Montellano

La cumbre de las aguas profundas

–Se puede decir que no tenemos nada oculto, ni tenemos por qué negar, ¿verdad? Uno se defiende, está defendiendo sus derechos. Una historia muy exacta —¿cómo qué puedo decir?–muy exacta no muy bien la tengo. De todos modos, si se vale decir lo que recuerdo, les cuento. Porque lo que yo sé, casi nadie lo sabe. Había personas que sabían las cosas, nada más que ya no viven. Ahí sí como dice el dicho: de los viejos nada más yo estoy quedando. De la edad que yo tengo ya no hay. Me llamo Odilón Castillo Galindo. Voy a cumplir noventa años ahora en abril. Soy del 1 de abril de 1928.

Nací aquí en Montellano. El lugar donde yo nací, en la lomita de allá, allí nacimos todos. Pero ya enseguida nos venimos para acá.

Fuimos diez hermanos. Dos medios hermanos; son los primeros. Luego ocho de mamá y papá. Mi papá trabajaba, sembraba milpa y cuidaba algunos animalitos. Sembraba maíz, frijol, tomate y chile poco, pero sí. Papas. Tenía unas vaquitas. Daban leche; queso no. Se ordeñaban las vacas pero nada más para el consumo.

Santos Vargas de la comunidad de Montellano. Foto: Daniela Garrido

No había escuela. Las escuelas ya fueron ‘ora hace poco. Me tocó a mí, a mis hermanos y a mis primos luchar para que tuviéramos un maestro, porque no había maestros, ni en Zoyatla. Donde había era en Tlalcruz, Cuauneutla, en Pahuatlán, pero en las demás comunidades no había. Como no íbamos a la escuela, desde que empezamos a poder a hacer algo, comenzamos a ayudar a mi papá. Tenía de doce años arriba.

Lo primero fue cuidar a los animalitos; pastoreábamos las vaquitas y así crecimos. Después, ya tenía 14 años cuando empecé a trabajar en el campo. Como mi papá ya estaba grande, ya no podía trabajar. La cosa fue que todos mis hermanos se casaron, se apartaron y nada más yo quedé con mis papás; porque yo soy el último de los hermanos y me quedé con los viejos. Entonces sí está largo, porque tenía catorce años cuando mi mamá murió. Nos quedamos solos mi papá y yo. Éramos tres hermanos que estábamos todavía con mi papá. Todos los demás ya se habían casado; pero tan pronto mi mamá murió, los otros dos trataron de casarse y se apartaron. Nos dejaron solitos.

Me empezó a interesar la historia del pueblo porque nos encargó la comunidad; le encargó a mi papá y a mi papá se la encargó mi abuelito, porque mi abuelito fue el que fundó esta comunidad

El terreno es todo. Era un terreno grande. Ultimadamente sí fue de mi papá, porque antes era de mi abuelito y murió mi abuelito y se lo quedó mi papá. Sólo fueron dos hermanos hombres, y hubo también mujeres. Aquí eran propiedades, nunca supe que fueran ejidos. Eran propiedad, pequeñas hasta eso. Apenas había poca gente; de por sí no somos muchos. Porque todas las generaciones —se puede decir que los jóvenes nomás—, en estos tiempos, salen de la escuela y se van a otro lado: a México, hay varios en Estados Unidos.

Ni en Pahuatlán había doctor pero había un señor, un médico que, hasta eso, era de Japón: se llamaba Sasuke Miyano. Era el único que funcionaba como doctor. Sí, en Pahuatlán. Él daba puras agüitas, cucharadas. Él preparaba las medicinas. Había estado en Honduras. Yo era niño, crecí y doctores no había. Todavía cuando yo ya era casado no había doctores.

