivir, a comer. Comían mole, que le llamamos, de guajolote. En ese tiempo mataban de doce a veinticuatro guajolotes para que alcanzara a todos invitados y se les daba de comer y me gustaba mucho lo que hacía mi abuelo. Me acuerdo y fue muy bonito. Me acuerdo y pienso en hacer una fiesta de ésas porque yo todavía cultivo el maíz, el frijol, tomate, toda clase de productos, porque de ahí vivimos. Eso es lo que me contó y me hizo ver mi abuelo.

–Iban las cuatro danzas de Tocotines, Atlacaxtles, los Negritos bien trajeados, los Quetzales. Luego, como ya viene la fiesta de la Santa Cruz, el 3 de mayo, ahí se arrimaban las cuatro danzas. Luego, el 5 de mayo. Aquí agarraban ya las fiestas patrias; entonces, salía el desfile, la música de banda, la danza, ya crecía la fiesta. Se hacía en grande. La ofrenda se le hacía a esa imagen de Santa Catalina junto con otras dos que son San Agustín y San Antonio. Tres imágenes que son nuestros patrones.

Foto: Daniela Garrido

–En el ‘99 se le quitó la ropa a Santa Catalina, por eso quince días estuvo lloviendo. Fueron como cuarenta personas con el ministro, lo amontonaron en una esquina y le dijeron que la vistiera; si no, que lo iban a amarrar. Ya los viejitos buscaron a una persona que le hablaba al Xochijarro, que trabajaba con él. Entonces, ya las señoras le hablaron a la imagen y pagaron, dieron una ofrenda al cerro y cambiaron las imágenes. Entonces, ya hasta dentro de la iglesia se había metido el agua, porque entonces era de teja todavía. Al otro día ya amaneció así, bien131


San Andrés: Al cobijo de la ritualidad

El agua se convierte en el cobijo de los pueblos, se derrama por la sierra cubriendo por las cañadas a totonacos, otomíes y nahuas. Del trabajo, del cuidado y aprovechamiento de la tierra y el agua se desprende un lenguaje profundo con el que se hila en el tiempo la convivencia con la sierra. Un momento de comunicación que es puntual en este hilar paciente y hondo de estos pueblos de montaña, y por lo tanto de San Andrés, es la ritualidad. En las ofrendas, fiestas, comidas y baile, en ceremonias en torno al cerro, al agua, al ser colectivo, entretejen un territorio que se ve amenazado, pero que se resiste a desaparecer ante la amenaza del gasoducto. Las historias son varias:

Cuauneutla, Puebla. Foto: Daniela Garrido

–Yo voy a decir lo poquito que sé. Lo que he visto, lo que he estado viviendo. Ahora, ya se está perdiendo eso porque, cuando yo era niña, veía a las personas que hacían costumbres, que bailaban, hacían comida de pascal, hacían un poquito de mole, mataban pollos, guajolotes y hacían tamalitos chiquitos que se ponían de ofrenda. Eso es lo que se hacía antes: se ponía la ofrenda, hacían flores de cempasúchil, así con su patita, rosarios de cempasúchil, es lo que ponían en el altar con la ofrenda. Le ponían su ofrenda en la tierra, en el agua, en la lumbre, en el cerro, en la cueva. Todavía me tocó venir y fuimos a bailar allá. Se llevaron muchas cositas para dejar allá. Aquí también con mi esposo, me tocó esa costumbre; también bailábamos. Se está cambiando la manera de ser de la gente. Creo que estaba bien lo que se hacía antes, porque por medio de eso se daba la milpa, el maicito, picante, jitomate, cosas de verdura, cilantro, quintoniles, pápalo. Nadie fumigaba.

