Agricultura: boleta de calificaciones

18 de febrero de 1997

El pasado 13 de febrero, mientras arremetía contra los ``intereses políticos de falsos redentores'', el presidente Zedillo calificó al secretario de Agricultura Labastida Ochoa con un 9.3, y señaló: ``Espero que a la próxima sea 10''. Sin embargo, el titular de la Secretaría de Agricultura (Sagar) parece creer que las notas que le asignó su jefe son injustas y que no debe esperar el próximo examen para llegar al 10.
Eso se desprende, al menos, de lo que dicen los costosos desplegados que ha hecho publicar en la mayoría de los periódicos de circulación nacional, en los que muestra los ``grandes logros'' que ha tenido la Alianza para el Campo.
La lista de realizaciones en el terreno de la producción rural publicitada en la prensa nacional es impresionante. Incrementos en la productividad de varios cultivos, montos significativos de inversión pública destinados al sector y ambiciosos programas de capacitación, comparten el espacio (sin saber si se busca ejercer una velada crítica al hoy difunto Pronasol o quedarse con las funciones de la subsecretaría de Pesca) con la vieja moraleja que dice: ``Si se quiere ayudar a alguien para que coma un día, se le puede dar un pescado; pero si se le quiere apoyar para que coma todos los días, hay que enseñarlo a pescar''.
La campaña publicitaria combina datos reales (por ejemplo, cuando señala que pretende ``continuar destinando recursos para apoyar la ganadería, como nunca antes en su historia'') con cifras inventadas. Oculta cuidadosamente la información que evidencía nuestro desastre agrícola. Mezcla hechos reales con anuncios de lo que se piensa hacer. ``Se dará empleo temporal a más de 100 mil campesinos'', dice uno de los recuadros, sin precisar si es una carta a los Reyes Magos o la forma de otorgar un subsidio disfrazado a ciertas capas de productores rurales, como se hizo con grupos de maiceros en Chiapas. Maquilla la realidad agropecuaria, silenciando, por ejemplo, que el incremento a la producción de café durante el ciclo 1995-96 o la de maíz de temporal el año pasado no están asociadas a los programas de la Alianza para el Campo, sino que es la respuesta de los campesinos al incremento en los precios internacionales de estos productos. Y, con información que por inverosímil parece provenir de algún discípulo de La Paca, realiza predicciones tan sorprendentes como la osamenta de El Encanto: ``Se elevará hasta cinco veces la producción en 150 mil hectáreas de café'' y ``para el año 2000 México será el tercer productor y exportador mundial'' del aromático. La orientación general de los programas de la institución muestran que el grueso de los recursos han sido canalizados a grandes y medianos productores. La Alianza para el Campo se mantiene fiel a su orientación central: ``ganancias privadas, subsidios públicos''.
Recordar las cifras que la Sagar esconde muestra una realidad mucho menos optimista. Por ejemplo, la balanza agropecuaria durante el año pasado tuvo, hasta noviembre, un déficit de 978.6 millones de dólares, a pesar de que en los últimos dos años se derrumbó el consumo de carne y lácteos entre el 35 y el 60 por ciento (La Jornada, 6/02/97). La importación de granos entre enero y agosto de 1996 (con los precios internacionales más altos en muchos años) fue un poco menor al total traído al país durante 1994 y superior en más de un millón de toneladas a las importaciones de 1993 y 1995. En los últimos diez años la superficie agrícola con acceso al crédito disminuyó más de siete veces. La cartera agropecuaria vencida fue de 20 mil 948 millones de pesos contra los 17 mil 457 millones de 1995, y muestra una situación de insolvencia generalizada en el sector que no cede. La mejoría agrícola de la que hablan los funcionarios existe, a pesar de los cuantiosos créditos del Banco Mundial para reactivar el sector, sólo en los escritorios, los discursos y los desplegados que la Sagar hace pagar en la prensa nacional pero no en la realidad.
Una ofensiva publicitaria de esta magnitud sólo puede explicarse por causas ajenas al desarrollo agropecuario, como la del afán del titular del ramo por proyectar con una imagen de éxito que lo meta de lleno en la lucha por la sucesión presidencial. La multiplicación de las columnas periodísticas evidenciando sus virtudes ha coincidido con la rehabilitación política de quien aparece como su principal aliado y protector: Esteban Moctezuma.
Las altas calificaciones que el presidente de la República le otorga, y que el mismo Labastida Ochoa se da, no parecen tener sustento en los resultados obtenidos en el sector agropecuario. Si se les preguntara a los hombres del campo su opinión, si se interrogara a los miles de socios de El Barzón o a los maiceros y sorgueros en Guanajuato, Jalisco o Chiapas, no dudarían en darle al secretario una nota distinta: simple y llanamente estaría reprobado.