La gente nos curábamos con remedios del campo; al menos mi mamá, cosas que, verdaderamente… Dios le da a uno la advertencia de cómo hacer las cosas, porque aquí mi mamá curaba a mucha gente. Con puras hierbas. La verdad, no me acuerdo de todas. Había, por ejemplo, unas que les decían “hierbas del golpe”, yerbabuena, yerba del pastor, Santa María, Simonillo. Ése lo ocupamos cuando la gente se enferma del estómago o cuando se enferman por algún coraje. Le ponían Simonillo, canela y quién sabe cuánto, la verdad; muchas cosas que ya no me acuerdo. Ella curaba muchas personas y sí se aliviaban. Creo que no había enfermedades como las que hay ahora. Antes, las enfermedades eran más fáciles de curar; porque mucha gente vivió muchos años. No se enfermaba la gente mucho. Unos duraron 60-70 años, otros duraron más. Así se curaban.

Venía la gente a buscar a mi mamá aquí a la casa y a veces ella salía. A veces nada más hacía las medicinas y se las daba. Pero ella nunca cobró. Nada. Ella no. Lo hacía por amistad, por ver que las personas la buscaban; ella con gusto les daba la medicina. A veces, cuando estaba cerca, iba a ver a las personas y les hacía remedios. Les preguntaba cómo se sentían.

No me acuerdo bien cuánto tardó mi mamá; pero ella todavía estaba fuerte, podía andar, todavía trabajaba bien. Se ha de haber muerto como de unos cincuenta o sesenta años. Ella murió de una hernia. Ahora me acuerdo y digo: si en ese tiempo hubiera habido la facilidad que hay ahora, mi mamá hubiera vivido mucho tiempo más. Porque ahora las hernias fácil las curan: las operan y la persona sigue viviendo. Pero ella no, ella de eso se murió.

Me empezó a interesar la historia del pueblo porque nos encargó la comunidad; le encargó a mi papá y a mi papá se la encargó mi abuelito, porque mi abuelito fue el que fundó esta comunidad.

Ya tiene tiempo este lugar. Mi papá sí duró. Él duró 105 años. Nunca se enfermaba de nada. Por fin, que cuando murió, todavía andaba caminando y no murió de enfermedad. Murió de viejito. Él me platicó de cómo se vinieron, porque eran de Pahuatlán —vivían allá. Mi abuelito nació en Pahuatlán. Nos platicó que en Pahuatlán apenas había unas casas. No estaba el pueblo como ahorita. El centro, decía que era un campo. Era jehuitero. De la cancha para abajo, dice que era un escobal. Puro zacate.

Nos platicó mi papá que estaban pobres, bien pobres. Se vinieron porque mi abuelito tenía un compadre y ese compadre le pidió favor: que quedara de fiador por él, por un dinero. El compadre consiguió un dinero prestado y le pidió de favor que quedara por él mi abuelito —y mi abuelito quedó por él. Pero sucedió que, como mi abuelito también era pobre, no pudieron pagar. El compadre no pudo pagar; al contrario, se rebeló contra mi abuelito. Y a mi abuelito le embargaron su casa con todo lo que había, con todo lo que le dejó mi bisabuelito. Le quitaron todo: nomás lo echaron para afuera como ahorita estamos. Fue la policía a sacarlos de noche y de noche se vinieron. Llegaron y lo bueno es que ya tenían el terreno: ya sabían, ya habían venido por acá, venían en veces.

Acamparon debajo de un arbolote. Dice mi papá que era un encino muy grande y muy cerrado de rama y hojas. Allí vivieron hasta que pudo hacer una casa mi abuelito. Cuando se vinieron ellos, no había casas. Había montañas. Era una sola montaña, pero el camino ya estaba. Aquí pasaba el camino. Era camino que se iba por San Francisco para abajo. Era un camino real, grande. Desde Pahuatlán era el camino. Nada más había un viejito que vivía hasta por allá en la orilla de la comunidad, para abajo. Según que había otro, hasta por allá igualmente, por medio monte. Ya eran abuelitos, quién sabe cómo era que vivían. Ya no alcancé a saber cómo vivían esas personas. Luego, a mi abuelito lo empezaron a jalar los pueblos cercanos; Tlalcruz, Zoyatla ya estaba... —no estaba como tal, pero ya era Zoyatla. Lo jalaban: se lo llevaban en la noche y se lo llevaban preso, porque querían que diera servicio. Uno lo jalaba y el otro también, se lo andaban quitando. Él no quiso jalar con nadie. Se sostuvo aquí y nunca lo pudieron obligar. Él lo que hizo, cuando llego acá, empezó a trabajar. Su trabajo de él fue hacer carbón. Empezó a desmontar y a hacer carbón.