La correspondencia en este devenir ha sido efectiva, los rituales funcionan, pues la cosecha es diversa, sigue permitiendo la vida, es importante seguir el “costumbre”, los pasos que ya recorrieron los antepasados, la forma de bailar, la forma de cocinar y de compartir

–Él hacía costumbre. Vivía un señor que se llamaba José Hernández, él hacía costumbre. Había otras personas. ¡Ah! Allá abajo también vivía un señor que se llamaba Fidencio Mariano, también era curandero y hacía costumbre. Él cuidaba que se hiciera la comida de pascal, tamalitos, las flores del campo, se hacía bonito. Allá abajito hacían una cobachita, un cuartito de casa, pero de papatla, de hoja de plátano y ahí bailábamos. Se ponía una ofrenda y sí se veía bonito. Como digo, antes sí se daba bonito el maíz, tomate, chile.

Ya en esos días de fiestas hacíamos el pascal, es un mole, la pipiana. Es como tipo mole, pero con pollo. Se hace el pascal y cuando está asado se muele en la licuadora con dos chiles anchos y dos o tres con chile mora, y ya después se le pone al caldo. Bueno, ahora usan licuadora, pero antes era el metate. El pascal es como una calabaza, o sea, es un tipo de calabaza. También el tamal de papatlilla, es de cacahuate. Ése lo hacemos tradicionalmente en Todos los Santos. Dichoso trabuco que nosotros conocemos por nuestros padres, que nos han dicho qué es el trabuco.

–Sí, sí lo hacemos. Como dice mi tía, la tradición, el costumbre; ahorita yo tengo 46 años. Es el carnaval, las posadas, todos los santos, la fiesta de nuestro pueblo de San Andrés, el baile de las cruces del 3 de mayo. Aquí todavía se les baila a las cruces, a los pozos. A cada cruz se le toca, creo que siete sones. Cada manantial tiene su cruz y cada 3 de mayo se entregan las cruces y les bailamos a las cruces siete sones de flores. Todo el baile es huapango, es lo que llamamos “sones de flores.” Buscamos músicos que toquen especialmente esos sones.

–Sí, un trío. Es como un tipo de alabanzas. Aquí sí. De lo que yo me acuerdo, por ejemplo, el sol, la tierra, el agua, todo se adoraba. Pero, se fueron muriendo los antepasados y ya, por ejemplo, lo que es la lumbre pues no se dejan mucho, ya es diferente con los jóvenes de ahora. Muchos niños, por ejemplo, cuando hacen son de flores en la iglesia, bailan. Ponen las cruces con sus ramilletes de flores y los niños van, agarran su crucecita y bailan. Se les pone la ofrenda de café, de chocolate, pan, todo lo ofrendamos a las cruces. Y eso se hace también en Todos los Santos. Ahora, en las escuelas nos piden que también que lo hagamos para que no se pierda la tradición, que los niños vayan aprendiendo a hacerlo también. Que los niños vean qué se hace cada 30 de octubre.»

El cobijo del agua se siente, se vive con alegría, compartiendo, bailando, cantando. En los rituales y sus prácticas, las ofrendas a los manantiales, a las cruces, comunica el agradecimiento al agua, al cerro. El agua responde extendiendo su generosidad, en sus siembras, en sus alimentos, el agua da vida y también cura.

–El agua cura. Pues es que el agua cura. El agua cura siempre. Cuando vienen a verme, hasta de noche, cuando se sienten mal, o las criaturas, ya se mueren del golpe, me lo traen de empacho. Si no lo traen, me llevan a curarlos y ahí están, gracias a Dios. Me habla uno, me habla otro. Me dicen: “si vivimos es por usted; si no, ya me hubiera muerto” o “vive mi hija por usted, si no, ya no tuviera hija”. Y ya no me dejan. ¿Para qué voy a decir más de lo que es? Eso es lo que me dicen. Ora cuando voy, o que ya no puedo andar. Me dicen “venga, venga, a darme una checada”. Ahí voy a hacerles el mandado. “Quedé re-bien”, “estoy muy bien”, dicen. “Con el baño de hierbas que me hizo usted y la sobada, siento bien suavecito mi cuerpo”. Ahí está, para que voy a decir más. Digo lo que hago.