Sí, y ése fue su trabajo. Así terminó: haciendo carbón. Ya después él ya necesitaba que le ayudaran: empezó a invitar gente de otro lado para que vinieran a ayudarle a trabajar. Les prestó tierra adonde vivieran y se los trajo. Todos sus peones vinieron a vivir ahí con él. Hay un montón de sitios; en parte todavía hay algunas plantitas de las que sembraban. Todavía no tiene mucho tiempo que donde quiera había esas plantitas espinudas rosas, de las grandes y de las chiquitas. Todavía las conocí. Así fue.

Llegó el día en que él pensó luchar para hacer la comunidad, para que no les anduvieran molestando. Yo creo que sí tenía palancas, porque en Pahuatlán fue correo de la valija, de Pahuatlán a Huachinango. Ése era su trabajo en Pahuatlán.

Y andaba a pie de Pahuatlán a Huachinango. Caminaba por Xolotla y pasaba por Naupan. Ése era su camino. Lo hacía a pie y traía y llevaba encargos. Entonces, la gente lo conocía.

En Pahuatlán tenía a todos los políticos, porque ya había políticos. Sí lo conocían. Por eso es que los pueblos no le podían hacer nada. Él, ya con su gente, empezó a trabajar para independizarse y sí lo logró. Nada más que nos platicó que le pedían cuarenta ciudadanos, para poder independizarla. Porque aquí no tiene nombre de pueblo, tiene nombre de ranchería. Esto creo que tiene más de 200 años, porque mi papá estaba chiquito. Mi papá, cuando salieron de allá, dice que se daban mucho los chilacayotes y que ya habían desmontado por ahí la cruz. Que había sembrado y había muchos chilacayotes, pero grandes, y que con trabajos se aguantaba uno de aquí a Pahuatlán cargando: estaba chico, chamaco. Imagínense. Y él duró 105 años, mi papá. Mi abuelito duró como setenta años.

Mujeres de Zoyatla. Foto: Daniela Garrido

Él supo de la revolución y todo, pero de eso no doy fe. Sí nos platicaba. Así pasó. Y llegó el día en que sí logró mi abuelito independizar este lugar. Le dieron el título de ranchería, porque aquí tenía un título, tenía un documento: los linderos, hasta donde llegaba Montellano. Hasta la fecha están lindados, pero el título lo guardó mi papá todo el tiempo que él vivió y cuando murió nos lo dejó a nosotros. Pero como la comunidad creció, ya se trataba de que se nombrara un juez. Pasaba uno y luego otro. Llegó el día en que empezaron a echar bronca; empezaron a pelear: que por qué el título tenía que estar en nuestras manos. Que el título tenía que estar en manos de la autoridad. Y como nos echaron montón —bueno, yo estaba chamaco—, lo entregamos. Llegó una época… ya estaba yo casado, cuando llegó una época en que empezó a llegar gente. Aquí tenemos nosotros de los que llegaron después: se apellidan Rivera; Gonzalo, su papá de Santos, todos ellos. Entonces, llegaron ellos por acá y se fueron a vivir por la colonia. Llegó una época en que un señor de acá del Carrizal, del estado de Hidalgo, empezó a quererse llevar a esas personas a trabajar, y pertenecían aquí. Sí; y como ese señor tenía dinero, les pagaba a los políticos. La hicieron pesada. La cosa es que el juez se descuidó, le pidieron prestado el título en Pahuatlán y se lo hicieron perdedizo. Ese título de aquí ya no se recuperó. Desde luego que no hubo una persona que se hubiera interesado por recuperarlo o por volver a hacer otro. Se quedó así.

Cada persona tiene su título de propiedad. Todos tienen esos papeles. Pero ése era un papel de lo que era la comunidad. Dónde colindaba con un pueblo y con otro y así. Se puede decir que tenía ayer nombre; estaba registrada la comunidad. Se perdió. Y los presidentes municipales nos ayudaron para sacar todos los servicios que tenemos.

No teníamos escuelas, no teníamos maestros y ya había niños. Aquí el que daba clases era un alfabetizante. A mí al menos me tocó llevar a mis hijos afuera de aquí. Cuatro hijos estuvieron estudiando en Tlacuilo: allá hicieron su primaria. Primero los llevé a Pahuatlán; luego salimos de allá y los metí en Tlacuilo, porque me cobraban la renta y sentía que yo no daba para pagar la renta. Tenía un compadre en Tlacuilo y me dijo: “mire, compadre, ¿por qué no los lleva a Tlacuilo? Llévelos a la casa, allí que estén y que vayan a la escuela”. Me convenció y los llevé. Después salieron de ahí. Conseguí una casa. Por cierto, una señora me prestó una casita, como ésta, así de grande. En la llegada de aquí para allá, en una esquina. Allí vivieron cuatro años mis hijos. Allí estudiaron su primaria. Yo he sufrido mucho. Luego sucedió que se enfermó su mamá. La llevamos a Pachuca. Estuvimos seis meses allá con ella y dinero y dinero viendo a los especialistas, a ver si se podía liberar y no. Gasté mucho dinero. Quedé muy endrogado. Mi vida es una historia, pero pesada. Es muy larga. Sucedió que no se pudo aliviar y mis hijos allá en la escuela. Después ya me la traje. Murió en Pahuatlán. Ya había doctores, ya estaba el centro de salud. Eran los primeros doctores que había. Me la traje, y no me la quise traer para acá, porque aquí no había quien la cuidara, quien la atendiera. De Pachuca les pedí que me la recomendaran al centro de salud de Pahuatlán, para que me la atendieran. Porque no me la quise traer para acá; no la quise dejar sin atención. Ya nada más tardó 15 días. Murió en el centro de salud. Pues ya sucedió que murió y me quedé solo. Me sucedió lo mismo que le sucedió a mi papá. Tenía hijos ya grandes. Mis hijos ya nada más salieron de la escuela primaria y se fueron para México. Me dejaron solito.

Ya no quisieron seguir estudiando.

Cuando ellos salieron, ya había escuela acá. Eran las primeras escuelas que estaban. Pero como ya se habían ido para allá, ya no les tocó. Estudiaron aquí su primaria nada más mis hijas.

En cuanto al agua, como la tenemos ahorita, sí teníamos desde el principio, desde mi papá. Teníamos un manantial acá abajo. Ésa era el agua que consumían y aquí también. Ya esta agua que tenemos hoy fue mucho después. Fue después de la luz. Primero fueron las escuelas, luego luchamos porque entrara la carretera. Ya tuvimos la carretera y luego le seguimos con lo de la luz. Luego luchamos por una casa de salud y ya la tenemos. Después luchamos por el agua a base de bombeo. Estaba abajo. Los manantiales están allá adelante, abajo. Nada más son dos. Es una joyita acá y otra allá; se juntan abajo. Se tomó el agua de acá y de allá y se hizo un depósito grande y la bomba se puso arriba. Se puso un monumento, un edificio, al nivel de la comunidad, para que el agua llegara a todas partes del poblado. Aunque agarrara un poco así para arriba, de todos modos llegaba el agua.

San Pblito el Grande (detalle). Los tenangos…, p86

Ya con todos, hemos de ser más o menos unos cien cabezas de familia. Aunque fuera un pueblo grande, se van las familias. Yo tengo nueve hijos en México. Mujeres y hombres. Los señores Rivera también. Sus hijos se fueron unos; de los demás también algunos se han ido. Todos los jóvenes se van.