Ora, para la disentería, agarra la disentería roja, a veces duele mucho la barriga y puro de ése vas a echar para hacer agua o ir al baño, todo eso vas a echar. Sirve para que se quite esa enfermedad. Se toma un bejuquito que tiene la hojita redonda, le decimos “la redondilla”. Se toma con ese pegarropa que dice la señora: tiene las hojitas como hoja de malva, pero las bolitas son como un espinado, bien espinudas las bolitas. Ése con la redondilla: ¿para qué quieren más pastillas? ¿Para qué quieren más hierbas? Con eso tomado o restregado crudo, o si no, se pone a hervir con agua. A veces no les vale la medicina comprada.

Muchas veces funciona más la medicina casera que la comprada. Antes se ocupaba casi puras hierbitas. Antes no había clínica. Cuando nos aliviábamos de la familia, acostumbrábamos pura hierbita. Las hierbas y el temazcal y luego una cubetada de hierba al bañarse, pero lo que aguante de caliente: se quema todo el cuerpo. ¿Para qué quiere más? Hasta no sudar. No se alivia una hinchada, no queda uno resfriado, porque se resfría de lo que ya tiró su sangre y está mala, pero anda en el suelo, en el frío o haciendo su quehacer con este frío; por eso se hormiguean los pies y hasta se levanta la hinchazón y dolor de barriga. Pero con la hierba no, porque se baña y tomado. Aquí está mi nuera, gracias a Dios, nunca padece de dolor de barriga o de frío, nunca padece de otras enfermedades.

Las afectaciones del gasoducto se empiezan a sentir, la forma de vida de la sierra se pone en riesgo. Con el cambio de dinámica que promete la empresa, se manifiestan afectaciones inmediatas, es agraviado el ciclo del agua, y su convivencia con los pueblos es amenazada por el gasoducto.


Fuentes

Lourdes Báez, Nahuas de la Sierra Norte de Puebla. CDI. México, 2004.

Federico Fernández y Ángel García, Territorialidad y paisaje en el Altepetl del siglo XVI. FCE, 2006.

Jacques Galinier, Pueblos de la Sierra Madre. Etnografía de la comunidad otomí. Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Instituto Nacional Indigenista, México, 1987.

___ , La mitad del mundo, cuerpo y cosmos en los rituales otomíes. Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos. Instituto Nacional Indigenista. México, 1990.

Bernardo García, Los pueblos de la sierra: el poder y el espacio entre los indios del norte de Puebla hasta 1700, Colegio de México, 1987.

Gilberto Giménez, “Territorio, cultura e identidades: la región socio-cultural”. Estudios sobre las Culturas Contemporáneas 25. Época II, vol. V, núm. 9, Colima, México, junio de 1999, pp. 25-57.

Carlos Rodríguez, (coordinador), Defensa comunitaria del territorio en la zona central de México, enfoques teóricos y análisis de experiencias. Juan Pablos. México, 2010.

Alexandre Surrallés y Pedro García (editores), Tierra adentro. Territorio indígena y percepción del entorno. IWGIA. Documento 39, Copenhague, 2004


  1. Para Turner, el ritual es un performance que transforma la realidad, que revela las “principales clasificaciones, categorías y contradicciones de los procesos culturales; en la comunicación del ritual, todo el mundo es un escenario, es decir, el mundo de la interacción social está lleno de actos rituales”. En este orden de ideas, cuando se es puesto en escena un drama social, cuando un ritual es compartido en colectivo y se es consciente del acto que se lleva a cabo, se logra develar la forma de comunicarse entre los presentes y el entorno que les rodea. Se hace un escrutinio de lo vivido, se recurre a la memoria para que el rito sea efectivo y cumpla su papel en la forma en que estos pueblos entienden su interacción con el mundo. Realizarlo continuamente tiene la intención central de que permanezca.

  2. Altepetl es una palabra náhuatl (plural altepeme; en el dialecto náhuat, altepet) de connotación simbólica, compuesta de las palabras atl (agua) y tepetl (montaña). Fuese por influencia del náhuatl (como parece más probable), o a la inversa, o por algún antecedente común en las lenguas mesoamericanas.”