Este proyecto nos va a afectar mucho. Nos afecta, primeramente, el agua, los manantiales. No conocemos mucho, pero pensamos que es una gran contaminación para el agua. Principalmente para el agua, porque, como tiene que atravesar los terrenos, tiene que encontrarse con los manantiales. En eso nos van a afectar. Aparte de eso, miren, esta loma de Montellano es la que está manteniendo a todos los pueblos de agua, a todos los pueblos alrededor. Con decirle que toda está loma, de aquí para San Nicolás, es la misma loma y está manteniendo hasta un pueblo de hasta allá por Hidalgo que se llama San Antonio el Grande.

Hasta allá ya metieron el agua, muy lejos. Pasaron cerros. No sé cómo le hicieron, pero metieron el agua. Luego, todos los pueblos acá, se están llevando el agua. Esta loma de aquí enfrente es la que están manteniendo los pueblos de acá. Aquí iba a pasar el trazo, a media casa.

Todavía no hay quién les venda a la empresa, su terreno. Ya andaban metiendo las patas algunos, pero a tiempo se reconoció que estaba mal el asunto y ya se detuvieron. Aquí toda la gente está puesta en que no. Se puede decir que aquí estamos organizados con todas las comunidades, todos los pueblos. Todo lo que pertenece a Puebla, donde colinda con Veracruz, para acá.

Hay personas que se interesan por la comunidad, la gente. Porque no solamente nosotros podemos ser afectados. La contaminación agarra mucho. Pero hubo personas de otro lado que vinieron a ver todo eso y nos empezaron a platicar que las cosas estaban un poco mal, por la contaminación. Empezamos a darnos cuenta; de por sí ya lo entendíamos que estaba mal. Nada más que, vamos a suponer, que como no nos habíamos unido para nada, todos estábamos sintiendo nada más. Comentábamos entre nosotros que nos iban a amolar, pero no sabíamos cómo hacerle. Ya digo que no faltaron personas que nos orientaron. Hubo personas que empezaron a convocar al pueblo. Nosotros, cuando nos dimos cuenta, ya los pueblos estaban puestos. No sabemos cómo ni cuándo, pero ya sólo nos vinieron a convocar. Se reunieron con nosotros y nos dijeron que tratáramos de no dar permiso que pasara. Ya nos dijeron los resultados y ya todos nos pusimos.

Aquí ya me iban a amolar a mí también. Bueno, todavía quién sabe, pero aquí iban a tumbar la casa. Porque vino el ingeniero y me dijo que iban a tumbar la casa, y que aquí va pasar. Ya tenía su trazo. Le digo: “¿Pero cómo es posible? ¿Cómo van a tirar mi casa?” “No,” dice, “la casa se la vamos a hacer de nuevo.” “¿Pero cómo me la van hacer?” “¿No tiene usted a dónde?”, me dice. Le digo: “pues me supongo que tengo adónde, pero de aquí que me la hacen o no me la hacen, ¿dónde me voy a meter? Yo no tengo dónde”. Después me dijo que si les daba permiso de meterse al monte para ver cómo estaba. Yo les dije que no, que necesito ponerme de acuerdo con mi familia. Yo solito no puedo resolver esto. Ya les dije a mi familia y tampoco quisieron. Entonces, por ahí había dos o tres personas que ya lo estaban dando por hecho. Al menos el juez de aquí. Ahorita ya no tenemos autoridad aquí, porque está en contra de nosotros.

Lo desconocimos como autoridad porque él andaba con la gente esa. Él creo sí estaba de acuerdo. Toda la gente se enojó con él, porque queríamos que nos firmara algunos papeles y no quiso firmarlos. Yo creo que le dieron tantito.

Ahí vive, pero yo sé que ya tiene casa en otro lado, porque no hay ninguna autoridad que apoye. Andamos solos.

Aquí somos de varios. Los señores Rivera son otomíes, son de Chila. También hablaban en idioma mis abuelos. Toda la gente de Pahuatlán es familiar. Bueno, la idioma que había de nuestra descendencia es la idioma que tiene Xolotla; ahora no me acuerdo cómo le llaman. Mi papá podía hablar algo en la idioma. Luego se pone a platicar con los amigos y platicaban así. Náhuatl.

Yo no aprendí. Mi papá nunca nos enseñó nada de algunas idiomas o algo así. Él nos hablaba de trabajo, de todo, pero no. Nos enseñó a trabajar y a respetar lo ajeno y toda esa cosa, porque mi papá era muy delicado. Antes había mucha caña acá por Zoyatla. Todos esos lugares, empezando de media subida para abajo. Había muchos cañales y aquí no se da la caña. Nos decía que nunca nos metiéramos a un cañal a cortar una caña. Me acuerdo que una vez uno de mis hermanos se le ocurrió, porque fuimos a Pahuatlán y de regreso se le antojó y se metió a un cañal y cortó la caña. Mi papá agarraba a una vereda y nosotros todo el camino real, y nos cuidaba. Cuando descubrió que se había metido al cañal, le puso una tunda pero buena. No, nos dijo, eso sí que no. Ni una fruta. Nos decía: “cuando quieran, pídanme; no agarren. Si les dan, bien; y si tienen para comprar, compren, pero no agarren”.

Gracias a Dios, todos fuimos personas que respetamos mucho los derechos ajenos. También nos enseñó que, por ejemplo, si tienes animales, no los dejes que se anden metiendo a propiedad ajena. ¿Para qué andas haciendo enojar a los demás? Todo eso nos enseñó y realmente yo le agradezco mucho a mi papá, porque yo creo que, por eso, ya viví los años que vivo.

Por otro lado están las fiestas. Aquí tenemos la fiesta el 13 de junio: el día de San Antonio. Hay jaripeo, carrera de caballos. A veces hasta juego de gallos. Juego de pelota. Son los eventos que se hacen en la fiesta. La misma gente la organiza, la misma comunidad. Un grupo se junta para organizar todos los eventos y luego hay misa toda la semana. Viene mucha gente. El mero 13 se llena de carros. Ahora en febrero, hay otra pero ésa no se hace muy en grande. Es el día de la Virgen de Candelaria, el 2 de febrero. Se hace la fiesta porque mi papá, con la gente que había, fue la primera imagen que empezó a festejar. Y se empezó a festejar porque mi abuelito se llamaba Candelario y ya él tenía un compadre que, el día de su santo, lo visitaba. En una de ésas le trajo una imagen de la virgen de Candelaria, grande, de bulto. De ahí, cada año le hacían fiesta. El señor venía y se llevaba la imagen. Le mandaba a celebrar la misa allá en Pahuatlán. Lo traía y hacían baile y todas esas cosas. El día de su santo de mi abuelito. Murió mi abuelito y se quedó la imagen y como él fue el que fundó la comunidad, todos trataron que la imagen se quedara en el pueblo. Él se llamaba Candelario Castillo.

Este proyecto nos va a afectar mucho. Nos afecta, primeramente, el agua, los manantiales. No conocemos mucho, pero pensamos que es una gran contaminación

Algo que faltó fue lo de las cruces que se llevan a los manantiales cada 3 de mayo. Se trae la cruz, se viste, se pinta y se lleva a los manantiales en agradecimiento por el agua. Se hace una misa, sigue la procesión hasta llegar al manantial y se coloca en su piaña en agradecimiento al agua, el bosque o la naturaleza. Otra cosa es que se lleva una cruz a un cirio que tenemos acá enfrente, justamente por donde va a pasar el gasoducto, como a 50 metros. Son dos rocas tipo muros. Como de 15 metros.

Me imagino que esas rocas se formaron cuando Dios formó al mundo. Porque no sé si ustedes han dado cuenta que, cuando a Jesús lo crucificaron, la tierra se partió en gajos. Aquellas rocas se formaron así, porque Dios padre así las formó. Yo así lo veo: que el amor de Dios formó esos peñascos en forma de cirio. Y ahí se pone la cruz hasta arriba.

Ponemos solamente la cruz. Nos cooperamos entre todos y mandamos a arreglar la misa. Las recoge el comité del agua, las pinta, las llevamos a bendecir saliendo de misa. Ahora sí, vámonos en procesión a dejarla en cada manantial su cruz. Cantamos, pero no hemos pensado llevarla con música.

El gasoducto pasaría al lado del cirio.